La carta de su madre le había trastornado, pero Raskolnikof no había vacilado un instante, ni siquiera durante la lectura, sobre el
punto principal. Acerca de esta cuestión, ya había tornado una decisión irrevocable: «Ese matrimonio no se llevará a cabo mientras yo
viva. ¡Al diablo ese señor Lujine!»
«La cosa no puede estar más clara -pensaba, sonriendo con aire triunfal y malicioso, como si estuviese seguro de su éxito-. No,
mamá; no, Dunia; no conseguiréis engañarme... Y todavía se disculpan de haber decidido la cosa por su propia cuenta y sin pedirme
consejo. ¡Claro que no me lo han pedido! Creen que es demasiado tarde para romper el compromiso. Ya veremos si se puede romper o
no. ¡Buen pretexto alegan! Piotr Petrovitch está siempre tan ocupado, que sólo puede casarse a toda velocidad, como un ferrocarril en
marcha. No, Dunetchka, lo veo todo claro; sé muy bien qué cosas son esas que me tienes que decir, y también lo que pensabas aquella
noche en que ibas y venias por la habitación, y lo que confiaste, arrodillada ante la imagen que siempre ha estado en el dormitorio de
mamá: la de la Virgen de Kazán. La subida del Gólgota es dura, muy dura... Decís que el asunto está definitivamente concertado. Tú,
Avdotia Romanovna, has decidido casarte con un hombre de negocios, un hombre práctico que posee cierto capital (que ha amasado
ya cierta fortuna: esto suena mejor e impone más respeto). Trabaja en dos departamentos del Estado y comparte las ideas de las nuevas
generaciones (como dice mamá), y, según Dunetchka, parece un hombre bueno. Este parece es lo mejor: Dunetchka se casa impulsada
por esta simple apariencia. ¡Magnifico, verdaderamente magnifico!
»... Me gustaría saber por qué me habla mamá de las nuevas generaciones. ¿Lo habrá hecho sencillamente para caracterizar al
personaje o con la segunda intención de que me sea simpático el señor Lujine...? ¡Las muy astutas! Otra cosa que me gustaría aclarar
es hasta qué punto han sido francas una con otra aquel día decisivo, aquella noche y después de aquella noche. ¿Hablarían claramente
o comprenderían las dos, sin necesidad de decírselo, que tanto una como otra tenían una sola idea, un solo sentimiento y que las
palabras eran inútiles? Me inclino por esta última hipótesis: es la que la carta deja entrever.
»A mamá le pareció un poco seco, y la pobre mujer, en su ingenuidad, se apresuró a decírselo a Dunia. Y Dunia, naturalmente, se
enfadó y respondió con cierta brusquedad. Es lógico. ¿Cómo no perder la calma ante estas ingenuidades cuando la cosa está
perfectamente clara y ya no es posible retroceder? ¿Y por qué me dirá: quiere a Dunia, Rodia, porque ella te quiere a ti más que a su
propia vida? ¿No será que la tortura secretamente el remordimiento por haber sacrificado su hija a su hijo? "Tú eres toda nuestra vida,
toda nuestra esperanza para el porvenir." ¡Oh mama...!»
Su irritación crecía por momentos. Si se hubiera encontrado en aquel instante con el señor Lujine, estaba seguro de que lo habría
matado.