● Prólogo ●

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-Hannah... ¿qué estás haciendo ahora? -suspira aburrida mi madre.

Aunque yo fuera la felicidad en persona, estar diecisiete años junto a mí, veinticuatro a siete, termina siendo aburrido y predecible para ella.

-Escuché en la tele que cuando estás de cabeza estudias mejor -le digo calmada. Estoy acostada boca arriba, con mi cabeza colgando en la orilla de la cama mientras sujeto con ambas manos el libro de física.

-Mírame -levanto el libro para poder ver a mamá al revés -. Estas más roja que un tomate, hija. Deja de bromear y empieza a estudiar, que podría apostar a que el examen lo tienes mañana.

Pero qué bien me conoce esta mujer.

Ruedo hacia la derecha para quedar boca abajo y me impulso, quedando sentada en la cama mientras le sonrío.

-Me voy al trabajo Hannah, adiós. Espero que llegues con una buena nota -me apunta amenazante y cierra la puerta, dejándome sola de nuevo.

-Y yo a que se te olvide que tengo examen -susurro para mí misma.

Gracias a que mi madre se haya hecho amiga de la profesora Clarie Johnson de mi instituto, sabe casi todas las fechas de mis exámenes y le está afectando mucho a mi tiempo libre. Creo que debería de acabar con esa amistad lo antes posible si es que quiero seguir con mi vida social. Aunque ya se me ocurrirá algo.

Espero hasta no escuchar sus pasos y saco mi celular para llamar a Aide, una de mis mejores amigas. Al tercer pitido contesta.

-¿Cómo está mi chica griega? -digo en un tono divertido.

-Hola Hannah, ¿qué hiciste ahora? -contesta aburrida. Vamos, que no solo la llamo cuando estoy en problemas.

-Nada Aide, sólo intentaba estudiar, pero no hay caso, nada me entra. ¿Quieres ir al cine?, mi mamá ya se fue al trabajo -pregunto con entusiasmo en mi voz.

Suspira, cansada de mi irresponsabilidad.

-Hannah, yo también tengo examen mañana. La única manera de juntarnos sería a estudiar -y no me gusta lo que escucho, ¿por qué siempre tiene que ser tan correcta?, ¿es que acaso no hago bien mi trabajo de mala influencia?

Doy un suspiro sonoro.

-Por favor, necesito distraerme un ratito. Sólo una película, si no te gusta nos vamos a estudiar, ¿sí? -suplico con una voz muy aguda, siempre se ríe cuando hablo en ese tono. Y no fue la excepción, unos segundos después sale una gran risa del teléfono.

-Esta bien, pero te haré estudiar si o sí -doy una gran sonrisa y salto encima de la cama un par de veces.

-Estoy en tu casa en quince, arreglate griega -le guiño un ojo, aunque es obvio que no lo ha visto.

-Adiós.

Al colgar me voy a arreglar y sacar dinero del cajón de mi madre, pero sólo un poco para que no se dé cuenta mas tarde.

Pensé mucho en si traer el libro o no, ¿pero para qué? Si al final terminaré viendo dos películas seguidas. Siempre me salgo con la mía.

(...)

Me encuentro en frente de la casa de Aide, hace un minuto me señaló desde su ventana que esperara un poco, y eso hago. Pero no soy muy paciente, así que comienzo a tirar piedresillas para que se apure.

Si sus padres no fueran tan enojones y serios hubiera comenzado a gritar, pero no hacer ruido tirando piedras a su ventana no era una mala idea.

Aide abre la puerta principal con una fina línea sustituyendo sus carnosos labios y sus cejas pobladas inclinadas, mostrando su enojo. Yo sonrío. Cuando llega a mi lado me toma de la mano y empezamos a caminar, o mas bien, me empieza a arrastrar.

-Una piedra más y te juro que te tiraba la tele por la cabeza desde la ventana. Casi escucha mi padre -habla firme mientras mira al frente. Yo sigo sonriendo, pero con culpa. Si él escuchaba, llamaba a mi madre y castigaba a Aide por una semana, mínimo.

-¿Perdón? -le sonrío de lado, dudosa. Ella encara una ceja.

-Mejor no hables que empeorarás las cosas, te conozco. Mejor cambiemos de tema.

Continuará...

El Muchacho de los ojos TristesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora