XI

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—¡Me quedé dormido! —grité, emergiendo de mi habitación y corriendo hacia el recibidor. Tomé mis llaves, las dejé caer, maldije en voz baja y las tomé del suelo. Brook estaba sentado a la mesa, sosteniendo una taza de café en sus manos.

Ignoré lo mejor que pude su presencia para no retrasarme más. Tendría que volver a mis viejos días de conducción temeraria para llegar a tiempo a la oficina. Revisé mis bolsillos: billetera, llaves, todo estaba ahí.

Volteé hacia el interior del apartamento, con la intención de gritar un "¡Ya me voy!" e irme de inmediato, pero mis ojos chocaron con la figura de un Brook confundido a un par de metros de mí.

—Pensé que tenías trabajo hasta mañana. Podrías haberme dicho, yo te habría despertado.

Pestañeé. Me tomó un par de segundos recordar que iba horriblemente tarde. No tenía por qué explicarlo; de hecho, me tomaría mucho más tiempo hacerlo, y tan pronto abriera la boca me estaba comprometiendo a no parar de hablar hasta que todo estuviera claro, y no quería hacerlo, pero algo me impedía dejar a Brook ahí, de pie, confundido por mi ajetreo.

—Una reunión —dije finalmente—; fui llamado a una reunión de emergencia. Y no sé qué esperar; la verdad es que ni siquiera quería ir. No sé quién solicitó que fuera. Se supone que todavía no pueden despedirme, pero...

Paré de hablar al sentir la mano de Brook sobre mi hombro.

—No te despedirán —dijo con total seguridad, como si la mera insinuación fuera ridícula—. Has trabajado como loco estos últimos días. Sería un poco tonto que se deshicieran de ti.

Me quedé sin palabras, como ya había ocurrido varias veces durante los dos días anteriores. Primero, al despertar juntos en el sofá. Nos desenredamos el uno del otro en medio de disculpas y luego no dijimos nada por varios minutos. Brook se disculpó y fue a tomar una ducha, mientras yo me quedé de pie en plena sala de estar, viendo ausentemente la puerta del baño, preguntándome qué demonios estaba sucediendo.

Luego, los pequeños hechos. El estar lado a lado frente a las alacenas, preparando algo para comer; nuestras manos chocaban sobre algún ingrediente y ambos nos veíamos a los ojos. Luego cortábamos el contacto visual, nos dábamos la vuelta, y el silencio volvía a reinar.

Era como en esas películas de mal gusto. No podíamos evitar que se presentaran situaciones así; luego de un tiempo de vivir juntos, nos habíamos acostumbrado. Pero el hecho de que de repente su piel estuviera en contacto directo con la mía, que sus ojos estuvieran tan cerca como lo estaban momentos antes de besarnos... Algo dentro de mí hacía cortocircuito, y retirarme de la situación era mi reacción inmediata.

Y no era solo yo. Brook también rehuía de vez en cuando, en las ocasiones en las que yo olvidaba lo que había sucedido antes, los límites que habíamos sobrepasado. Escondía el rostro de mí, hablaba en una voz repentinamente baja y tímida y luego no decía nada más por un buen rato.

¿Qué nos estaba pasando?

Fruncí el ceño. La incertidumbre me enfurecía. Brook notó mi expresión y quitó su mano de mi hombro. Dio medio paso hacia atrás y bajó la mirada.

Quería decir algo más pero, como siempre, no podía formular las palabras dentro de mi cabeza. No podía transformar las sensaciones en lenguaje humano, entendible, universal. Solo respiraba hondo y rogaba que Brook me viera, que tuviéramos el valor de vernos a los ojos y volver a hablar a través de la mirada, como lo hacíamos cuando lo abrazaba, cuando lo besaba, cuando buscaba acercarlo a mí.

Ambos nos sobresaltamos al escuchar golpes sobre la puerta. Volteamos a la vez hacia ella, y los golpes persistieron.

—¡Buen día! —gritó la voz del otro lado—. ¡Servicio de Entregas White Eagle!

Colla VoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora