Prologo

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Las ramas secas de los abedules se mecían vanamente contra las brisas invernales, todo parecía cobrar nueva vida y nueva energía de noche, alimentado por la blanquecina luz de la luna y una neblina sutil sobre el suelo. El paraje daba la impresión de estar desolado incluso cón las pequeñas casas que se erguían irreverentes en aquel lugar. El silencio sólo se veía cortado por los silbidos de un viento invisible que avisaba a quien lo escuchara sobre el frío que traía.
En el día, el pueblo de Blackadder no era muy distinto, salvo por los niños y las pocas aves de corral aquel lugar era, sin duda ni ambigüedad, un pueblo deprimente. Todos sus moradores eran reservados y muy pocas veces sonreían. Sus construcciones tampoco eran una excepción, casas de madera derruidas por la humedad y pequeños corrales que, pese a ser pequeños, parecían vacíos. La única construcción que no parecía precaria era la iglecia, hecha de pierda y con hermosos mosaicos en sus paredes, inclusive parecía tener su propia luz.
Despierta.
En la fría noche, en una de las casas derruidas, a alguien no la dejaban dormir .
-Despierta, ya debe estar por aparecer - La niña susurraba y con sus pequeñas manos sacudía al bulto que desde que pudo pronunciar llamaba hermana.
Eileen se resistía rotundamente a despertar, y de cierta manera era entendible, el calor de una frazada en una noche invernal no eran nada menospreciables.
-Eily!- las sacudidas se hicieron más fuertes y constante. Al final decidió levantarse.
Afuera, el viento invernal azotaba cruelmente a los árboles y las hojas, provocando un murmullo suave y gutural, pero había algo más, otra cosa quizás, otro ser entre los árboles.
-Ya debe estar por aparecer.....-
Las dos observaron por pequeños agujeros en las rudimentarias persianas esperando a que, quien sabe que, apareciera. Observaron casi sin parpadear, en un estado de ansiedad y exaltación, deseando verlo y entender que clase de criatura acechaba en la oscuridad.
Primero notaron las ramas sacudirse una tras otra, luego vieron como las gallinas del viejo Inza se alborotaban, al final vieron en un pequeño claro entre los árboles un par de ojos brillantes. Por un momento se perdió la noción de ¿quien observa a quien? La criatura parecía mirarlas fijamente y a su vez por alguna razón no animarse a avanzar . Eileen se sentía rara al observar aquellos ojos vidriosos y negros, la fascinación por saber que era ese ser la carcomía y en un momento de imprudencia e insensatez tuvo una idea...
-Voy a salir a verlo -
Su hermana intentó detenerla pero la imperiosa curiosidad de la joven pudo más, buscó la capa de cuero y lana de su hermano y abrió la puerta. La noche la esperaba tras el umbral de madera musgosa. El frío, pese a su pesado abrigo, se colaba por las mangas y por debajo, provocando en la joven un escalofrío que le llegó hasta los huesos.
-Eily...- Su hermana la miraba desde la persiana, sus ojos denotaban preocupación .
La joven Eileen se limitó a cerrar la puerta y seguir. Cada paso que daba era proporcional al frío, sus piernas se entumecían con el pasar de los segundos, las sombras danzaban irracionales al ritmo del viento. El ser en el claro seguía inmóvil observando a la joven, quizás en su irracional mente de bestia esperaba para atacar o para huir. El corazón de la joven latía con vivida fuerza, hipnotizada por la proximidad de la criatura.... Avanzó.

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En la iglecia tampoco se podía dormir. El sacerdote, postrado frente a una imagen de yeso, oraba sin descanso. Desde hacía semanas el miedo se había apoderado de su ser, sus dudas e incongruencias lo mantenían despierto hasta altas horas de la noche en las cuales por el incesante rezo, a la mañana, se despertaba en el mismo lugar.
Ya habían sido varias las quejas de los parroquianos sobre animales desaparecidos, visiones nocturnas de algo moviéndose entre la maleza y extrañas huellas de pezuñas. Todo indicaba de manera alarmante que uno de esos demonios había llegado a el pueblo y resultaba una amenaza potencial.
Rezaba sin parar, rogando que sus dudas sean sólo producto de un magullado cuerpo y mente, que sus miedos sólo sean el identificador de que su espíritu con los años había menguado y, ahora a sus 64 años, provocaba temores tontos.
Cerro con más fuerza sus ojos y manos y suplicó de que sus temores más profundos fueran puras tonterías.
De la nada, sin esperarlo, un grito lo hizo volver en si y un escalofríos recorrió su espalda. Ojalá que no sea nada! - rogó - por favor Dios.... Que no sea nada!!!-

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