III. El muchacho calabrés

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Sábado, 22 de Octubre

Ayer tarde, mientras el maestro nos contaba cómo a un compañero nuestro le había herido en el pie una rueda de un vehículo, entró el director con otro alumno, un niño muy moreno, ojos y cabellos negros, y el traje y cinturón oscuros también. El maestro le recibió y nos dijo:

- Atención todos: desde ahora tenéis un nuevo condiscípulo que ha venido de muy lejos a haceros compañía. Es de la provincia de Calabria, a más de cincuenta leguas de aquí, donde nacieron tantos italianos ilustres, tan buenos labradores y tan excelentes soldados. Recibidle y tratadle bien, para que no añore su región natal. Hacedle ver que todo chico italiano encontrará siempre hermanos suyos en cualesquiera escuela de su patria.

Luego, sobre el mapa de Italia, nos mostró el lugar en que figura la provincia de Calabria.

- ¡Deroso! -llamo el profesor al primero de la clase-. En nombre de todos los alumnos darás al recién llegado un abrazo de bienvenida, el abrazo de los hijos de Piamonte al hijo de Calabria.

Todos nos pusimos a aplaudir hasta que el maestro nos gritó:

- ¡Silencio! En la escuela no se aplaude.

Pero después de todo, no podía ocultar su satisfacción. Y aun añadió:

- Recordad siempre esto que voy a deciros: de la misma manera que un muchacho de Turín está como en su casa en Calabria, uno de Calabria debe sentirse familiarizado en Turín. No podemos olvidar que, para conseguirlo, nuestro país batalló durante cincuenta años, y treinta mil italianos sacrificaron su vida en el empeño. Debéis amaros unos a otros porque, quien no lo hiciera, sería indigno de mirar con la frente alta la bandera tricolor.

Cuando el calabrés llegó a su sitio, lo más próximos le regalaron estampas e incluso plumas. Un compañero del último banco le mandó un sello de Suecia de dos coronas. Me ha conmovido la generosidad con que la mayoría de los muchachos de la clase se ha comportado con el simpático calabrés. Verdaderamente, y como dice el profesor, el amor mutuo es el tesoro más hermoso de que debiéramos preciarnos los hombres.

Corazón ( Edmundo de Amicis )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora