Capitulo II

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Jack
Confesiones: Nº1 Anticoncepción
Lugar: el lavabo entre los vagones B y C del Intercity de las 2:45 de la tarde desde la estación de Parkway de Bristol a la estación de Paddington de Londres.
Hora: 3:45  de la tarde del 15 de mayo de 1988.
Al otro lado de la puerta del lavabo, un chico de diecisiete años se encontraba delante del espejo con los pantalones abajo y los calzoncillos bajados hasta los tobillos, sosteniendo la última novedad, un preservativo con sabor a curry en una mano y un pene (el suyo xD) en la otra.
En eso puedo ser exacto. No porque estuviera sentado en el vagón C, contemplando la indicación OCUPADO de la puerta con la vejiga a punto de estallar, preguntándome qué clase de persona podía ser tam egoísta como para pasarse casi ente minutos acaparando el retrete. Sino porque aquel chico era yo.
Bueno, pues llegados a este punto, sería bastante lógico suponer que yo pudiera ser cualquiera o, posiblemente, todas las cosas siguientes:
A) Un pervertido.
B) Un amante del curry.
C) Un chalado.
Y sobre la base de la información que se ha facilitado hasta ahora, serían unas suposiciones bastante acertadas. Lo más probable es que cualquier jurado me declarara culpable de las tres cosas.
Bueno, pues que salga la defensa.
Los hombres de diecisiete años, tal como puede atestiguar cualquier hombre que haya superado con éxito, y sin duda con un suspiro de agradecimiento, esta edad, son unas criaturas extrañas. Tendida entre la adolescencia y la madurez, atiborrada de paletas de hormonas, es la edad del descubrimiento de uno mismo, en la que se hacen preguntas, se buscan respuestas y se cede con frecuencia a la masturbación. En mi caso no fue distinto. Hacía las habituales preguntas. ¿Existe Dios? ¿Podrá alcanzarse alguna vez la paz mundial? En Vano esperaba las respuestas. Y mientras esperaba, me hacía una paja.
A conciencia.
Por término medio, me la meneaba tres veces al día. Me la cascaba sobre la taza del vater, me la pelaba en la parte de atrás del autobús, me la sacudía debajo del edredón. Me la machacaba durante Songs of Prise.

El 15 de mayo de 1988, en el poco erótico ambiente del lavabo de la British Rail, entre los vagones B y C, me sirvió por otra cosa. Lo que me interesaba era el preservativo propiamente dicho y no aquello contra lo que éste estaba destinado a hacer de barrera.
La triste realidad era que yo jamás me había puesto ninguno hasta el momento. Hasta entonces, mi contacto von ellos se había limitado a contemplar con admiración cómo mi compañero de escuela Keith Rawling realizaba su a la sazón legendaria hazaña de hinchar un preservativo y utilizarlos como zepelines. Yo no pretendía aquel día causar tal asombro. Pretendía asombrar a Mary Rayner, una chica a la que había conocido en una fiesta juvenil en casa de los padres de Matt el fin de semana, una chica que vivía en Londres y me había invitado a alojarme en su casa mientras sus padres se encontraban en Mallorca. En otras palabras, una chica que yo esperaba con toda mi alma que fuera lo bastante caritativa para librarme de mi virginidad. De ahí el preservativo aromatizado a curry. En el lavabo. Rn el tren.

En cuestión de menos de dos horas, cabía la posibilidad de que yo me viera obligado a utilizar uno de verdad. El momento para el que yo me había preparado mental y fisicamente, desarrollando como consecuencia de ello una fuerza de la mano derecha tan poderosa como la de un luchador, se me estaba echando encima. ¿Qué hice entonces? Hice lo que hacen todos los valerosos y confiados hombres de diecisiete años: me asusté. Pero a base de bien. Permanecí sentado en el vagón C, tamborileando con los dedos sobre el billetero me preguntaba.. ¿Y si no encajaran? ¿Y si fueran demasiado pequeños o demasiado grandes? ¿Y si se rompieran o se me cayeran? Acabaría tendido al lado de Mary, deshaciéndole en disculpas, eso era lo que ocurriría. Y en caso de que ocurriera, lo más probable era que Mary no me diera segunda oportunidad. Y yo me quedara virgen. Santo cielo, puede incluso que muriera virgen. Me agité en mi asiento, imaginándome mi epitafio: MURIÓ A LOS CIEN AÑID SIN HABERSE COMIDO UNA MUJER, DESCANSE EN VIRGINIDAD. Así pues, tome el billetero y salí a toda prisa al lavabo para hacer un ensayo antes del gran acontecimiento.

Aquí concluye el alegato de la defensa.
Pero no así Mary, tengo el gusto de informar. No concluyó, quiero decir. A partir del momento en que llegamos a su dormitorio y avanzamos dando tumbos y nos dejamos caer en la cama, en lo que menos pensó ella fue en la conclusión. Aquella fue mi primera experiencia de la sensación que más tarde llamé  "En". Estaba En su casa. Estaba En la cama. Y no tardé en estar En ella. La sensación de En me inundo hasta el extremo de desbordarse.

Finalmente JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora