UNO

280 13 0
                                    


Inglaterra, 1880

Desde el interior de una ruinosa cabaña, recostado sobre un desvencijado camastro, un anciano se convulsionaba en un acceso de tos que amenazaba con hacerle vomitar sus propios pulmones. Su calva cabeza rebotaba contra la almohada como un triste péndulo en posición vertical. Por sobre la arrugada piel de la frente se derramaban sin el menor disimulo unos espesos y brillantes hilillos de transpiración que descendían por unos pómulos redondeados hasta mojar una barba blanca y mal recortada. Por momentos el anciano intentaba ponerse en pie con un patetismo que recordaba a esas moscas atrapadas en frascos que se empecinan en seguir volando sin cesar en busca de una salida imposible hasta morir estrelladas contra un horizonte de cristal, en pleno vuelo.

—¡Dio! —gritó el anciano con una voz ronca, mientras podía hacerlo, antes de que un nuevo acceso de tos le arrebatara la garganta. Abría la boca enormemente, revelando su poco poblada dentadura amarillenta. —. ¿Puedes oírme?

Otro ataque de tos, esta vez más violento aún que los anteriores. El anciano se dobló sobre su propio pecho, arrugando con el puño contraído la parte de su camisa que reposaba a la altura del corazón. Los ojos se le llenaron de lágrimas, éstas se confundieron con el sudor en una sola mezcla de temor y resignación.

—Dio... —alcanzó a susurrar mientras estiraba una mano enfermiza, temblorosa y llena de pústulas hacia algún lugar de la habitación—. ¡Ven aquí! —Más de esa tos espantosa—. ¿Me oyes, Dio...?

En la trayectoria de esa mano moribunda, frente a la ventana frontal de la cenicienta vivienda, se hallaba un sillón antiguo, dándole la espalda a las súplicas del anciano. Sobre el asiento reposaba un adolescente de trece años de extrema belleza, vestido con una camisa blanca, unos pantalones color caqui con tiradores negros y unos zapatos de cuero de un marrón oscuro. En su mano derecha sostenía un grueso volumen de la novela Gorgeous Irene a la cual sus verdes ojos como esmeraldas llameantes le prestaban toda su atención, sin siquiera reparar en el anciano moribundo a sus espaldas. La luz de la luna que se filtraba por la ventana le confería un brillo especial a sus dorados cabellos y a la palidez delicada de su piel.

—Dio —volvió a llamar el anciano en un hilillo de voz que no tardó en truncarse por intervención de la tos.

El muchacho cerró violentamente el libro; un suspiro largo y cansino dejó al descubierto que cualquier intento de ignorar a ese vejestorio molesto se había vuelto inútil. Cerró los ojos, pensó en algo lejano, los volvió a abrir y, aún con el libro en la mano, se dirigió hacia la cama donde el viejo temblaba de dolor.

—¿Necesitas medicina, viejo? —La voz salió acompañada de un dejo profundo de hastío; en el pasado había sabido disimular el desprecio que esa cosa antigua y decrépita que alguna vez supo ser un hombre le provocaba, pero la falsa misericordia y la piedad barata se habían ido esfumando casi juntamente con la salud del anciano.

—No... medicina no... —Los ojos del anciano giraron sobre sus cuencas con visibles señales de terror; había algo en la palabra "medicina", una suerte de significado oculto demasiado espantoso hasta como para pensarlo, que lo ponía visiblemente incómodo—. Dio... tengo que... —Tos, espantosa, dolorosa, inclemente—. Tengo que decirte algo. No me queda mucho tiempo...—. Detrás de la tragedia que encerraba este enunciado, el anciano dejó traslucir un débil destello de alivio, para bien o para mal, todo acabaría en cuestión de tiempo. Y ese tiempo en cuestión parecía ser más breve de lo pensado—. Me estoy muriendo.

Nada. No hubo ni el menor cambio en el rostro del muchacho. Sí, sabía que esa masa de carne débil y convulsa sobre la cama se estaba muriendo. Sí, sabía que el moribundo no era otro que su padre. Pero por sobre esas dos cosas, sabía algo más: odiaba a ese vejestorio casi tanto como a su pobreza. Anciano estúpido... ¿Qué le importaba a él su patético final?

JOJO'S BIZARRE ADVENTURES: PHANTOM BLOOD: THE NOVELIZATIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora