III. La Colonia

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Era una mañana como cualquier otra, Paula y David desayunaban en la cocina como todas las mañanas, ella un zumo con dos tostadas y él un tazón de cereales. Hoy a diferencia de otros días, no le había sonado el despertador a David e iba a llegar tarde a la universidad, salió de casa sin ducharse a toda prisa con su mochila y el casco de moto bajo el brazo.
Tenía bastante prisa y tomó la autopista para llegar antes, a mitad de camino, un coche frenó en seco por culpa de una animal que se cruzó por delante, David trató de esquivarlo con la mala fortuna de caer al suelo.

Mientras tanto, Paula estaba en casa preparándose para ir a trabajar, trabajaba en una pequeña tienda de ropa en el centro de la ciudad, estaba saliendo por la puerta cuando el teléfono sonó, el teléfono estaba sonando y Paula contestó.

-Buenos días, le habla Marga desde el hospital central, ¿Es usted la hermana de David Lombardo Fernández?
-Sí, ¿Está bien? ¿Qué le ha pasado? Dijo en un tono angustiado.
-Verá, ha sufrido un accidente de moto y se ha dado un fuerte golpe en la cabeza perdiendo el conocimiento.
-Voy para allá ahora mismo, ¿Donde está?
-Está todavía de camino en ambulancia, tardará en llegar unos minutos.

Cuando Paula llegó al hospital vio cómo unos médicos estaban empujando la camilla de su hermano y los acompañó llorando hasta la habitación, tan solo le pusieron tres puntos de sutura, de no llevar el casco puesto podría estar muerto.

-¿Es usted su hermana verdad? Preguntó el médico.
-Sí, ¿Es grave?
-Bueno, ha sido un golpe fuerte pero el casco lo absorbió en gran parte, ahora mismo está en un leve coma del que puede despertar hoy, mañana, o en dos años, no podemos saberlo, pero no hay por qué alarmarse, se recuperará.
-Gracias doctor.

Paula iba todos los días a hacer compañía a su hermano después del trabajo, le leía el periódico, le contaba los últimos cotilleos de los famosos y dormía junto a él todas las noches durante dos semanas hasta el que llaman el día 0.
El brote había estallado en otros países, pero en países como Estados Unidos y casi todos de la Unión Europea no le daban importancia, el presidente de España solía decir que había un control exhaustivo en todos los puertos marítimos, aeropuertos y se habían aumentado las precauciones en las fronteras con Francia y en Ceuta y Melilla, todo parecía estar bajo control, hasta que se les fue de las manos, ya era imparable, los militares tomaron las grandes ciudades con la intención de defenderlas hasta el fin, llegaron al hospital de David y se llevaron a todos los enfermos a algún campamento para socorrerlos, a los que estaban en coma los dejaron allí, bloquearon las puertas de sus habitaciones y no dejaron a nadie entrar.

-¡Despierta David por el amor de Dios!, no podéis hacerle esto, no podéis. Decía Paula al ejército entre inconsolables llantos mientras la sacaban del hospital a la fuerza.
Llegó a su casa, y vio como los vecinos de enfrente se iban con las maletas, eres una familia de cuatro, los padres y dos hijas gemelas de unos doce años.

-¿A dónde vais? Preguntó Paula.
-Al pueblo, la ciudad ya no es segura. ¿Estás sola verdad? Puedes venirte con nosotros. Dijo el padre.
-No puedo, voy a esperar a mi hermano.
-De acuerdo, te deseo suerte.
Dijo mientras se iban a la carrera hacia el garaje.
Pasaron ya dos semanas desde que vio a sus vecinos por última vez, se quedó sola en el bloque de pisos y su comida ya se había acabado, solo salía de su casa para coger prestada la comida que sus vecinos habían olvidado, ella se encontraba en el primer piso, buscando en los armarios de los López cuándo un hombre de unos cuarenta y pocos, muy alto y musculado con una barba poblada entró en el piso de una patada, armado con un hacha en busca de comida, al verlo, la joven cogió una sartén y se agazapó a un lado, cuando pasó cerca de ella, le asestó un golpe en la cabeza con todas sus fuerzas.
El hombre ni se inmutó y se dio la vuelta amenazando a aquel que le había dado un sartenazo con el hacha, pero al ver que sólo se trataba de una asustada jovencita dejo el hacha en el suelo y con voz calmada le dijo:

-Perdóname, no pretendía asustarte, pensaba que no había nadie en la casa, solo venía a por algo de comida.
La chica, que vio que sus intenciones no eran malas tiró la sartén al suelo y se disculpó por el sartenazo.
-Por cierto, soy Julián, pero puedes llamarme Juli.
La chica le recordaba mucho a su fallecida hija, no pudo hacer nada para salvarla cuando uno de esas bestias se lanzó a su cuello cuando se estaban abasteciendo en una tienda de comestibles.
-Yo soy Paula y perdón por el golpe, me asusté, de todas maneras ya no hay mucha comida por aquí, mis vecinos se llevaron casi todo y a mí ya no me queda más que unas cuantas bolsas de patatas fritas.
-Oye, se me ha ocurrido una idea, estoy aquí de paso, me dirijo a un lugar libre de zombis, no está demasiado lejos y no me vendría mal algo de conversación en mis viajes. ¿Te animas?
Ya no tenía esperanzas de que su hermano estuviera vivo, no se había atrevido nunca a salir del piso sola, y en él no iba a aguantar mucho tiempo sola, así que aceptó la propuesta de Juli.
Antes de irse escribió una nota, en realidad creía que no la iba a leer nunca pero la escribió de todas formas, cogió la poca comida que había y se fue con lo puesto.

El camino a la Colonia se les hizo muy ameno, ambos contaron sus historias y bromeaban durante el viaje, apenas pararon dos veces a llenar de gasolina el jeep negro que Juli había encontrado por la carretera al empezar su viaje en solitario y que todavía no le había fallado.

-Tiene que ser aquí. Decía Juli mientras miraba un mapa.
-Aquí no hay nada, solo campo. Dijo Paula mientras señalaba el lugar rodeado en el mapa. ¿Estás seguro de que es aquí?
-Sí, los mensajes de radio daban exactamente estas coordenadas, no lo entiendo.
-Un momento, ¿Qué es eso? Dijo señalando unas vallas de metal.
Ambos se acercaron a leer el cartel que había junto a ellas.
-Acceso restringido, sólo personal autorizado.
-Que raro. Dijo el hombre mientras rascaba su cabeza.
-Eh vosotros, ¿Qué estáis haciendo ahí?
Se oyó una voz tras ellos.

Cuando se giraron vieron un hombre delgado y con uniforme militar, que les apuntaba con un fusil, a pesar de ir vestido cómo un soldado, no parecía pertenecer al ejército.

-Oímos los mensajes de radio, dijo Juli.
-¿Lleváis algún arma? Preguntó el soldado.
-Sólo un hacha. Dijeron ambos al unísono.
-Está bien, acompañadme.

El hombrecillo del ejército se adentró un poco en el bosque de pinos hasta llegar a una puerta metálica que ordenó abrir a los dos centinelas que la custodiaban, ellos también iban vestidos con el mismo uniforme, y al igual que él no aparentaban pertenecer al ejército.
Una vez dentro, pudieron ver el lugar, era una base militar, había varias casetas y barracones, además de algún hangar y un edificio de tres plantas. Estaba anocheciendo, por lo que no pudieron ver mucho más.

-Por aquí. Dijo mientras extendía su brazo derecho señalando al edificio.
Entraron al edificio guiados por el soldado y subieron hasta la tercera y última planta, el joven uniformado llamó a la puerta y al escuchar una voz femenina al otro lado que decía:
-Adelante.
Entraron, era un gran despacho con un gran ventanal desde el que se veía toda la base.

-Estaban fuera, dicen haber escuchado el mensaje.
-De acuerdo, muchas gracias, puedes irte.
-Tomad asiento por favor, soy Ana y soy la fundadora de este lugar, aunque veáis que llevamos uniformes militares, no somos soldados, encontramos esta base abandonada y utilizamos todo lo que disponemos.

-¿Era usted la del mensaje de radio? Preguntó Juli.
-Así es, sois los primeros en llegar gracias a él, seréis bienvenidos aquí si lo deseáis y contribuís. Actualmente somos 25 personas en la colonia, y necesitamos de más personas para poder defenderla y hacer labores varias. Aquí soy la máxima autoridad, si tenéis algún problema no dudéis en acudir a mí, ahora mismo alguien les acompañará hasta su barracón, mañana cuando hayan descansado hablaremos de muchas cosas.

Una chica también uniformada entró al despacho e hizo un gesto para que la acompañasen, llegaron al barracón número cuatro, donde la chica los dejó.
Entraron y en el había seis camas individuales, además de un baño y dos duchas. Los barracones uno, dos y tres estaban completamente ocupados, pero en el cuatro solo estaban ellos dos.

-No está mal. Dijo Paula mientras se lanzaba en un colchón.
-La verdad es que tiene buena pinta. Dijo Juli bostezando. Será mejor que descansemos, mañana será un día largo.
-Buenas noches, Juli.
-Que duermas bien pequeña, dijo mientras apagaba las luces

Hasta que la muerte nos enfrenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora