Capítulo III

1.9K 256 99
                                    

Llevaba dos días durmiendo tres horas y media por madrugada. Yoongi no se quejaba, su proyecto iba viento en popa y muy adelantado en cuanto a la fecha de entrega, cada minuto su pecho se hinchaba un poquito más de orgullo con los pequeños avances, y la ilusión de verlo ya terminado (por satisfacción propia, algo que podríamos bautizar como ansias) era lo único que lo tenía levemente estresado.

Encendió su quinto cigarrillo de la noche (había dejado de fumar en secundaria, pero esos días sentía que lo necesitaba), el sabor de las previas tazas de café mezclándose con la nicotina y dejándole un sabor, para él, desagradable en la boca. El balcón de su departamento era un desastre; de tamaño medio, Yoongi lo había adaptado improvisadamente para poder construir y armar su proyecto. No era techado, obviamente, así que se congelaba de principio a fin, pero trabajaba teniendo en mente que, mientras más pronto empezase, más tiempo dispondría para perfeccionar y corregir detalles.

Dejó la mezcla de pasta muro en el suelo junto a sus pies y se apoyó en el barandal del balcón, le dio una calada al cigarro y arrugó su rostro en una expresión casi de asco, verdaderamente encontrando disgustante el sabor sobre su lengua.

Volteó, mirando a través del ventanal hacia la cocina, contemplando la idea de ir a por un vaso con agua o un kilo de dentífrico; ninguna opción lo sedujo, sabiendo de sobra que el interior de su departamento estaría abrigado, tiernamente acogedor, y él moría por recostarse sobre alguna superficie cómoda, decir «Sólo cinco minutos» y despertar a los tres días. En cambio, como sucedía desde que lo recibió, rememoró el momento en que por fin sacó su obra de arte favorita de la bolsa donde venía.

Taehyung ya se había ido, teniendo clases a las ocho de la mañana y habiendo dejado el departamento a las siete diez, todo él muy puntual. Yoongi tenía un bloque de taller por la tarde, a las cinco, y antes de incluso cepillarse los dientes, corrió (si es que Min Yoongi podía hacer algo siquiera remotamente parecido a correr) a encontrarse con cierto lienzo sobre su sillón.

Francamente, Yoongi estaba nervioso. Nunca había visto algún dibujo acabado de Jimin, sólo avances de la asignación de la que él sería parte, dueño y señor, y ni siquiera eso contaba demasiado, puesto que, por alguna razón, el menor había dejado de enviarle fotografías un tiempo atrás.

Yoongi había puesto bastante fe en Jimin y como era predecible, esperaba una obra magnífica. El otro chico no había alardeado en demasía sobre sus dotes de artista, y cada vez que debía exponer algún trabajo, visitaba o llamaba a Yoongi, voz temblorosa y ojos empapados en alivio.

—Me ha ido bien —decía—. Dios, cómo detesto ponerme tan nervioso.

Yoongi se enternecía y lo hacía reír con exageradas anécdotas suyas o de Taehyung hasta que recibía un «Sí, hyung, gracias, ya pasó» cuando le preguntaba si se encontraba mejor.

La verdad, era que el mayor no quería decepcionarse luego de haber idealizado a Park Jimin, de veinte años, como al Vincent van Gogh del siglo XXI.

Con toda la calma del universo, movimientos parsimoniosos y la respiración atascada en la garganta, Yoongi levantó la bolsa negra de tela que había sido abandonada en aquel lugar la noche anterior, que por algún motivo desconocido que lo aterrorizaba todavía más, su autor le pidió que no viese mientras él (o cualquier otro ser humano que no fuese el mismo Yoongi) estuviese presente.

La bolsa era de una tienda de calzados, y Yoongi sonrió cuando recordó que él mismo acompañó a Jimin a comprarse esas zapatillas deportivas una de las tantas tardes que habían pasado juntos. Pero dentro se encontraba algo que había estado esperando durante aproximadamente un mes, y no podía entender que estuviese haciendo tanto alboroto por algo así. No era como si fuese a querer menos a Jimin si su dibujo resultaba siendo terrible.

Not shy (of a spark) 《YoonMin》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora