Capítulo XI: El adelanto

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Reaccioné al día siguiente alrededor de las once de la mañana, el dolor de cabeza era abrumador y sentía que tenía mancuernas en lugar de párpados por la dificultad con la que mantenía los ojos abiertos.

Miré alrededor y no vi a Soledad en ningún lugar, por lo cual sentí un enorme alivio, aunque ella aquel día terminó explicándome que todo fue mi culpa... o ¿ya estaba demasiado borracho y solo imaginé dicha conversación? La verdad que la resaca (creo que eso es lo que tenía ya que era la primera vez que bebía así) no me permitía ni dejar la vista centrada en un punto. Me senté en la cama unos segundos y tomando impulso me puse en pie; tuve que sostenerme de la puerta que quedó entreabierta desde ayer y que casi me traiciona yéndose hacia atrás bruscamente al momento de abalanzarme sobre ella. Sentí como un verdadero logro olímpico bajar al primer piso.

Mis ojos ardorosos no encontraron tampoco a Soledad en la planta baja, entonces fui al mueble del comedor con la intención de quitar una taza para tomar un rico cocido con leche a pesar del horrible dolor de cabeza, cuando, detrás de mí oigo una voz:

- ¿Qué buscás? Acá esta todo servido ya. -responde Soledad desde la supuesta cabecera, junto a la puerta trasera- ¿Vas a tomar cocido o café?

¿Asustado por qué ella aparezca así? No, pero si me extrañó lo del desayuno y peor, que me lo ofrecía.

-Ehm... Cocido nomás.

-Está bien. -agarra el termo perfectamente cilíndrico termolar en el que guardo el líquido negro y lo sirve en una taza de rayas azules con un platito blanco debajo que se encuentra a su izquiera- ¿Hasta ahí?

-Hasta ahí. -con cierta timidez - Ahora le voy a poner leche...

-Ok.

Se veía afectada por algo, no lucía con el mismo ímpetu que ayer o de los días anteriores; su expresión era totalmente distante, indiferente, trataba de disimularlo siendo servicial pero daba la impresión de tristeza.

- ¿Vas a querer pan tostado? Si querés, ahí hay en la mixtera, hice un poco.

No es muy popular la tostadora por estos lares...

Ok. Gracias. Voy a poner esto en el microondas -repuse mientras ella revolvía su café batido.

-Está bien. -contestó para darle un lento sorbo a su taza con pecas violetas.

Al ir rumbo al microondas, que está casi en la esquina más lejana de la mesada de la cocina, pude ver el atuendo que llevaba Soledad: Llevaba la misma remera aeropostale y el mismo Jean azul que llevaba Julieta aquel fatídico día. Además, y la verdad que era un detalle que no entendía como dejé pasar por alto, su peinado era completamente distinto; era mucho más largo, quizá pasando unos seis dedos de sus hombros; su corte que parecía darle una especie de flequillo hacia la derecha se había vuelto liso, y su cabello quedaba repartido a ambos lados equitativamente, formándose una raya en el centro de su cabeza; si bien el color era el mismo, el corte era el mismo que tenía ella.

- ¿Soledad? -sin despegarle la mirada mientras mecánicamente introducía la tasa al microondas.

Simplemente se volteó y quedó de perfil, a la par que una de sus piernas se hallaba formando un cuatro con la otra sobre el asiento, ella me asignaba el ojo derecho para verme.

- ¿Qué pasa? -Volví a preguntar.

Simplemente volvió la mirada a su café y me dejo sin respuesta. Era una actitud bastante extraña la que tenia ella así que me olvidé del cocido y me acerque a Soledad. Cuando estuve a su costado desvió la mirada al ventanal de la puerta que da al patio y permanecía en total silencio. Fui para ese lado también a modo de prueba y me topé con el mismo resultado, el de ella desviando su mirada al lugar opuesto al que estaba. Como ella no tenía demasiados privilegios en mi vida, al hacerme lo mismo otra vez, la agarré de los hombros con cierta brusquedad y le hablé.

- ¡Hey! -mientras intentaba mirar hacia el ventanal- ¿Qué pasa? Miramena al menos cuando te hablo.

La escena se volvió en un perturbador deja vu, claro que solo me parecía una coincidencia escalofriante, hasta que ella contestó.

-Lo siento Mateo, ya no puedo hacer esto. -Y se veían brotar unas lágrimas de sus ojos-

- ¿Pero qué... ¿Por qué llorás? -Le pregunté al estar confundido.

-Mateo, lo siento, no puedo ser yo tu única amiga. -Mientras tomaba ambos lados de su cabello y clavaba los codos junto con sus lágrimas sobre la mesa, a un costado muy cercano de la taza.

- ¿De qué estás... -Trataba de ver su rostro pero ella no lo permitía con sus manos que la cubría totalmente.

- ¿No entendiste Mateo? Ya estaba agobiada, ¡no podía seguir con eso por eso! -Soltando una mirada nerviosa hacia mi, entre las lagrimas y el enojo- ¡Era demasiado!

- ¿Pero demasiado por qué? Acaso no era yo...

- ¡No! No entendés yo creí que... -Esta vez llevó su rostro junto con un puño que cayó suavemente contra la mesa, pero temblaba de manera inusual- Lo entenderías, pero no lo hiciste Mateo, y yo quise... pero era mucho para mí.

-La verdad, me estás asustando Soledad... ¿de qué hablás?

- ¿Por qué? ¿Por qué no hacés lo que cuesta? ¿Por que vas a lo más sencillo siempre Mateo? Eso te llevó adonde estas.

- ¿Qué?

-Lo siento yo, no puedo ¿Ok? Perdóname.

Se levantó presurosa de la mesa, no tomó reparos en tirar la silla a un costado para salir y como toda salida dramática amerita, el llanto era bastante fuerte como para escucharlo hasta que hubo subido el último escalón de la escalera.

Además de una desagradable repetición de hechos dolorosos, me brindó unas frases que no iban al caso... ¿o sí? Era bastante confuso lo que decía pero ella estaba convencida de lo que decía. Tal vez, ¿Era lo mismo que sentía Julieta? ¿Ella quiso decirme todo esto y no pudo? ¿Por qué no me lo dijo? ¿Qué la detuvo? ¿A qué se refería con que tomo lo fácil?

El sonido alarma que avisa que el microondas terminó su tiempo de funcionamiento me quitó de mi cavilación. Al poner el cocido con leche y su tono de amarillo oscuro estaba frente a mí, solo tenía ganas de revolver el contenido con la cuchara. Perdí el apetito y por obligación, lo fui bebiendo de a tragos pequeños. La fragilidad me invadía y la casa tomaba de nuevo un aspecto melancólico al ser otra vez yo el único con el que podía interactuar (aunque esto pueda ser tachado de locura) porque, no tener con nadie con quien hablar ya me estaba fastidiando, pero no quería parecer más desesperado de lo que ya estaba escribiendo a alguien, así que decidí esperar al lunes. Tal vez los "amigos" ayuden a fatigar esta angustia, a no ser que Soledad esté rondando por donde vaya.

Dejame solo,  Soledad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora