Soraru se acarició la nuca, tenía un bran chichón en la parte de detrás de la cabeza por culpa de un golpe, ¿contra qué se había dado? Recordaba haber regresado a casa y... después todo estaba borroso. Miró a su alrededor, estaba en un cuarto gris iluminado por una bombilla desnuda que se balanceaba en el techo, él estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en una de las paredes del pequeño cuarto, sucia y grasosa.
Intentó levantarse poco a poco, dándoles tiempo a sus piernas para que dejasen de temblar, aunque no lo parecía estaba muerto de miedo. Sus manos subían por la rugosa pared a la vez que todo su cuerpo para estabilizarse. Cuando consiguió mantenerse de pie se dio cuenta de que en una de las esquinas, al otro lado de la habitación, también había alguien, era un chico con el pelo blanco que se encontraba encogido en posición fetal.
-Oye -le llamó Soraru, pero el chico no respondió-. ¡Oye!
Notó que se movía y dio unos pasos hacia él, parecía que murmuraba algo. Se agachó y fue a gatas hasta tenerle cara a cara. El chico estaba llorando mientras susurraba algo, de su brazos caía sangre pues estaban llenos de cortes bastante profundos.
-¿Qué te ha pasado? -le preguntó.
-Lo siento mucho... -respondió simplemente el chico.
-¿Sentir? No tienes que sentir nada -Soraru se sentó a su lado y secó las mejillas del chico con su manga, tenía unos bonitos ojos rojos-. El único que debe sentir algo es quienquiera que te haya encerrado aquí, ¿alguna idea de quién es?
El otro negó, al ser atacado solo había podido distinguir unas siluetas grandes y oscuras, pero ningún rostro le venía a la cabeza por más que intentase pensar en ello. Sus piernas comenzaron a temblar y las abrazó contra su pecho, intentando calmar también el latido de su corazón.
-Me llamo Soraru -dijo el ojiazul intentando ignorar los cortes de las muñecas del otro, completamente a la vista.
-Soy Mafumafu... -suspiró y le dirigió una mirada a Soraru lo suficientemente seria como para que el otro no apartase la mirada de sus ojos-. Lo siento, seguramente esto es culpa mía. Esos tipos debían ir detrás de mí para... para... no sé, para lo que todos quieren, usarme.
-¿Usarte? ¿¡Qué tonterías dices!? No eres un arma ni nada parecido, o al menos no tienes pinta de ello.
-Supongo que tienes razón, pero tampoco es que a primera vista tenga pinta de que me corto las venas, ¿no crees? -se rió y echó la cabeza atrás, a Soraru no le hacía ninguna gracia el asunto-. Cálmate, esto no es lo que puede parecer y... tampoco es tan malo.
Mafumafu comenzó lamer la sangre de sus heridas y las heridas mismas comenzaron a cerrarse por sí solas, quedó con la boca llena de sangre y el brazo pegajoso por la saliva, pero volvía a estar sano. Soraru temblaba mientras veía al peliblanco, sonriendo con los rastros de sangre en su boca.
-¿Te sorprendí? Perdón, supongo que la gente normal no está acostumbrada a ver esta clase de "poderes de regeneración". Es bastante útil, la verdad, pero no a la hora de salir de aquí.
-Huh...
-¡Nadie va a salir de aquí! -tronó una voz al otro lado de la puerta.
Alguien golpeó el portón de metal provocando un sonido ensordecedor, sonó otro golpe y a Mafumafu le empezaron a pitar los oídos, se puso las manos a ambos lados de la cabeza rogando que parara entre murmullos. Pero los golpes siguieron y siguieron, cada vez más fuertes para ahogar los gritos de los chicos.
-¡Hey, amigo, cálmate! ¡Él no se encuentra bien! -le comentó Soraru mientras ponía uno de sus brazos en el hombro de Mafumafu.
El sonido paró y la puerta fue abierta, una figura negra con una navaja en una de sus manos miró a los chicos torciendo la cabeza. Mafumafu se aferró al brazo de Soraru mientras él intentaba no lanzarse sobre el otro para acabarlo con la rabia acumulada.