Capítulo I

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Su madre se lo dijo. Su hermano se lo dijo. Hasta Taehyung, uno de los seres humanos más dispersos que el mundo vio nacer, se lo recordó.

«El autobús pasa cada media hora, Yoongi».

«Si tantas ganas tienes de llegar temprano, apaga ese televisor y duerme».

Pero no. Obviamente, siendo él, hizo exactamente lo contrario.

No era su culpa, de todos modos, sino de ese canal de televisión y su maratón de Tarantino. Más tarde, Taehyung le diría con voz cansina que se sabía los diálogos de Kill Bill Vol. I y II de memoria. No mentía ni exageraba, eso era lo preocupante.

Pero no podían culparlo a él. Culpen a la clínica, que quedaba en una adinerada zona de difícil acceso en el rincón más recóndito de Seúl. O culpen a Seúl en sí, por ser tan malditamente enorme. Culpen a su madre por dejarlo enfermarse (esto no es cierto, pero Min Yoongi siempre ha sido cabezota), por no despertarlo porque ya estaba suficientemente mayor y muy irresponsable, y por último, a la vida en general, porque, francamente, ¿a quién coño le importa tener un zumbido de ventilador en el pecho? A la mierda sus bronquios.

—Has visto Pulp Fiction más veces de las que se ha mirado Seokjin-hyung en un espejo.

—No sé en qué estaba pensando cuando te marqué creyendo que hablar contigo haría más amena mi espera.

La risa de su mejor amigo a través del teléfono, como era de esperarse, lo reconfortó.

Llevaba apenas treinta minutos en la parada de autobuses, quince de ellos hablando por celular y los restantes, aprovechados en entretener a una señora (anciana, podríamos decir) con una embarazosa charla sobre lo guapo que era y lo solito que estaba. Dios.

Yoongi suspiró aliviado cuando el, supuso, hijo de la anciana, llegó de quién sabe dónde y le agradeció por haberle hecho compañía. No se fueron, sino que se pusieron a esperar juntos mientras conversaban a susurros, y Yoongi se sintió muy fuera de lugar en tan reducido espacio.

Ahí fue que decidió llamar a Taehyung, quien no tardó en regañarlo cual madre protectora, a pesar de que él mismo perdería su cabeza si no la tuviese pegada al cuello.

—Mi deber era ver a Bill morir —Yoongi sentenció.

—Sinceramente, hyung, a veces eres como un niño —refutó Tae. Ambos hicieron una pausa antes de echarse a reír, porque, ¿Taehyung, de entre todas las personas, diciéndole algo así?

-—Es ridículo que sólo dos buses de la ciudad lleguen a esa clínica.

—Comparto tu opinión, pero eso no te justifica. De todas maneras, ¿en qué bus te vas?

—En el O, que debería estar aquí en media hora, según los horarios estimados en internet.

—¡Hyung! —Taehyung sonaba incrédulo a través del celular—, ¿los horarios están en internet y aun así no llegaste?

—¡Ya te dije que mi madre se negó a despertarme!

Taehyung sólo resopló y procedió a parlotear sobre este maravilloso chico de proporciones dolorosamente finas y elegantes de su paralelo de Literatura Universal. Yoongi necesitaba preguntarle a su mejor amigo cómo es que alguien cuya risa podía confundirse con un tierno (o espeluznante, dependía del humor de Yoongi, quien había pasado demasiadas horas observándolo por el bien de Taehyung en la cafetería) ahogo inminente con saliva, que aplaude y golpea a su prójimo según sus niveles de felicidad, podía siquiera catalogarse como fino y elegante. Pero a Tae le gustaba, y no paraba nunca de hablar sobre él y sus majestuosos dientes más grandes que las Torres Gemelas. Yoongi lo dejaba, le tenía demasiado cariño al idiota empedernido como para bajarlo de las nubes.

Not shy (of a spark) 《YoonMin》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora