Capítulo II.

23 0 0
                                    

Aunque intentó de todas las formas volver a recobrar el sueño, éste la había abandonado por completo. Pasaron las horas mientras daba vueltas en la cama. Lloró, gritó, rió, fumó, comió, pero no logró volver a pegar un ojo.
Finalmente decidió darse una ducha y salir a caminar por las desoladas calles de San Javier. Bajó hasta las orillas del río y allí se quedó a esperar que la ciudad despertará lentamente.

San Javier era una ciudad ubicada al oeste de la provincia de Santa Fe, y aunque ya eran muchos sus habitantes, todavía se vivía con cierta tranquilidad. Martina vivió toda su vida allí, y el río San Javier, que surcaba la ciudad, siempre fue su mejor amigo. A él recurría cuando su mente estaba demasiado agotada.
Eran alrededor de las 6:30 cuando decidió volver a su departamento, Julián pasaría por ella en cualquier momento.
Luego de ponerse algo de ropa más comoda y guardar una muda en una mochila, preparó algo para desayunar, se maquilló para tapar sus ojeras y se dispuso a esperar a su hermano.
Eran alrededor de las 9 cuando escuchó sonar su celular.

"Julián: «Estamos abajo, bella durmiente»".

Sin perder tiempo en responder, agarró su mochila, las llaves y salió hecha humo de aquellas cuatro paredes. Por fin era libre.
Cuando llegó al auto, saludó a su cuñada con un beso en la mejilla, le acaricio la panza con cariño y en un susurro dijo:

- Disculpen ambos por no despedirlos anoche.- y esbozó una sonrisa tímida y triste. Luego miró a su hermano, le guiño un ojo y, tirando la mochila en el asiento trasero, se subió al auto para emprender el viaje hacia el lugar donde se desprendería de todos sus malos pensamientos.
El viaje fue largo, pero valía más que la pena. El lago era un amplio espejo de agua que colindaba con unas pocas hectáreas de tierra que su hermano había comprado hacía algunos años y donde ella encontraba ese cable a tierra que a todos nos hace falta de vez en cuando.
La estancia contaba con 80 hectáreas, una grande y antigua casa, del tiempo de la colonia, rodeada de hermosos jardines, que Martina y Sonia, su cuñada, habían logrado devolver a la vida después de mucho trabajo; un par de establos, que, luego de restaurarlos, Julián le había colocado un par de habitantes tras comprar cinco caballos, lo que enamoró más a su hermana de aquel lugar. Y ni hablar del pequeño muelle a las orillas del lago, donde la joven, agobiada, se sentaba colocando los pies en el agua y esperaba a que las penas se alejaran.
Allí estaba, empujando barcos imaginarios, cargados de tristes pensamientos:

- ¿Has conseguido que te dé alguna respuesta o consejo?

- ¡Juli!... Me asustaste ¿De qué estás hablando?

- Siempre te he observado sentarte largas horas en ese mismo lugar. Llegué a pensar que el lago tenía algún secreto, que era mágico o algo por el estilo, porque siempre te sentabas con los ojos cansados y fatigados, pero cuando regresabas a casa volvía a verse esa hermosa chispa en tus ojos que tanto me gusta ver.- Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Martina.- Intenté hacer lo mismo. Cuando estaba cansado, cuando la rutina me abrumaba, los problemas, la oficina, la casa... Nicolas... venía acá, me sentaba en ese lugar, miraba el lago, y hablaba con él. Pero nunca funciono. Volvía a casa igual de triste. Incluso pase muchas horas dentro de la canoa, en el medio del agua. Pero nada. Entonces, enojado con el lago y contigo, regresaba a casa, miraba a mi esposa, la oía cantar dulcemente, y todo el mundo y los problemas desaparecían. Volvía a ser yo mismo.

- Ella es tu cable a tierra. El lago es el mío.

- Y el de mamá.- Martina miró a su hermano cómo si éste le hubiera dado el secreto de la vida eterna.- Ella también venía aquí cuando estaba triste. Y pasaba exactamente lo mismo que contigo. Por eso llegué a odiar este charco de agua.- sonrió levemente intentando esconder una lagrima, muy al contrario de su hermana que lloraba a mares.- Eran dos gotas de agua. Te amaba más que a nada.

- No. No tanto como a él.

- Oh, si. Pero odiaba que fueses tan obstinada y protectora como lo era ella, porque sabía que eso, tarde o temprano, te haría sufrir. Tenía que hacerte fuerte.

- Yo quería ser como ella. Pero no podía amar a Nicolás como ella lo amaba. Y eso me enfurecia. Mientras más intentaba ser como ella, más odiaba a mi hermano, porque la veía desboronarse, la veía morir poco a poco y él ni siquiera lo sabía. Sólo seguía con su vida como si nada pasara. Por las noches la oía resar por él, deambulaba por la casa cuando no volvía por días, lloraba y yo lloraba con ella. No entendía cómo era posible que su propio hijo no viera el daño que le hacía y, aún así, pudiera amarlo tanto.

- Eramos sus hijos. Hubiese dado la vida por cualquiera de nosotros. Pero él era el débil. Por eso debía protejerlo. Nosotros dos podiamos sobrevivir por nuestros propios médios, pero Nicolás no. Necesitaba tenerlos cerca para que lo guiaran y lo mantuvieran en el camino, o por lo menos no se alejara tanto.
» Por eso prefería quedarme con él, con ellos, y pelearla codo a codo, juntos, no deshollarnos entre nosotros. Debes aprender a perdonar para poder seguir. Debes aprender a convivir con lo duro de la vida y darle lucha. Aunque estés vencida, siempre queda una bocanda de airé más.

- ¿Y no te dolía?

- Si y no. Nicolás nos necesitaba, nos necesita, entonces cuando me cansaba de remar contra corriente sin ver frutos, me enfurecía con mamá, con papá y con Nico, igual que vos. Pero cuando encontraba mi cable a tierra,- señaló la casa y sonrió- me daba cuenta que tenía que seguir, porque son mi familia, y los amo por lo que son, por lo que fuimos, y algún día podemos ser lo único que nos quede.- Al terminar de hablar acaricio el cabello de su hermana.

- ¿Que sería mi vida sin vos?- dijo ella y sonrió cariñosamente, como quien encuentra luz en medio de una noche eterna.

- Ya te dije: la misma, pero sin sobrino.- ambos comenzaron a reir, abrazados.- Volvamos adentro, esta por llover.

Después de la muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora