Capítulo 3

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El silencio se apoderó del consultorio en el que nos encontrábamos, juraría que podía escuchar mis lentos latidos del corazón y los acelerados latidos de la doctora frente a mi. Su pluma seguía moviéndose, incluso el roce de la pluma con el papel era audible. Mi mirada estaba fija en esa hoja blanca que poco a poco era cubierta con la tinta negra del bolígrafo.

Después de alrededor de dos minutos, la psiquiatra rompió el silencio dirigiendo su mirada hacia mi. -Y dime, ¿qué fue lo que hiciste?, ¿qué fue lo que él hizo? -Su mirada era diferente a hace rato, pero no a algunas otras veces en que le platicaba mis anécdotas y divagaciones.

Estaba intrigada.

-El idiota pensó que sus esbirros podrían contra mi, creyó que temería de él, yo. - Reí al recordar las palabras que articuló Shawn «Enséñenle con quien se mete» mi risa se volvió un poco estruendosa, era tan divertido, lastima que duró muy poco.

Aunque la sangre siempre lo compensaba un poco.

-Debió haberlos visto, su sonrisa cuando uno de los chicos me tomó del brazo con el que sujetaba mi navaja, y el otro imbécil me dio un golpe con su puño en mi rostro. Que gran error. -Sonreí y me acomodé mejor en ese pequeño sofá, estirando mis brazos hacia arriba, colocándolos detrás de mi cabeza. -Sólo un movimiento de mi brazo bastó para deshacerme del primero de ellos con un fino corte en su mejilla. El otro intentó apresarme contra el suelo, pero se olvidó de sujetar mis brazos. -Suspiré al recordar aquello, no habría querido que las cosas terminaran de esa manera. Pero mis subconsciente se debatía gritando «Apuñalalo, demuéstrale con quien se metió». -Mi mano se movió por si sola, hasta que sintió como el filo de mi navaja se hacía espacio para hundirse en su costado, desgarrando uno a uno los tendones y capas de músculo por debajo de su piel. -Hice una pausa de algunos segundos y sonreí de nuevo. -Siete veces.

Mi risa volvió a hacerse presente, siempre había deseado sentir como la sangre de alguien que no fuera yo escurriera por mis brazos y manos. Que mi ropa y mis extremidades se tiñeran de ese hermoso color carmesí.

Me levanté de ese sillón y me alejé hasta llegar a la ventana y abrirla un poco. La mirada de la psiquiatra no me siguió, a pesar de que existiera la posibilidad de que le hiciera algo, ella confiaba, por alguna extraña razón confiaba en mi, en que no sería capaz de lastimarla. Porque nunca antes me había atrevido a lastimar a alguien.

Hasta hace unos días.

—¿Y cómo te sentiste cuando lo hiciste? —Su voz no era dudosa, no flaqueaba. No tenía miedo.

—Fue la mejor experiencia. Nunca antes me había sentido de esta manera. —Sonreí mirando mis manos, recordando el momento en que las vi teñidas del espeso carmesí que tanto anhelaba admirar y sentir. —Me sentí feliz, excitado. Como cuando a un niño le regalas una bolsa de caramelos.

—Vaya comparación, Jared. —Su voz se había tornado sarcástica. Y de nuevo apuntaba demasiadas cosas en su libreta, de nuevo el silencio se había apoderado de nosotros.

Era tanto ese silencio, que la estática de la televisión vieja podía escucharse por toda la habitación.

—Bueno, usted preguntó, no creo que exista otra cosa con la que pueda compararlo y que me pueda entender. —Me encogí de hombros y guardé mis manos en los bolsillos de mi sudadera negra.

La alarma de su celular comenzó a sonar, anunciando que nuestra sesión había terminado. Cerré la ventana y me quedé mirando el dibujo que yacía a su lado.

—La sesión ha terminado, Jared. —Su suave, pero exigente voz me sacó de mis pensamientos. Me giré y ya había abierto la puerta.

Suspiré y salí del consultorio, debía llamar a mi madre para que pasara por mi. O tal vez podría dar un pequeño paseo...

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⏰ Última actualización: Jul 12, 2016 ⏰

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