El frío helador que arrastraba el viento, discurría entre las edificaciones de la ciudad, entrando por cada rincón que sus ocupantes hubiesen dejado al descubierto y asaltaba a todo aquel descuidado que aun paseaba por la calle. El Imperio se preparaba para otra noche congelada.
— ¡Te digo que eso no es cierto! —era la voz de un crío la que retumbaba entre las paredes y asaltaba la calma que ofrecía el anochecer.
—¡No puedes decir esas tonterías! —una segunda voz acompañaba a la primera.
—¡Ninguno de los dos tenéis razón! —casi como si fuese obligatoria, la tercera voz hizo acto de presencia dando por imposible el descanso que los vecinos cercanos tanto ansiaban.
En un apartado rincón de la plaza principal de la ciudad, el grupito de niños discutía acaloradamente, ignorando por completo la hora del día en la que se encontraban, ignorando así también la helada que se avecinaba y la nula visibilidad de la que disponían en el exterior.
—Será mañana cuando nombren al nuevo campeón—indicó el más pequeño de los tres con una energía impropia para alguien de su tamaño.
—¡Que no!, veréis como no echan a Roark.
—A mí me cae muy bien—la única niña del grupillo se encogió de hombros al decir aquello.
Los ladridos sordos de algún perro, el golpeteo producido por las contraventanas de la casa abandonada justo a su lado al ser mecidas por la suave brisa nocturna, e incluso el tipejo borracho que regresaba a su tugurio dando tumbos por el camino empedrado; todo aquello permanecía totalmente ajeno a la alegre conversación que los infantes mantenían en activo, y nada lograría el efecto contrario, al menos ellos no dejarían que eso pasase.
—Ya sé lo que haremos—dijo el niño mediano—apostaremos para saber quien tiene razón.
—No sé qué es eso—indicó la niña.
El primero de los críos, el más pequeño de todos soltó una carcajada que desembocó en un pronto enrojecimiento de su amiguita.
—Es muy fácil. Cuando sepamos quien de los tres tiene razón, el que gane se llevará algo de los otros dos—aclaró el mediano.
Los ladridos del chucho que se venían escuchando siguieron con su melodía incansable y lejana, la brisa nocturna se calmó dando una tregua a las ya maltrechas contraventanas de la casa y el borracho comenzó a entonar a pleno pulmón una patética cancioncilla. Sin embargo, los tres críos continuaron enfrascados en su conversación, rebuscando en sus infantiles mentes aquello que podían sugerir como apuesta.
—¿Y qué pasa si ninguno de nosotros tiene razón?
Al escuchar aquello, los otros dos niños comenzaron a reír al mismo tiempo que no muy lejos de allí, unos guardias nocturnos se llevaban a rastras al borracho entre interminables balbuceos incomprensibles.
—Pareces tonta—afirmó el niño pequeño, una afirmación que de nuevo desembocó en un enrojecimiento facial de la niña.
—Pues que nadie gana, así de simple, todos nos quedaremos con lo que íbamos a apostar, ¿a que es fácil?
—Parece divertido—dijo la niña con la cara aun ligeramente enrojecida.
—Está bien—al crío mediano le brillaron los ojos por un momento—mañana vendremos aquí mismo con algo para apostar, y entonces veremos quien tenía razón.
—¡Ya veréis como no echan a Roark!
El silencio que parecía tener una eterna amistad con la penumbra nocturna apareció de nuevo cuando las voces del grupillo de infantes bajaron de tono.
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Relatos de una promesa
FantasíaEl Protectorado es una tierra que dejó atrás las guerras y las leyendas hace muchos años. Ahora, sus habitantes tan sólo priensan en su progreso como sociedad idílica. Pero esto no es igual para todos. Algunos hombres deben buscar su lugar en un m...