Jueves, 27 de Octubre
Hoy nos ha visitado mi querida maestra; ha llegado a casa cuando mi madre y yo nos disponíamos a salir con el fin de llevar unas ropas a una pobre mujer necesitada de que hablaban los periódicos.
Hacía casi un año que no veíamos a mi maestra, por lo que su llegada nos ha producido viva alegría.
Como siempre, sigue siendo un poco descuidada consigo misma. Y, aunque procura presentar un aspecto alegre y despreocupado, a mí me ha causado pena ver cómo su menuda figura ha envejecido bastante y pensar que, a medida que pasa el tiempo, su noble cabeza se torna más canosa.
- ¿Cómo sigue su salud? -le ha preguntado cariñosamente mi madre-. Me parece que no se cuida usted tanto como debiera.
- ¡Bah! Eso no tiene importancia -ha respondido ella sonriendo con melancolía.
- Yo sé que trabaja usted demasiado con sus pequeños -ha continuado mi madre-. Dios la recompensará generosamente por su abnegación; pero piense que debe cuidar mucho su salud, porque nos interesa a todos. He oído decir que se esfuerza demasiado al hablar y eso puede perjudicarle...
Y así sucede; su voz se escucha incesantemente en las clases y en los recreos. Yo recuerdo bien los días venturosos en que acudí a su clase, y mi maestra hablaba incansable a unos y a otros; llamadas de atención a los distraídos, aclaraciones de dudas, consejos incesantes para que nuestros estudios nos resultaran menos trabajosos, enseñanzas sobre el comportamiento con nuestros compañeros y nuestros familiares, y mil cosas más que aquella maestra buenísima se le ocurría para nuestra formación como hombres y como ciudadanos.
Además, no descansa un momento: todo el día lo dedica al trabajo. Por eso está tan delgada. Pero su rostro se ilumina cuando habla de su escuela y de sus antiguos alumnos, por cuya vida y progreso se sigue interesando. Le hemos tenido que mostrar la cama donde estuve yo enfermo hace dos años y que ahora es de mi hermano. Ella la ha mirado emocionada y yo me he sentido contagiado de sus sentimientos; a mi memoria ha venido el recuerdo de aquellos días de mi enfermedad y de las gratas visitas de mi querida profesora.
Mi maestra tiene que marchar; aún ha de hacer muchas cosas antes de descansar: visitar a un pequeño alumno, hijo de un sillero, que está enfermo de sarampión; dar una lección particular de aritmética a una chica, corregir los trabajos escolares...
- ¿Quieres aún a tu maestra? -me ha dicho dándome un beso al despedirse-. Tú, querido Enrique, no me olvidarás; ¿verdad?
- ¡Oh, no! ¡Nunca me olvidaré de ti, mi buena maestra! Aunque pasen los años y yo crezca, cada vez que pase junto a una escuela y escuche la voz de la maestra, yo me acordaré de ti con todo cariño, y pensaré en los dos años que pasé en tu clase, donde tantas veces te vi enferma, pero alegre; y siempre preocupándote de tus pequeños discípulos, cuidándonos como si fueses nuestra madre...
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Corazón ( Edmundo de Amicis )
De TodoEl más hermoso libro infantil de todos los tiempos.