Avances importantes

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Transcurrieron dos meses en los que avances importantes con Kim se habían logrado.
Trancy se había familiarizando pronto con la ruta para las habitaciones con los jardines, se desplazaba de manera precisa y era poca la ayuda que solicitaba.

León por su parte convivió poco con su familia, Rose seguía muy feliz con Federic quien la invitaba todos los días a salir, y a veces esta se quedaba a dormir en la mansión del abogado, situación que ponía un poco incómodo a León, pues sabía lo que esa invitación conllevaba .

Con Ariadna era otra cosa... Ellos estaban muy absortos en sus compromisos, pero la mujer lo llamaba cada momento ya sea para reclamar que no tenían escaso tiempo para verse, o para indicarle que quería follar.
Al final de cuentas la rubia opto por ir a ver al escritor a su mansión esa tarde.

-Pase señorita Ariadna, el señor Brooks esta en su despacho, Artur guió a la mujer hasta el despacho de el escritor. Tocando y anunciándole a León de la inesperada visita.

-Querido, por fin podemos vernos. La mujer avanzó hasta León, para plantarle un beso forzando un poco al escritor. Este se sintió invadido y algo incómodo. Pero admitía que se veía muy seductora su prometida.

Ariadna iba vestida muy femenina, una blusa de seda rosa con pequeños botones dorados, Un collar de perlas beige nacarada, una falda negra entubada que resaltaba la pequeña cintura y las redondas nalgas y un par de tacones estileto negros.

León acarició la espalda de la mujer, de forma conciliadora, sin intención de algo más por parte del castaño. Ella no captando el mensaje restregó el par de pechos en León, quien gimió hundiendo su rostro en el cuello de aquella mujer, arrancándole un jadeo. Adriana subió una de sus largas piernas hasta la cadera de León, este acarició con fuerza aquella piel y con ambas manos subió bruscamente la ajustada falda para poder llegar hasta la diminuta ropa interior. Rozando con las yemas de los dedos el fino encaje de las nalgas.
Ariadna gemía y respiraba rápidamente.
Mientras el escritor recorría con la punta de la lengua aquella piel. El castaño era consciente que era más deseo y necesidad y que no implicaba algún sentimiento.
León siguió tocando hasta posar la mano en medio de la entrepierna de la rubia, quien besaba y mordía con desespero el cuello y pecho del castaño, logrando soltar la camisa que este traía para ver ese imponente pecho, mientras se relamía la lengua de forma lasciva.

-Te he extrañado mi amor, decía Ariadna, con voz urgida.

León emitía ruidos roncos, pues estaba excitado, ya no era un niño pero eso no lo eximia de la urgencia de enterrarse en aquellas carnes.

Tomando con sus dos manos las nalgas cubiertas por una fina tela la cargó hasta depositarla en el escritorio y soltando los botones descubrió ese par de redondos pechos, masajeandolos hasta que el lindo sostén le estorbaba para estimular con lengua y dedos aquellos rosados pezones que yacían erectos exigiendo las atenciones del escritor.

León bajo por ese firme par de senos, y tomando con la punta de la lengua un pezón lo empezó a estimular, haciendo que aquella mujer levantará la cadera de forma ondulante y sensual.
Mientras con la otra mano estimulaba aquel pequeño capullo que se hallaba en la entrepierna de la rubia.

Y sin más miramientos Ariadna soltó el cinturón y el zipper del castaño, acariciando con la mano aquella erección que tanto la enloquecía. Sacándola de la ropa interior.

León captando el mensaje, hizo a un lado la prenda que se interponía en la húmeda entrada de la rubia y con una mano dirigió aquella imponente polla, mientras con la otra levantaba la estrecha espalda de la chica, besando y chupando ambos pechos, dejando marcas tan dolorosamente visibles, esto molestaba a la rubia quien se quejaba de dolor.
León empezó un tosco y violento vaivén mientras embestía a la chica que se debatía entre protestar porque le molestaba la rudeza o disfrutar hasta donde el dolor se lo permitiera. Estuvieron así unos minutos hasta que ambos alcanzaron el clímax...
León se dejó caer sobre el cuello de la mujer.
El amaba el sexo rudo, y nunca con sus amantes casuales podía practicarlo libremente, pues eran demasiado "decentes en la cama". Y ni aún con su esposa había practicado tal fetiche pero sí con furcias y prostitutos.

Los Colores Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora