El día en la lujosa cafetería Darrior estaba tranquilo pero siempre en alguna hora del día el trabajo se desata como las ordenes, todos corriendo de un lugar a otro, con miedo que su jefe cruce la puerta.
El señor Damian Darrior era el jefe y fundador de unas de la más lujosa cafetería en la ciudad y con ideas de expandirse. El caballero era un hombre completamente serio de un carácter muy fuerte, sus ojos eran totalmente calculadores fríos y te miraba de una manera qué hacía querer esconderte. En la cafetería trabaja su mano derecha, su hijo menor; Thomas Darrior, cabello castaño claro, ojos entre verdes y marrones una mezcla bastante extraña. Se veía un chico bastante pasivo pero en realidad era muy egocéntrico, simpático, era el tipo de chico que te sorprenden.
Thomas estaba reclinado en el mostrador ordenando las boletas sin ninguna preocupación, traía una camiseta azul y sus jeans negros se vestía simple y cómodo aparte de tener una cantidad estúpida de dinero en su tarjeta de crédito.
El joven estaba tan metido en sus cosas que no se dio cuenta cuando una chica entro al local. Cabello hasta los hombros color castaño, sus ojos eran marrones y se vestía muy básica pero linda. Se acerco al mesón, se sentó en el taburete frente a Thomas, ella quedo mirando al chico y una especie de pánico la recorrió.
—¿Thomas?—dijo algo sorprendida, pero al igual con una media sonrisa.
El castaño levanto su vista y pareciera que le habían dado un golpe bajo, la analizo con la mirada. Ella no había cambiado nada, la misma mirada desde el primer día que se conocieron seguía ahí.
Thomas deslizo una sonrisa egocéntrica mientras ponía la mano en su mentón.
—Te hace falta un chico como yo en tu vida.
Ella río y negó—; No gracias, no más errores.
—Que odiosa, como siempre—largo una carcajada y siguió anotando en el libro de ventas.
—¿Que? ¿No me atenderás?
Dejó caer el lápiz y la miro directo a los ojos. Ella instintivamente los aparto nerviosa, no podía creer que él siguiera teniendo el mismo efecto en Dalia, después de tanto tiempo.
—Quiero una limonada con...
—Dos hielos, ni más, ni menos. Lo tengo claro.
Dalia entrecerró los ojos y movió su cabello—; Eras tú... ¿como no me di cuenta?—dijo sorprendida—, la misma personalidad de niño mimado, y egocéntrico.
—Y tu la misma odiosa, funcional y bipolar.
—Menos mal te deje.
Thomas dio la vuelta por el mostrador.
—A mi nadie me deja te lo he dicho, Dalia.
Se acerco a paso lento.
Ella se bajo de la silla dispuesta a irse. Le dedico esa mirada, como la última vez. Porque después de todo extrañaba a su novio divertido y atento.
Se dio la vuelta, pero Thomas la tomó de la muñeca.
—¿Crees que te dejaré ir una vez más?, no te pongas ruda princesa—acomodo su cabello—, admite que te has enamorado de mi, una vez más.
Ella rodó los ojos—; Me das asco.
—Ahora dices eso luego de que te comiste mis babas.
Y en ese momento no saben porque o fue por magia o tal vez hasta impulso los dos se acercaron y juntaron sus labios.