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Quiero contarles cómo fue la primera vez que supe con seguridad que estaba enamorado de Ruben Doblas. Nos encontrábamos en la iglesia y La Reverenda estaba concluyendo el sermón anual del 11 Septiembre. -Aférrense con fuerza a lo que es bueno- decía inclinándose hacia los feligreses mientras su melena rubia e inflada se bamboleaba en una súplica sincera-. La morada eterna-continuaba- está a un paso de nosotros. Y cuando llegue el momento de dar ese paso-no podemos saber cuándo será, obviamente-, es probable que no sea algo agradable: es probable que el momento no nos parezca adecuado. Y, amigos-me agradó que se refiriera a nosotros de esa manera-, solo estoy intentando ser más clara con ustedes, pero el momento de aferrarse a lo bueno es ahora. No fue ayer y no será dentro de nueve años. No es cuando nos jubilemos o nos graduemos. Es ahora. Aferrarse a lo bueno es algo que hay que hacer ya-

Se hizo un silencio mortal. Solo se escucharon unos pocos crujidos de los inestables bancos de madera. Intenté no mirar a mi alrededor, pues tuve la sensación de que alguien estaba llorando.-Tomen la mano de la persona que está junto a ustedes- Sonrió la reverenda- y sujétense fuerte. ¡Háganlo! ¡No la van a lastimar!

Sonaron un par de risas ahogadas en el santuario, la tensión se cortó levemente. A mi derecha, mamá sujetó mi mano con tanta fuerza que los nudillos emitieron un ruido, como si explotaran. Luego se inclinó más cerca y susurró: 

-Te quiero tanto, Miguel.

Cuando se apartó, sentí algo húmedo en el rostro y pensé: Por favor mamá, no llores. Me pasé el hombro por la mejilla para limpiarme y pensé en hacerle un gesto a Ruben o poner los ojos en blanco. Ustedes me entienden, algo que le demostrara que esas palabras no me habían afectado. 

Pero cuando eché una mirada hacia él, noté que tenía los ojos fuertemente cerrados, como si no pensara abrirlos por mucho tiempo y su mano izquierda aferrada con fuerza al borde del banco. Aférrense firmemente, pensé, y luego, porque la vida pasa rápido, lo cual pareció una conclusión lógica.

Ese fue el momento en que Ruben deslizó la mano derecha por el borde del banco, tomó la mía y la apretó. Un agradable cosquilleo me trepó por la nuca, acompañado de un pensamiento incompleto, la esencia de un pensamiento, del tipo de los que se pierden entre otros pensamientos más grandes y bulliciosos. Esa clase de pensamiento que es apenas más fuerte que el sentimiento que lo provoca.

Deslizó el pulgar en el hueco de mi mano. O quizás me oprimió la garganta, justo arriba de la nuez. O tal vez se zambulló directamente dentro de mi pecho. No lo sé. La Reverenda nos estaba invitando a que cerráramos los ojos por un instante para meditar, como si esa fuera la señal, mamá me soltó la mano y, a mi alrededor, se escuchó el sonido sordo de las manos que caían o que las dejaban caer.

Ruben no me soltó.

Cerré los ojo. Sentí que todos los demás se encontraban a un costado: papá, mamá y mi hermana. Y, en el otro costado, Ruben, cuya sonrisa con los labios entreabiertos me provocaba deseos de abrazarlo no solo a él, sino a todo su mundo que se hallaba cerca de mí, lo cual, en ese momento, me hizo creer que era posible unir su mundo con él mío sin que surgiera ningún obstáculo.

Estas enamorado, Miguel, el pensamiento me asaltó mientras la reverenda finalizaba la meditación diciendo: "Oh Dios, nuestro señor, ayúdanos por favor a aferrarnos con fuerza a aquello que es bueno-y que lo es todo- en esta vida". Cuando dijo "Amén", solté la mano de Ruben. Lo que quiero decir es que le solté la mano físicamente.

El resto de mí siguió aferrado a él.




Todo Puede Suceder|| RubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora