CAPITULO IV

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"...Cepillo de dientes en la boca, cepillo de dientes,

cepillo, cepillo, cepillo, diente, boca, espuma, cúpula en

la espuma, cúpula romana, viene, hogar, hogar, en la

boca, Roma, cúpula, diente, cepillo de dientes,

mondadientes, carterista, alvéolo, cohete..."

Peter Keating parpadeó, lanzó la mirada como a gran

distancia, sin enfocarla, pero, al fin, la fijó en el libro. El

libro era delgado y negro, con letras escarlatas que

decían: Nubes y mortajas, por Lois Cook. La cubierta

decía que era una crónica de los viajes que había hecho

por el mundo la señorita Lois Cook.

Keating se echó hacia atrás con un sentimiento de

entusiasmo y de bienestar. Le gustaba el libro.

Constituía la rutina durante el desayuno del domingo,

una experiencia espiritual y profunda; estaba seguro de

que era profunda porque no podía comprenderlo.

Nunca tuvo necesidad de formular convicciones

abstractas, pero tenía un sustituto eficaz. "Una cosa no

es alta si uno puede alcanzarla, no es grande si puede

razonar de ella, no es profunda si se puede ver el

fondo." Éste había sido siempre su credo, no formulado

ni discutido. Esto le ahorraba cualquier intento de

alcanzar, de razonar y ver, y arrojaba un bello reproche

de burla hacia los que lo intentaban. De manera que

podía gozar con la obra de Lois Cook. Se sentía elevado

al reconocer su capacidad para responder a lo abstracto,

a lo profundo, a lo ideal. Toohey había dicho: "Esto es

preciso, suena como suena, la poesía de palabras con

palabras, el estilo como una rebelión contra el estilo.

Pero tan sólo los espíritus muy finos pueden apreciarlo,

Peter." Keating pensó que podía conversar de aquel

libro con sus amigos, y si ellos no lo comprendían,

sabría que era superior a ellos. No necesitaría explicar

esa superioridad -era lo justo, "superioridad como

superioridad"-; automáticamente se negaría a dar

explicaciones a quien se las pidiera. Le gustaba el libro.

Tomó otra tostada. Vio que su madre le había dejado

en el extremo de la mesa el gran bulto del diario del

domingo. Lo cogió, sintiéndose bastante fuerte, en aquel

momento, con la confianza que tenía en su íntima

grandeza espiritual, para enfrentarse con todo lo que

contenía aquel montón de hojas. Extrajo la sección

El ManantialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora