tres.

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De los ojos de Alexandra salieron lágrimas, pero ella no estaba triste, ella estaba sonriendo. Comenzaba a sentir como entendía los colores. Cerró los ojos.
A pesar de que el cielo estaba nublado, gris, y eso se sentia como tristeza ella no podía evitar no sentirse feliz.

"Toca para mí." Le pidió ella. Necesitaba sentirlo. Necesitaba experimentar lo que era vivir en color, no importaba si sus pies estaban sangrando, ella se arriesgaría.

"¿Cómo sabes que soy un músico?"
Ella abrió los ojos, pequeñas gotas de agua caian del cielo. "Tú me hiciste ver color." Camino unos pasos, alejándose de la orilla y se paró a solo unos metros de distancia de él. "Cuando te vi tocando aquella canción, supe lo que eran los colores, me confirmaste que eran más que sólo un mito." Con cada palabra que decía se acercaba más a él. Ahora solo estaba a unos centímetros y tomó las manos del chico. No eran unas manos fuera de lo común -a excepción de que tenían color-, eran grandes y sus dedos muy largos. Eran las manos de un pianista. Las puso en su pecho para que así notara el latido de su corazón.

Alexandra y el chico fueron al lugar donde ella siempre bailaba. Él fue por su piano. Se preguntó si pesaba, pero parecía que ya estaba acostumbrado. Después de todo, todos sufrimos un poco para hacer algo que nos apasiona. Sin el sacrificio, no existiría el placer del éxito.

Puso su piano en la esquina del lugar y cuando ella se puso en posición, asintió en seña de que comenzara. Una sonrisa se formó en su rostro. Comenzó a tocar una canción de la que ella no sabía él nombre pero le sorprendía que estara en perfecta coordinación con sus movimientos, no sabía cuál de los dos seguia al otro o si simplemente estaban conectados.

Con cada paso, todo tornaba color, sus pies brillaban, y aunque sus pequeños zapatos de ballet antes rosas ahora estaban cubridos de un color rojo fuerte, ella nunca había estado más feliz.

Pensó en su abuelo y en sus historias. Pensó en cómo se sintió la primera vez que bailo, la primera vez que escucho una pieza de piano, la primera vez que lo escucho a él tocar algo. Ni siquiera Beethoven podría tocar algo como él.

Amaba la vida en color. Quería guardar ese momento en un frasco y ponerlo debajo de su almohada, para así soñar con él todas las noches. Para así poderlo vivir una y otra vez.

Ahora que había experimentado el color, no quería dejarlo. Esto era ser feliz y ni siquiera el mismo dios se lo arrebataría.

Al terminar, se sentó en el suelo y comenzó a reír como si estuviera loca. Tal vez lo estaba. Tal vez todo eso no existía. Tal vez había brincado de la azotea. Tal vez los colores si son un mito y solo los locos lo ven.

Casi comenzaba a llorar cuando sintió una mano sobre la suya. Era la mano de él. Estaba acostado a su lado. Si él era real, los colores y todo esto que estaba pasando, también.

Fue entonces cuando el dijó algo que la dejo sorprendida. Once palabras. Once palabras que rompieron sus esperanzas. "Yo no veo colores. Ni siquiera me gusta tocar el piano."

El músico y la bailarina. | historia corta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora