PRÓLOGO

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México, algún momento del siglo XIII

El fuego de las antorchas arde en un crepitar de súplicas vacías, en una combinación de calidez agradable y graves accesos de frialdad espantosa. Es el frío de la muerte; la joven lo siente derramándose desde el filo de la piedra que compone la hoja del puñal ceremonial, desde los marmóreos brazos del sacerdote, oculto ya su rostro tras esa espantosa máscara de piedra. Es la personificación misma del terror, la muerte disfrazada de hombre hercúleo, de largos cabellos y ataviado por una capa de piel de jaguar, brazaletes, tobilleras y taparrabo hechos del mismo material y un collar de rocas dentadas bailoteando sobre su pecho desnudo de proporciones imposibles.

No muy lejos, como un viento demencial, la joven escucha los alaridos de los fieles que imploran su sacrificio. "¿Quiénes son?", se pregunta, como si esto tuviese ya alguna importancia. Pero la tiene. En su mente, en sus creencias, en el fuero más interno de su alma, la tiene. Porque mucho antes de ser capturada, mucho antes de que los cazadores de hombres diezmaran su aldea frente a su oblicua mirada de espanto, ella había escuchado hablar sobre los aztecas y sus sacrificios consagrados al Sol. Pero en esas historias que los ancianos solían contarle, los aztecas eran guerreros orgullosos, sirvientes de un Sol aún más orgulloso que sólo era capaz de saciar su sed con la sangre de enemigos entregados a la guerra. Y allí estaba ella, una simple doncella virgen cuya única vinculación con las artes bélicas la constituía un hermano largamente muerto en una trifulca y un anciano padre senil a consecuencia de los asaltos a otras aldeas y una vida de guerrero (este hombre ahora yacía muerto al igual que todos los de su tribu por acción de las lanzas de los cazadores de hombres). Si hubiese entregado su vida a la guerra, la muchacha no hubiese tenido ningún problema en aceptar su destino de mártir; pues morir por otro día más de luz solar... eso estaba bien, eso era justo, eso era lo que creían los aztecas. Pero ahora, atada sobre la fría piedra de un altar con olor a vidas breves, ve brillar la pálida e indiferente luz de una luna llena por sobre el rostro inexpresivo del sacerdote-verdugo. Esto no es un sacrificio al padre de todas las cosas; tal vez estos ni siquiera sean los aztecas.

El puñal se eleva un par de centímetros, los músculos del monstruo humano se tensan, un rugido gutural escapa por debajo de la máscara de piedra.

—¡La sangre es vida! —grita el sacerdote con una voz que recuerda el rugido de algún animal salvaje o, peor aún, la elemental furia de la ira celeste.

Un coro de bestias de aspecto antropomórfico explota en un vitoreo frenético que pide muerte, que ha estado pidiendo lo mismo desde sus orígenes, que ha aprendido a gozar con la finitud de la vida pero que, aún así, le teme y desea trascenderla, prolongarla. Por un instante el tiempo parece detenerse y la muchacha ve bailotear el puñal y hasta cree escucharlo gritando su nombre, exigiendo su sangre para regocijo de quién sabe qué divinidad taimada y perversa. Ella intenta escapar por última vez, pero las gruesas cuerdas que sostienen sus tobillos y muñecas le recuerdan que esa opción había dejado de existir en el preciso instante en que esos hombres misteriosos habían puesto un pie en su aldea. El arma ceremonial comienza su precipitado descenso y ella sólo atina a oponer una última resistencia: no piensa gritar cuando el sacerdote le siegue la vida, no piensa darles esa satisfacción. Cierra los ojos, unas lágrimas de rabia le recorren los pómulos mientras se refugia en la seguridad de una felicidad pretérita. El puñal le atraviesa el pecho. La muerte la encuentra recordando a un viejo amor.

Un violento borbotón de sangre escapó del cuerpo sin vida de la joven por donde el puñal le había abierto una falsa boca. A la luz de la luna, el líquido asumió un color negro intenso, magnificado, quizá, por el contraste que se había creado cuando éste tocó la grisácea superficie de la máscara de piedra del hercúleo sacerdote.

JOJO'S BIZARRE ADVENTURES: PHANTOM BLOOD: THE NOVELIZATIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora