Capitulo 2.

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«Lo reventaré.»


Oh, por la chucha, ¿eso significaba lo que yo pensaba? ¿Tan brígido era el Español? ¿Cómo era


posible que su nivel de brigidez hubiera aumentado tanto en tan poco tiempo?


Apenas pude dormir esa noche. Las otras personas con las que compartía pieza no llegaron, pero no


fue el hecho de estar esperándolas lo que me impidió pegar pestañas.


Primero, no podía conciliar el sueño porque no dejaba de pensar en Ibizo y en el Español. Me pasé


todas las películas del mundo, y en todas terminaba el Ibizo enterrado en un foso de ocho metros en


alguna cantera de Aragón.


Segundo, no pude dormir porque el carrete que había en el hostel era extremadamente cuático... y


el calor también. «El calor es psicológico, el calor es psicológico», pensaba intentando


convencerme de que el sudor que me corría por el cuerpo era producto de mi imaginación, pero no


podía continuar así mucho más. Si cerraba la ventana, sería como entrar en un sauna, un sauna bien


rancio porque no me había duchado después del viaje de catorce horas, y si la abría, el ruido del


perreo intenso que había abajo me iba a dejar pegá al techo.


Finalmente decidí que era peor la calore y dormí con la ventana abierta toda la noche, pero escuché


tanto reggaetón que soñé que Daddy Yankee me invitaba a su cumpleaños. Al otro día desperté y lo


primero que hice fue revisar el WhatsApp. No tenía más mensajes del Español, así que aproveché el


vuelo y lo bloqueé de una. Quien me importaba más en ese momento era Ibizo... y de él tampoco


había noticias.


Me duché y no vi a nadie, aunque se oían voces provenientes del hall. Bajé entonces a comprar algo


para desayunar y vi en una mesa grande a mucha gente sentada.


-¡Hola! -me saludaron algunos.


-Hola -respondí-. ¿Saben dónde puedo comprar algo para desayunar?


-¡Vení, desayuná con nosotros! -dijo un tipo. Era moreno, un poco musculoso y andaba con una


polera naranja muy apretada. Me recordó a un paté.
Me senté sintiéndome muy patúa porque no había comprado nada de lo que había en la mesa. Lucas


me sirvió una taza de café y vi con tristeza que en la mesa no había ni hallullas ni marraquetas, solo


baguettes y facturas.


-¿Cómo te llamás? -me preguntó Cuantascopas (así bauticé al argentino moreno musculoso).


-Pepa, pero me dicen Pepi..., da lo mismo porque no hay gran diferencia.


-¿De dónde sos, Pepi? -preguntó un tipo con rastas desde la barra de la cocina.


-De Santiago.


-¿Santiago del Estero? -volvió a preguntar Cuantascopas.


-No, Santiago de Chile. ¿No se nota el acento?


-No, no, es que no parecés chilena -continuó Cuantascopas-. Y hablás un poco raro.


-¿No parezco chilena? ¿Por qué? -pregunté con curiosidad.

PEPI LA FEA 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora