uno.

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La pasión de Alexandra era el ballet. Todo lo que quería era bailar ballet hasta que le duelan los pies. Su vida era una constante rutina, escuela, baile, casa y así sucesivamente, hasta que un día su abuelo le habló de algo que le fascinó aún más que el ballet... Eso era algo llamado "colores"

Pasó semanas leyendo sobre estos. ¿Será que se comían? ¿Será que tenían olor? ¿Cómo se sentía tocarlos? En un mundo sin color, era imposible describir los colores.
Cuando Alexandra le preguntó a sus padres que eran los colores, ellos solo rieron y dijeron que eran un mito. Incluso los libros estaban en la zona de mitos y leyendas, pero aun así, ella nunca perdió la fe de que algún día, sentiria un color.

La mañana de un lunes catorce de noviembre, Alexandra fue a ver una presentación de piano y violín que habría cerca de su escuela. Su madre no lo sabía, pero ella siempre faltaba a clases para ir a ver esas presentaciones. Alexandra no tenía idea de que en ese pequeño viaje, le cambiaría la vida, y lo que una vez fue un mito, se haría realidad.

Su vida tomó color desde el instante en el que lo miró. Él si tenía color. Y a pesar de que su cabello era negro y sus ojos también, él era precioso. Su piel no era blanco pálido como todas las demás. No, su piel era de un color... indescriptible, era imposible describirlos. ¿Cómo le podría hacer para explicar a su familia lo que había vivido?

Cuando sus manos tocaron el piano, todo empezó a tomar color, a pesar de que el solo era el acompañante de una chica, todo en él brillaba.

Desde el primer instante lo supó, él estaba tocando su pieza favorita:
Introduction and Rondo Capriccioso, Op 28. - Camille Saint-Saëns.

Ahí entendió que era eso llamado arte, el arte no era una pieza de papel con muchos garabatos en ella sin vida.
Esto que ella estaba mirando, sintiendo y escuchando, era puro arte.
La música era arte.
Esos colores eran arte.
Y todo eso salió de él... Él no sólo era un músico, él era un artista y más, él era arte.

Al terminar la pieza, el se pusó de pie para agradecer al público. Ni siquiera la notó, no sabía que ella existía, pero en ese instante, en un auditorio lleno de gente, donde él ni siquiera fue la estrella, ese musico se volvió su mundo.

¿Lo volvería a ver? ¿Hablaría con el algún día? No lo sabía, pero ella sí tenía en su mente una cosa, algo que se volvió su objetivo: el tocaría para ella. Quería que su baile tomará el color que sus presentaciones tenían.

Al salir del auditorio, corrió con todo lo que tenía hacia el hospital donde se encontraba su abuelo, el único que la entendería y no la tomaría por loca. Sus delgadas piernas giraban y brincaban. Su corazón latía rapidísimo, temía que alguien lo escucharía o que se le saldría por la garganta. Ella solo sentía eso cuando tocaba. Su abuelo decía que así se sentía amar.

Mientras corría, ella no lo notaba todavía, pero todo en su vida comenzaba a tomar color. Cada vez que sus pequeños pies daban un brinco, estos desprendían millones de colores y notas musicales.

Llego sonriendo y saludando a todo el que se cruzaba en su camino en el hospital, pero cuando miro la habitación número 213, en la que su abuelo estaba internado, su mundo se cayó encima de ella. Muchos doctores entraban y salían y se podía escuchar un pitido sin parar.

"¡No! ¿Qué está pasando?" gritó ella, tratando de abrir paso para acercarse a la habitación de su abuelo, pero los doctores la empujaban para que saliera de su camino.

El músico y la bailarina. | historia corta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora