El joven Mariano esperaba impaciente, de pie en las escaleras, a que sus compañeros de clase llegaran. Había decidido dar una fiesta en su casa aprovechando que sus padres se iban de viaje durante el fin de semana. Él era el típico chico que sacaba malas notas y pasaba desapercibido para todos. Quería encajar, y creía que la única forma de hacerlo era invitando a los compañeros populares de su clase a su casa y dar una fiesta. Nunca había estado en las fiestas de "la gente guay", así que no sabía qué esperarse. Había comprado refrescos y un pastel de chocolate, y había hecho bocadillos de jamón, por si acaso.
Cuando sonó el timbre, dio un salto de la emoción, bajó las escaleras de tres en tres y abrió la puerta. Había dos chicos charlando y mirando la casa con los ojos muy abiertos. El primero era un joven con un poco de barba y una coleta baja, y llevaba una mochila negra a la espalda. El segundo chico era un poco más alto que el otro, era delgado y miraba alrededor con sus ojos azules llenos de curiosidad.
− Joder, ¡pedazo de casa! -estaba diciendo el chico alto en el momento en el que Mariano abría la puerta.
− Ya, ventajas de ser de la casta -respondió Pablo. Luego vio que el anfitrión les había abierto la puerta y dijo− Hola, colega, ¿qué tal?
"¡Ay! ¡Me ha llamado colega! ¡Soy su colega!" pensó Mariano internamente y sonrió como un tonto.
− ¿Podemos pasar? -preguntó el de la coleta, al ver que su anfitrión se quedaba plantado a la puerta sonriendo y mirando a la nada.
Mariano salió de su ensimismamiento y balbuceó algo que sonó como "sh... shi, cl-cl-claro" y se apartó para dejar pasar a sus compañeros de clase que, además de populares, sacaban buenas notas.
Cuando iba a cerrar la puerta, oyeron una voz que gritaba.
− ¡Ey! ¡No cierres! ¡Espera!
Otro chico entró unos segundos antes de que la puerta se cerrara por completo.
− Gracias, eh, tío. ¿Estás sordo? -dijo el recién llegado, en una mezcla entre enfado y orgullo de sí mismo por la corrida que había hecho y el movimiento ninja que había usado para entrar.
− Hey, Alberto, ¿cómo vamos? -dijo Íñigo, el chico de los ojos azules, acercándose al joven que acababa de llegar y pasándole el brazo por encima de los hombros para darle unas palmadas.
− ¿Listo para darlo todo, Iñi? -preguntó Garzón apartándose, divertido, del intento de abrazo del chico alto. Errejón rio y se fueron los dos a sentarse en el gran sofá de cuero que se encontraba en medio de la sala de considerable tamaño que se abría después del recibidor.
Pablo seguía de pie al lado de Mariano, estudiando las reacciones del chico raro de la clase. Era fascinante. Hablaba con inseguridad, se movía con inseguridad, se quedaba quieto mirando a su alrededor sin saber qué hacer. Le dio un poquito de lástima. Podrían haberse llevado medianamente bien si el chico raro no hubiera sido de mente tan cerrada y de derechas, y sin capacidad para dialogar y defender sus ideas. Bueno, el hecho de que fuera de derechas no era un punto en contra. Al fin y al cabo, tenía una relación bastante buena y cordial con el catalán de derechas de su clase, Albert; se lo pasaba bien discutiendo con él, le gustaba hacerlo enfadar. Pablo había intentado hablar alguna vez con Mariano, pero la conversación no había fluido. El chico raro le había respondido, a un argumento muy bueno sobre por qué es mejor ser de izquierdas, con un "Mira, un plato es un plato y un vaso es un vaso". Con esa respuesta, Pablo había llegado a la conclusión de que no servía de nada discutir con él, así que no había vuelto a prestarle atención.
− ¿Qué tienes para beber, Mariano? -preguntó Pablo, ya que no sabía de qué hablar con el chico que les había invitado a su casa.
− ¿P-para beber dishesh? Hmm... −Mariano se frotó la cabeza, miró hacia la mesa y empezó a recitar lo que veía− Puesh tengo Coca-cola, Fanta de limón, zumo de melocotón y batidosh de chocolate.
Pablo se rio un poco, miró al inocente Mariano y le preguntó:
− Me refería al alcohol. ¿Qué me puedes ofrecer?
El joven de derechas, que no se había atrevido a probar el alcohol en su vida, se quedó mudo por unos momentos. Luego se acordó del armario con vidriera del salón, dónde sus padres guardaban las bebidas alcohólicas, así que alargó la mano para señalárselo al joven de la coleta y dijo:
− Eshtá todo ahí. Shírvete lo que quierash.
Pablo siguió la dirección que se le había indicado, dejó su mochila al lado del sofá y abrió las puertas de cristal. Se encontró con un montón de botellas de bebidas carísimas y no pudo hacer más que dar un paso atrás. Acostumbrado como estaba a hacer mezclas con el vodka del Alcampo, aquello le parecía, a la vez, el maldito paraíso y algo a lo que nunca debería acercarse. El contenido de ese armario con vidriera valía, probablemente, más que la paga que recibía el chico de la coleta durante un año.
Pablo salió del extraño trance en el que había entrado mientras leía los nombres de las etiquetas de las botellas cuando sonó el timbre. Íñigo y Alberto ni se percataron y siguieron riendo mientras miraban un vídeo en el móvil del moreno. Mariano, que no se había movido de la puerta, abrió. Entraron dos chicos más: Albert y Pedro. El primero era el catalán de derechas. Era el típico chico que siempre presta atención en clase, se esfuerza al máximo y se sienta en primera fila. Era nadador, así que tenía los brazos fuertes y la espalda ancha. El segundo era alto y jugaba al baloncesto. Intentaba hacerse el simpático con los de izquierdas, como Pablo, Alberto e Íñigo, aunque todos sabían que se entendía mejor con Albert y, a veces, hasta con Mariano.
− ¡Pablo! -gritó Albert, para que se le escuchara a través de la enorme sala de estar− ¡Ya veo que vas al grano! Déjame que te ayude a decidir, que seguro que estás perdido.
− ¡Hombre, mira quién ha llegado! ¡Albert! -dijo Pablo, cuando el joven de la espalda ancha se le acercó− Eres un casta, un hijo de papá.
Albert intentó mirarlo a los ojos y poner cara de odio, pero no pudo hacer más que reír y responder:
− Sí, ves, y ahora puedo ayudar a un perroflauta a decidir qué beber. Lo menos que puedes hacer es darme las gracias.
Pedro, por su lado, dio unas palmadas a la espalda del anfitrión, le dio las gracias por haberle invitado, se sentó en un sillón y se quedó ahí en silencio, mirando el móvil.
Mariano examinó la situación: dos chicos mirando los licores caros de sus padres, otros dos charlando peligrosamente cerca en el sofá y otro sin decir nada mirando el móvil. Respiró hondo y se decidió ir al centro de la sala. Aunque no hubieran llegado todos los invitados, creyó que era hora de empezar a... bueno... a hacer lo que fuera que hicieran sus compañeros de clase en las fiestas. Cuando iba a abrir la boca para decir algo, Pablo se le adelantó:
− A ver, chicos, creo que he entendido el orden de estas botellas. Ninguno. Así que -cogió un par de botellas al azar y leyó las etiquetas− tenemos vodka del bueno y absenta.
Albert se apresuró a quitarle la segunda botella de las manos y volverla a meter en el armario. Cogió otra y se la dio a Pablo.
− Coge el ron, Pablo, mejor no bebamos absenta.
El chico de la coleta se dirigió a la mesa con las botellas y anunció:
− ¡Venga, chicos! ¡Aprovechad a probar mis mezclas, que no pasa mucho que sea el barman de la fiesta!
Cuando los jóvenes se acercaban a la mesa y se llenaban los vasos entre bromas y chistes, volvió a sonar el timbre.
Escrito por Jude, @rufianaswolf

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La fiesta de tu vida
FanfictionOs presentamos el primer fanfic hecho por 9 personas del fandom político. La mecánica es la siguiente: cada una va a escribir un capítulo de la historia y a ver qué sale. No hay nada preparado, es todo improvisado y con el único objetivo de pasarlo...