XVIII

201 19 2
                                    

Me obligué a sonreír.

Escuchaba la voz de Teller a lo lejos, estallando en felicitaciones; Beinz mantenía una actitud profesionalmente entusiasta, y Gene se puso de pie para estrechar las manos de ambos. Me puse de pie también. Imité el gesto de Gene. Los músculos de mi cara me molestaban. Mi sonrisa era poco natural, y mi peor miedo era que los otros se dieran cuenta.

Beinz buscó entre unos papeles y produjo dos hojas donde se detallaba todo cuanto necesitábamos saber sobre las condiciones del intercambio. Las vi con interés fingido, hicimos un par de preguntas, y unos minutos después estábamos caminando con Teller y Beinz hasta una sala de reuniones, donde ellos continuarían discutiendo otros asuntos. Intercambiamos información de contacto y marchamos hasta la habitación de Gene, en un silencio sepulcral.

Ahora era Gene quien actuaba de manera inusual. Me tomó algunos minutos reparar en el silencio, y cuando volteé hacia él, tenía un aire culpable. Nos vimos de repente frente a su habitación. Entramos, y ambos nos desplomamos sobre el viejo sofá junto con un gruñido de frustración.

—¿Qué es esto? —empecé, intentando escucharme animado como siempre—. ¿No estabas a punto de llorar de emoción hace diez minutos?

Gene abrió la boca para contestar, pero se detuvo antes de producir sonido alguno. Se puso de pie y guardó la hoja de detalles y la tarjeta de Beinz. Estaba dándome la espalda, y la culpa que había percibido antes iba únicamente en aumento.

—¿Gene?

Volteó de repente, pero evitó mis ojos. —Lo siento —dijo, y volvió a sentarse en el sofá—; no me había dado cuenta. ¿Estás bien?

Iba a responder con algo como "Eso debería preguntarte yo a ti", pero había algo en el tono de voz de Gene, usualmente despreocupado e incluso perezoso, que me hizo pensármelo dos veces. Las palabras se rehusaban a salir. Gene finalmente hizo contacto visual, e incluso por la mirada me transmitía cuánto lo sentía, cuánto entendía lo que estaba pasando por mi mente, y todo fue demasiado para mí. Me di cuenta de cuán transparente me había vuelto, y una vez que Gene lo supiera, todos los demás podrían hacer lo mismo, y era tan sobrecogedor como era, extrañamente, agradable.

Pero luego recordaba la voz de Beinz. Alemania estaba lejos, muy lejos, con un mar y otras buenas porciones de tierra. Otro idioma, otra zona horaria, otras personas, y ni la más mínima esperanza de poder llevar a Brook conmigo.

Supongo que mi desilusión se expresó en mi rostro. Un momento después Gene había puesto una mano sobre mi hombro, y me daba un par de palmadas firmes.

—Entenderá, ¿no crees?

Y, aunque era lo más estúpido que podría haber salido de mi boca, hice la siguiente pregunta: —¿Quién?

Gene puso los ojos en blanco. —¿Y quién más? ¡Brook! —volteó hacia un lado, como apenado—. Es decir, Brook...

Parte de mí quería negarlo, pero sería inútil. Me limité a asentir débilmente.

—¿Desde hace cuánto lo sabes?

Gene se recostó sobre el sofá. —Pues... No sabría decirte. Probablemente cuando me pediste que lo buscara por primera vez. Tu cara cuando lo viste fue bastante increíble. Creo que tu amigo Mat también se dio cuenta; quizá él también...

—Sabe —terminé por él, y me alboroté el cabello con una mano, de alguna manera un poco frustrado—. ¿Es tan obvio?

Se encogió de hombros. —No creo que obvio sea la palabra, Lance. Es decir; jamás te habría imaginado en una relación como esta, así que tenía cero razones como para tener esa sospecha, pero simplemente me di cuenta.

Colla VoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora