Electro choque 3

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Existe una clase de dolor que no se puede catalogar como físico y al cual ninguna herida corpórea podría hacer justicia, el dolor del alma, la pérdida de un ser querido genera una clase de dolor que ni siquiera la escala de Richter podría medir.

Mi comienzo de mañana no fue mejor que ningún día que haya tenido, por el contrario podría compararlo con el día de mi primera muerte, sentía de nuevo esa desolación que surge cuando piensas que las cosas mejoraran y luego la vida se burla en tu cara quitándote otra cosas que se lleva con ella la esperanza.

La enfermera después de durar unos incómodos minutos sin pronunciar palabra procedió a pedirme que me dirigiera a hablar con el doctor.

—Ve con el doctor San Ángel. —dijo. —Él puede explicarte mejor la situación.

Y ¿qué clase de explicación se necesitaba para este caso? Solo quería que me dijera el paradero de Daniel no que me instruyera en física cuántica. Caminé los pasos que me separaban del consultorio y para mi sorpresa ésta vez no lo encontré sentado en su escritorio concentrado en su labor como siempre, estaba parado mirando por la ventana dubitativa, estaba sin estar realmente.

— ¿Doctor? —no se inmutó. —Doctor San Ángel. —en ese momento mientras me acercaba un poco caí en cuenta de que no conocía su nombre de pila, siempre lo llamaba por el apellido. —Doctor. —la tercera es la vencida. Volteó lentamente y en sus ojos no se veía el mismo desafío del día anterior, en su mirada observaba más dudas que respuestas y eso era algo nuevo.

—Franco lo siento. —y como toda frase que comienza con el pesar de los demás sabía que esto no era bueno, solo las tragedias empiezan con tú nombre y un lo siento. —algo salió mal en la sesión, no sé muy bien que pasó. —seguía dando vueltas al asunto mientras se desesperaba cada vez más y que hablar de mi paciencia, era la primera vez que lo notaba fuera de su centro. —Daniel murió mientras estabas inconsciente.

¿Recuerdan cuando les dicen que una noticia les cayó como un baldado de agua fría? Pues éste no era el caso, esta noticia me cayó como un muro de concreto y simplemente quedé esparcido por todo el piso como otra parte de la baldosa. Finalmente salí de mi transe y las palabras de Daniel llenaron mi cabeza, todo el tiempo se estuvo quejando.

— ¡Es su culpa! —grité importándome cinco que fuera mayor. —Él tuvo que haberle informado de su malestar, siempre le ocurría lo mismo, le dolía el pecho, ¡él no quería terapia ese día, se sentía muy mal maldita sea!

Salí de aquél lugar dejándolo solo, sin ninguna respuesta, no refutó, nada. Me alejé lo más que pude pero ¿a dónde podía ir? Esto era una prisión, no había escapatoria; a veces intentas huir del dolor pero es imposible, está allí adherido a tu pecho asfixiando a tu corazón sin piedad.

Entré en aquel cuarto que hoy se sentía mucho más gris que los otros días, me senté en aquella cama incomoda y lloré, lloré sin poder contenerlo y sin quererlo, observaba bajo su cama con la esperanza de que saliera de allí y me dijera que todo había sido una cruel broma, pero nunca ocurrió. No hubo salida al jardín ni contacto con algún otro paciente o enfermera, en cambió me quedé en la cama abrazando fuertemente esa almohada que lo arrullaba, estuve allí por horas, inamovible, parpadeaba solo cuando el escozor en los ojos era insoportable, ya no tenía fuerza para decidir entre mi madre y Dreamland, era simplemente impensable.

Una enfermera ingresó al cuarto y con voz suave me ínsito a salir.

—Franco, es hora de tu sesión. Por favor acompáñame. —dijo. Medité un poco en la posibilidad de no moverme, no hablar, no respirar si era posible pero estaba cansado, quería verla y sentir un poco de amor, un poco de consuelo.

DreamlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora