CAPÍTULO 1

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El trayecto hacia nuestro nuevo hogar fue silencioso, ya que si alguien hablaba íbamos a acabar gritándonos mutuamente. No queríamos cambiarnos de hogar aun siendo a nuestra antigua querida ciudad. Es verdad que me encantaba el norte y que si la mudanza hubiese sido hace cuatro años juraría que hubiese dado saltos de alegría, pero en ese momento me rompió los esquemas. Tenía tantísima gente importante en Pamplona de mi día a día a la que acababa de dejar atrás... Si, bueno, al que más pena me daba dejar era a Miguel, he de admitirlo. Estábamos tan bien juntos, le quería tanto... Nos faltaban tantas cosas por hacer. Por ejemplo, aquel viaje de fin de semana al lago Vaho, el lugar donde nos conocimos. Lo recuerdo como si fuese ayer; la manera en la que nos mirábamos desde el primer día, las veces que me tiraba al lago para hacerme rabiar, esas migas de pan que me tiraba en el comedor para que le mirase, nuestras escapadas nocturnas para ver la luna brillar, nuestro primer beso bajo la hoguera... No podía dejar de pensar en él.

Conseguí dormirme un rato con un poco de música relajante pero de repente empecé a escuchar voces y me tuve que quitar los cascos para entender lo que estaba pasando.

-¡Me da igual que hayas encontrado un mejor trabajo y una mejor casa en esa dichosa ciudad! ¡Estábamos genial en Pamplona, joder!- dijo mi hermana desesperadamente.

-Natalia, cariño, ya hemos hablado de esto...- dijo mi madre intentando tranquilizar la situación.

-No, mamá, lo has hablado tú. Te da igual nuestra opinión.

Mi madre aprovechando que había una gasolinera al lado paró el coche, era muy precoz al volante y no quería perder los nervios.

-Hija, ya sabes como es mi situación. Desde que papá se fue...- dijo aparcando el coche- el coche se paró y junto a él llego un horrible silencio y después de un suspiro siguió-no tengo otra opción, lo siento.

Notaba en su cara que estaba muy mal, pero en la de mi hermana noté la rabia necesaria para soltar cualquier burrada, por lo cual le dije:-Nat, ¿me acompañas al baño?, ya sabes que odio ir a baños tan asquerosos como los de las gasolineras sola-y antes de que me contestara la empujé fuera del coche.

-¡¿Qué haces canija?!- me dijo enfadada y seguidamente dandome un buen empujón.

-Mira Nat, ya sé que estas enfadada, yo también, pero entiende a mamá. Tiene 3 hijos y está sola a cargo de nosotros. Tiene que ser muy duro salir a delante con nosotros, con tan poco dinero y tantas deudas. Será más fácil para ella en este nuevo hogar y con el nuevo buen trabajo que le han ofrecido.

-Ya lo sé Alicia pero yo ya soy mayorcita para quedarme con Pablo en Pamplona-dijo levantando la voz.

-Te entiendo, ¿vale?. Yo también estoy triste por Miguel.

-No es lo mismo canija, yo llevo más de 4 años con Pablo- sin importarle a penas mis sentimientos hacia Miguel.

-Pues más razón para que mantengáis la relación aun estando a distancia.

-No, más razón para irme a vivir con él, tiene mucha pasta y una casa enorme, ¿sabes?- dijo intentando mostrar tener claras sus ideas.

Hubo un silencio por el momento tan agobiante por el que habíamos acabado de pasar pero intenté hablar sin ser a gritos con ella, para conseguir que esta conversación tuviese algún fin productivo.

-Nat, por favor, escúchame-me asegure de que me mirase a los ojos y me escuchase atentamente- mamá necesita nuestra ayuda. Desde que papá murió ha vivido para mantenernos, pero ella desde entonces no tiene vida alguna. Por favor, hagamos las dos el esfuerzo de ayudarla a superarlo y a que sea feliz. Y ya después hablarás con ella sobre Pablo y sobre ti tranquilamente, ¿vale?....-noté como una lágrima se caía por mi rostro mientras hablaba. Tuve que parar y respirar profundamente antes de seguir. Ya no sabía ni que estaba diciendo, solo necesitaba llorar.-Por favor, intentemos hacer feliz a mamá por una vez, se lo merece ¿no crees?- dije entre sollozos. 

Me abrazó y nos pusimos a llorar tanto por el agobio de el cambio dramático de nuestras vidas como por el recuerdo de nuestro querido padre. Estos dos últimos años se habían hecho muy duros sin él. El único que consiguió que no pensara tanto en él fue Miguel, y ya lo había perdido. Me hice la pregunta de si conseguiría volver a ser feliz sin tenerlo junto a mí para animarme. No lo creo. No por un largo tiempo. 

SITUANDO EL NORTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora