Cuentos y relatos de terror, ¿te arriesgas a leerlos?
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Después de despedir a Fabián con un beso en la mejilla, decidí ir cuanto antes a la habitación, no me gustaba estar sola en casa, mi imaginación solía cobrar vida en la noche y la oscuridad de aquella enorme casa no ayudaba para nada; incluso una que otra vez pensé en escribir alguno de mis peores miedos, después de todo, cada miércoles en la noche pasaba por la misma situación: despedía a Fabián, corría a la habitación, me ponía el pijama y, después de un par de horas de paranoia, terminaba por caer rendida y no despertaba hasta el día siguiente, cuando el amor de vida por fin se encontraba a mi lado.
En cuanto caí en la cama, seguí el mismo ritual de cada semana.
Pronto me encontré en los brazos de Morfeo.
Pero no tardé mucho en despertar.
Un alarido me despertó. Exaltada salté de la cama y cogí la lámpara del buró para utilizarla como arma, en cualquier caso, eso era lo que se hacía en todas las películas cuando el asesino acechaba, ¿o no? Sin embargo, nunca imaginé que para lo que me tenía que defender ni siquiera existía arma.
Asustada busqué el celular para llamar a Fabián, cuál fue mi sorpresa al recordar que lo había dejado en la sala, ¡no tenía nada para pedir ayuda, estaba muerta! O hubiera sido mejor estarlo.
Esperé lo peor, asustada y encogida en una esquina de la habitación, no tarde en soltar una risa amarga. Lo más probable es que ese grito había sido producto de mi imaginación o solo una pesadilla, porque desde el supuesto no había vuelto a escuchar nada. Respiré profundamente y coloqué la lámpara en su lugar, me senté en la cama y me dejé caer, dispuesta a dormir de nuevo.
Ojalá no hubiera bajado la guardia tan pronto, aunque aun así nada me habría preparado para lo que seguiría.
Unos golpes infernales se escucharon y el pánico se apoderó nuevamente de mí, alguien azotaba con fuerza la puerta.
—¡El dinero está en el despacho, vaya por él y no me haga daño, se lo imploro! —grité con miedo e ingenuidad.
Los golpes cesaron por un momento, para después ser retomados con fuerza. Infantilmente me escondí debajo de la cama y deseé con todas mis fuerzas que todo fuera una pesadilla. Debajo de la cama mi visión se redujo notablemente, vi como la puerta se abría y cerré los ojos de miedo, no quería ver a quien seguramente me iba arrancar la vida.
Pero no era quién, era qué.
Y no era la vida, era la cordura.
Aquella cosa que entró en la habitación esa noche era horrenda, hasta el día de hoy no puedo describir aquella criatura, monstruo o lo que fuera. Pero los demás sí, le han llamado alucinación, ¡alucinación, me han condenado loca!
Pero no, estoy segura de lo que pasó esa noche, eso fue real, el dolor fue real, ¡esa cosa me violó, dijo que quería descendencia! ¡Metió sus asquerosos tentáculos en mí, me condenó a vivir en este manicomio!
Fabián dice que tengo esquizofrenia, que los golpes que escucho todos los días en la puerta no son reales; por ello amenazó con quitarme al bebé en cuanto naciera. Sin embargo, creo que no podrá hacerlo. Estoy segura que esa criatura que entra, mientras escribo esto en la pared con mi sangre, es real.