XXI.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

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3 de octubre. Déjenme expresar exactamente todo lo sucedido, tal y como lo recuerdo desde la última vez en que escribí en el diario. Debo hacerlo con toda calma, ya que no debo pasar por alto ni uno solo de los detalles que recuerdo.


Cuando llegué a la habitación de Renfield, lo encontré tendido en el suelo sobre su costado, en medio de un charco de sangre. Cuando me dispuse a moverlo, comprendí que había recibido varias heridas terribles; no parecía existir esa unidad de fines entre las partes del cuerpo, que parecen marcar incluso la cordura letárgica. Al observar su rostro pude advertir que lo tenía horriblemente magullado, como si se lo hubieran golpeado contra el suelo..., en realidad era de las heridas que tenía en el rostro que había surgido el charco de sangre. El asistente que estaba arrodillado al lado del cuerpo me dijo, mientras le dábamos la vuelta al cuerpo:


-Creo, señor, que tiene la espalda rota. Vea, tanto su brazo como su pierna derecha, así como el lado derecho de su rostro, están paralizados.


El asistente estaba absolutamente estupefacto, debido a que no se explicaba cómo había podido suceder algo semejante. Parecía absolutamente desconcertado y sus cejas estaban muy fruncidas cuando dijo:


-No puedo comprender ninguna de las dos cosas. Puede marcarse el rostro así, golpeando su cabeza contra el suelo. En cierta ocasión vi a una joven que lo hizo en el Asilo Eversfield, antes de que nadie pudiera impedírselo. Y supongo que hubiera podido romperse la espalda al caer de la cama, si lo hizo en una mala postura. Pero le aseguro que me es imposible imaginarme cómo pudieron suceder ambas cosas al mismo tiempo. Si tenía la espalda rota no podía golpearse la cabeza, y si tenía el rostro así ya antes de caerse de la cama, entonces habría rastro de sangre.


Entonces, le dije:


-Vaya a buscar al doctor van Helsing y ruéguele que tenga la bondad de venir aquí cuanto antes. Quiero verlo inmediatamente.


El hombre se fue corriendo y a los pocos minutos apareció el profesor, en pijama y con sus zapatillas. Cuando vio a Renfield en el suelo, lo miró agudamente y se volvió hacia mí. Creo que reconoció lo que estaba pensando, como si estuviera reflejado claramente en mis ojos, ya que dijo tranquilamente, manifiestamente para que lo oyera el asistente:


-¡Qué triste accidente! Necesitará una vigilancia muy atenta y muchos cuidados. Voy a quedarme con usted; pero, ante todo, voy a vestirme. Si quiere usted quedarse aquí, me reuniré con usted en unos momentos.


El paciente estaba respirando ahora de manera estentórea y era fácil comprender que había sufrido alguna herida terrible. Van Helsing regresó con extraordinaria celeridad, trayendo consigo un maletín con el instrumental de cirugía. Era evidente que había estado pensando y que se había decidido, puesto que, incluso antes de echarle una ojeada al paciente, me susurró:


-Mande salir al asistente. Tenemos que estar solos con él para cuando se recupere de la operación.


Por consiguiente, dije:


-Creo que eso es todo, Simmons. Hemos hecho ya todo lo que podíamos hacer. Será mejor que vaya a ocuparse de su ronda; el doctor van Helsing va a operar al paciente. En caso de que haya algo extraño en alguna parte, comuníquemelo inmediatamente.


El hombre se retiró y nosotros examinamos cuidadosamente al paciente. Las heridas de su rostro eran superficiales; la verdadera herida era una fractura del cráneo, que se extendía sobre la región motora. El profesor reflexionó durante un momento, y dijo:


-Debemos reducir la presión y volver a las condiciones normales, tanto como sea posible hacerlo; la rapidez de la sufusión muestra la naturaleza terrible del daño. Toda la región motora parece estar afectada. La sufusión del cerebro aumentará rápidamente, debemos practicar la trepanación inmediatamente, si no queremos que resulte demasiado tarde.

DRACULA (Bram Stoker 1987) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora