Cuentos y relatos de terror, ¿te arriesgas a leerlos?
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El sol ya se había ocultado cuando Lucia salió a escondidas de su hogar, iba a ver a su novio, Gustavo. No le importó que su madre le prohibiera salir hasta que encontraran a aquél asesino que ya había cobrado tres víctimas en el pueblo.
Así pues, corrió por entre los arbustos. La casa de su novio estaba a más de seis cuadras de distancia, por lo que corrió muy rápido, lo suficiente para llegar a la puerta de aquella casa a la hora acordada, 8:00 p.m.
Al primer golpe en la puerta, apareció Gustavo, con esos ojos color ámbar que tanto le encantaban a Lucia. Gustavo recibió a su chica con un efusivo abrazo y la recorrió de pies a cabeza, esa noche en particular se encontraba hermosa, con esos jeans ajustados y esa blusa negra tan escotada, todo en ella lo incitaba al pecado.
Al entrar a la casa, un fétido olor le provocó náuseas a Lucia, pero decidió ignorarlo, seguro que al despistado de su novio se le habría olvidado tirar la basura. La joven pareja conversó durante un rato de cosas triviales, para después pasar a lo que sería una increíble cena, ella nunca imaginó que su novio fuera tan bueno en el arte culinario, bueno, al parecer no imaginaba muchas cosas. Al término de la cena, Gustavo recogió los platos para llevarlos a la cocina; entonces la luz se apagó y la casa se sumió en terribles tinieblas. Lucia profirió un pequeño grito, comparado con los que habría más tarde.
Llamó a su novio con desesperación.
—Gustavo, Gustavo, ¿dónde estás?
El silencio fue su respuesta, Lucia trató de llegar hasta la cocina, confiando solo en sus manos y su instinto; sin embargo, un grito desgarrador que solo podía ser de su novio hizo que retrocediera, la oscuridad provocó que pronto topara contra la pared. Su respiración era irregular y toda clase de pensamientos rondaban su cabeza, pero solo uno de ellos era persistente: «No debí salir de casa».
Unos pasos se escucharon en el pasillo y Lucia se tapó la boca para evitar cualquier posible sonido, aquella persona siguió caminando y el corazón de la chica comenzó a latir cada vez más rápido.
—Sé que estás ahí. —Se escuchó la voz de un hombre, distorsionada por una especie de máscara que impedía que su voz fuera nítida.
Lucia comenzó a llorar, pegándose en su totalidad a la pared y tapando sus ojos con fuerza, deseando que todo fuera una simple pesadilla, pero no fue así.
El hombre de la máscara se acercó a ella, la chica comenzó a llorar y temblar notoriamente. Una carcajada escapó de la boca de él y comenzó a acariciar el cabello de Lucia, ella emitió un chillido de terror y él aprovechó para jalar su cabello y separarla de la pared.
Lucia comenzó a gritar histéricamente y el hombre le propinó una tremenda cachetada que la hizo caer —quizá desmayada— en el suelo.
Él la movió un poco con el pie y, al no haber respuesta, caminó hasta la cocina a terminar su trabajo, conectó la corriente de luz y se quitó la máscara. Dio un suspiro y tomó un vaso con agua, el asesino se movía por aquella casa con gran soltura. Pasaron algunos minutos, el hombre terminó su labor y se colocó la máscara, tomó un vaso con agua helada y fue hasta el lugar donde se encontraba Lucia; lanzó el agua helada en el rostro de la chica y ésta reacciono de inmediato.
—¿Qué le hiciste a mi novio, desgraciado? —gritó la chica, con lágrimas en los ojos y con una mirada de odio, que de haber sido un arma hubiera matado al asesino, lástima que no fuera así.
Aquel hombre, de cuyo rostro se desconocía, comenzó a reír estrepitosamente, la agarró del cabello y la azotó contra el piso, una y otra vez, hasta que su rostro estuvo deformado por la sangre. Lucia gemía e imploraba al asesino que la dejara en paz, él se retiró de ahí y fue a la cocina, Lucia sostuvo una pequeña esperanza, hasta que aquel hombre regresó con un juego de cuchillos, unas pinzas, cinta y tijeras de jardinería.
De haber sabido el sufrimiento que vendría, Lucia habría implorado una muerte rápida.
El verdugo de Lucia tomó el cuchillo más grande y lo pasó por los tersos labios de la chica, después comenzó a romper su ropa, hasta dejarla completamente desnuda. Posteriormente, ató a Lucia con la cinta, y ella ni siquiera ofreció resistencia, psicológicamente se había dado por vencida, también selló su boca para evitar posibles chillidos por su parte.
—Vamos a jugar un poco —dijo el desconocido.
Tomó las pinzas y comenzó a arrancar lentamente las uñas de la mano de Lucia, ésta solo emanaba aullidos ahogados debido a la cinta en su boca, pero de no haberla tenido, seguramente todo el pueblo la habría escuchado.
Cuando las diez uñas de las manos estuvieron fuera de su lugar, el hombre comenzó a arrancar la de los pies.
—Te ves tan hermosa —decía, mientras contemplaba la obra que estaba creando.
Pero cualquiera que hubiera visto a aquella chica tirada en el piso, cubierta de sangre y con el rostro deformado por el dolor habría pensado lo contrario, sin embargo, en ese momento solo estaban dos personas: asesino y víctima.
Posteriormente, el hombre comenzó a comer las uñas de la chica, ¡qué acto tan más desagradable y despiadado estaba ocurriendo en ese momento! Cuando terminó de comer aquellas uñas tomó un cuchillo y sin esperar un segundo más cortó los dedos de pies y manos de la chica, Lucia no aguantó más el dolor; se desmayó —o murió— en el séptimo dedo.
Con el mismo cuchillo el asesino abrió el estómago de la víctima, un corte vertical y la sangre comenzó a cubrir la máscara de aquel hombre, a pesar de esto él permaneció impasible.
Con el estómago de Lucia abierto el hombre comenzó a reír, dejó el cuchillo de lado y, con sus propias manos, saco todo lo que había en el interior de Lucia, bueno, casi todo. De no haber sido por la máscara, quizá se habría apreciado el gozo de aquel hombre mientras cometía el desagradable acto.
Se levantó, fue a la cocina por una cuchara y el hacha que había dejado para el final. Con la cuchara retiró los ojos de Lucia, y con aquella arma ese hombre se corrompió totalmente, comenzó a cortar cada parte del cuerpo de la ya difunta: brazos, piernas y cabeza. Todo separado y hecho pedazos, más tarde nadie sabría que esa chica era Lucia. La dulce Lucia. La ingenua Lucia.
Porque el hombre detrás de la máscara era su chico de ojos color ámbar, pero de haber visto Lucia el brillo en los ojos de Gustavo en ese mismo momento, los habría comparado con el fuego del mismísimo infierno.