Luchas Internas

9 2 0
                                    

Aquí me encuentro, por fin.

En el suelo, llorando y pidiendo clemencia a mi verdugo.

El cual, en un tono grave y lleno de odio, pregunta si yo alguna vez tuve clemencia con los que me rodeaban.

El, por mas que odie admitirlo, está en lo correcto.

Por años viví engañando y lastimando a la gente que me rodeaba, aprovechándome de ellos, lastiman dolos de las peores maneras posible.

Por fin pagaría mis crímenes, por fin, esos pobres imbéciles tendrán su venganza.

Por fin, yo podría perdonarme por lo que había hecho.

Si, estaba arrepentido, estaba arrepentido de ser la escoria que soy ahora.

Me arrepentía de llevarme la inocencia de esas pobres criaturas creadas por el grande.

Por fin mi juicio final llegaría.

Pero para mi desgracia el de arriba me tenia algo planeado.

Antes de que ese cuchillo atravesara mi yugular, un misterioso hombre llego a mi rescate.

Con solo una palabra y una mirada hizo que mi verdugo se fuera.

- Vete. -

Mi verdugo obedeció. Alejo la hoja de mi cuello, se levantó y se marchó. No dijo ni una palabra, solo obedeció.

Temeroso, permanecí postrado en el suelo, lo único que salio de mi garganta fue un casi inaudible - Gracias. - Después de esa simple palabra, mis ojos se llenaron de lágrimas.

Antes de poder decir algo ese desconocido me levanto, con cuidado y cariño, para después abrazarme con fuerza.

No lo entendía, ¿Por qué este extraño me abrazaba tan cariñosa y fraternalmente?, y más importante aún, ¿Por qué yo me sentía reconfortado en sus brazos?

Mientras mil preguntas pasaban por mi cabeza, casi inconscientemente, correspondí el abrazo, mientras miles de lágrimas salían de mis ojos.

Después de terminar el abrazo, me arme de valor y decidí preguntar su identidad.

Lo único que recibí como respuesta fue: - Tu redentor. -

No comprendí lo que trataba de decirme, hasta que me miro y me dijo:

-Tu no eres esto, tú no eres un asesino, ni un estafador. Tu eres un simple hombre corrompido por su pasado. Todos los recuerdos que tienes sobre ti son una vil mentira. No fue tu culpa la muerte de Romeo y Julieta, no fue tu culpa la muerte de Abel, tu no traicionaste al corazón de mamá. Deja de culparte por cosas que no fueron tu culpa. -

Esas palabras resonaron en mi interior.

Caí de rodillas en el piso. Mi ojos dejaron de llorar, mi garganta se desanudo, mi corazón volvió a latir, mi hambre y sueño volvieron, mi corazón se reconstruyo, mi cara dejo de mostrar esa sonrisa falsa, mis recuerdos se reacomodaron, mostrándome la verdad.

Todo lo que ese hombre me contó era cierto.

En ese preciso momento, volví a la vida.

Antes de poder darle las gracias a ese hombre, él desapareció, dejando una nota en el suelo, la tome y la leí: -Despierta-

Desperté de un sueño inducido, estaba en un consultorio, con mi psicólogo.

Los Delirios de una Inconsciente ConcienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora