Capítulo V: El Reconocimiento

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Permanecí quieto, sin emitir un sonido. La caída casi me desnuca, pero bien estuve alejado de ella, sostuve la misma posición de aterrizaje sin mover un músculo (como si no moverme me haría invisible fuera de Jurassic Park; otra vez brillante, Mateo).

Para explicar como estaba les puedo decir que estaba "sentado sobre una cadera" (si eso es posible) con las piernas semicontraidas y una mano tirada sosteniéndome; en esa dolorosa posición me mantuve mientras la mágica aparecida terminaba de comprender mi enérgica reacción. Su faz de incertidumbre con sus ojos ajetreados me recorrían todo el cuerpo mientras mi rostro de turbación trataba de evitar el contacto visual. El fenómeno imposible de la física era el que miraba con temor y duda a la materia existente previamente.

Su reflexión interna habría durado un minuto, siendo exagerado; tras mirarme sobradas veces y al punto de casi perder el miedo a moverme, ella suelta su mueca tensa y empieza a sonreír sin mostrar los dientes y cerrando los ojos, como si una recordara una fruslería y le causase una pequeña risa.

Se encontraba sentada sobre sus rodillas en el medio del sommier, y apuntando unos segundos a la botella que había echado al tirarme, pregunta con aquella voz amigable de antes:

- ¿Puedo tomar un traguito, por favor? - Juntando las manos y haciendo cara de "perrito regañado"
-Ehm... Sí - tras pensarlo bastante mientras decía "ehm"- Metele nomas.

No dudo un segundo en romper su postura para estirarse y agarrar la botella de agua acostada sobre mi mesita con cajón.

-Bueno. - Dijo mientras la destapaba- Le meto entonces...

Calló su tono sugerente con un prolongado trago de agua, no sin terminar la idea con un guiño de su ojo.

El susto se convirtió en morbo: ¿Quién carajos era? En mi vida encontré a una persona parecida; este tipo de chicas no pasan desapercibidas y sobre todo cuando tienen este don de aparecer en medio de la noche en la casa de alguien.

No sabía nada acerca de ella, excepto lo que podía ver: Era pelirroja, su cabello le llegaba hasta los hombros y un poco de él cubría su frente. Era quizá de un matiz cobrizo intenso con matices levemente más claros. (recuerden, soy hombre) Su piel era color luz de día, no era pálida sin dudas, era su tez de porcelana y una fina a juzgar por las facciones de su rostro que al trazar una sonrisa dejaban ver unos marcados hoyuelos. Una nariz fina y del tamaño justo, unos labios rojos, que me daba constantemente la sensación de estar helados. Era una chica no más alta que yo, y delgada, pero no perdía su atractivo los minishorts que usaba en ese momento, luciendo sus piernas alargadas. Lo que más me extrañaba además su misteriosa venida, era lo atractiva que me parecía.

Lo que era verdaderamente inexplicable eran sus ojos inquietos que me recorrieron de arriba a abajo. No eran muy grandes ni de una forma irregular, eran redondos y muy bellos; no se hallaba a ciencia cierta una respuesta al color de sus ojos: Uno no sabía si eran verdes en la opacidad o eran azules en la claridad o mejor uno se dejaba de preocupar por ello y se deleitaba con esa belleza. Cuando posó su mirada en la mía, pude ver por un instante el mar (Inédito para un paraguayo, al menos, para uno que nunca viajó al extranjero) y ese momento bastó para olvidarme de todo. A la tercera vez (probablemente) de haber dicho "Hola, ¿Me escuchás?" y moviendo su mano de lado a lado frente su rostro, logro reaccionar.

-¿Qué pasó? - volviendo a la realidad-

- Decime vos - soltando una leve risa marcando sus hoyuelos- Señor aéreo.

- Habla la chica que aparece de la nada en mi pieza - reí, pero recordar ese extraño suceso la cortó de golpe-

Ella no me escuchó, simplemente le dio un sorbo al agua de la botella, pero cayeron muchas gotas sobre la singular remera blanca de manga larga lila y se detuvo.

Dejame solo,  Soledad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora