Capitulo 1.

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Un auto negro se estacionó en Calle del Bolillero, en Tres Cantos, al norte de Madrid. Era una fría
noche de invierno, en que las luces del parque próximo apenas iluminaban las casas de aquella
cuadra, todas iguales, una al lado de la otra.
Del auto negro se bajó un hombre. Era joven, alto, de cabello castaño claro y profundos ojos
grises, cuya belleza se perdía en la fría expresión con la que miraba las numeraciones. Avanzó
caminando por la vereda, sujetando firmemente algo que llevaba oculto bajo su chaqueta negra.
Miró hacia todos lados para asegurarse de que no había nadie y luego siguió dando grandes
trancos hacia la casa elegida, levantó el brazo, tocó el timbre y esperó.
Un muchacho somnoliento, de adormilados ojos pardos y considerable estatura, abrió. Entornó los
ojos y, cuando reconoció a la persona que había llamado al timbre, ahogó un grito y trató de
cerrar la puerta. Ya era demasiado tarde, porque el Español sacó el revólver que llevaba bajo su
chaqueta y se abrió paso hacia el interior de la casa a la fuerza.
-¡Pepi se fue, no está aquí! -gritó Ibizo, con el terror reflejado en su cara.
-Lo sé. Y es tu culpa -masculló el Español, que lentamente levantó el revólver apuntando a Ibizo
en el rostro. Ibizo retrocedió torpemente pero no sirvió de nada, porque el Español apuntó justo
entre los dos ojos de Ibizo, jaló el gatillo y ¡bang!
Desperté con un sobresalto y miré hacia todos lados sin saber dónde me encontraba. Cuando caché
que estaba en el avión, volando hacia Córdoba y que todo había sido solo una pesadilla, recién pude
respirar.
Recordé que me había hecho la dormida para evitar prolongar la conversación con el Zorrón y de
weona me había quedado dormida en serio. De eso ya habían pasado como dos horas y me rugía la
guata como dinosaurio en huelga, porque bajo las circunstancias en que dejé España ni desayuno
había podido tomar.
-¿De dónde sacaste eso? -miré al Zorrón que estaba comiéndose un sándwich de jamón con
queso.
-El carrito con comida po', ya pasó. Tú estabai duermiendo.
Bufé de rabia porque no me había despertado, pero me dio vergüenza llamar a una azafata para que
me trajera algo de comer.
Miré por la ventanilla hacia afuera y, bajo nubes que parecían algodón, pude distinguir un océano
inmenso e interminable.
Tragué saliva.
Odio volar y sobre todo odio volar sobre agua. Me acordaba del accidente de Felipito y me daba
weá que el avión se cayera. Si se iba a caer, prefería morir chocando sobre tierra que sobre el
océano.
Me quedé entonces pensando en mi sueño. ¿Habría sido un sueño premonitorio? ¿O habría tenido
una visión? ¿Habría pasado eso en verdad? ¿Ibizo había muerto? Puse mentalmente la cara de gatito
impactado de WhatsApp y me acongojé. Tenía un nudo en la guata.
Me pregunté si acaso el Español ya había despertado. Era lo más probable, porque le encantaba
levantarse temprano. ¿Qué habrá pensado al ver que yo ya no estaba ahí? ¿Habría leído mi carta? Y
lo más importante y que a la vez más me preocupaba: ¿viajaría a Córdoba de todas formas?
Recordé una vez más mi sueño y un escalofrío recorrió mi columna. Su turbiedad era muy turbia,
pero no me lo imaginaba yendo a la casa de Ibizo a hacerle algo... porque seguramente cacharía que
Ibizo me había ayudado. Suspiré y me puse a ver las fotos de mi gato que tenía guardadas en la
billetera. Podía pasar horas y horas mirándolas y siempre me relajaban y me ponían de buen humor.
Teodoro era mejor que un masajista y un psicólogo juntos.
Tras un tiempo indeterminado, que pudo ser incluso horas, caché que a mi lado el Zorrón roncaba.
Sobre la bandeja de su asiento aún tenía como la mitad del pan así que careraja se lo saqué y me lo
comí.
-Guatón marsupial, yo lo necesito más que tú -mascullé con la boca llena. Después me hice la
loca, me palpé la guata (que se movió como jalea bajo mi ropa) y me fui mirando por la ventanilla.
El viaje fue tranquilo y sin contratiempos. Tuve unas cuantas conversaciones buena onda con el
Zorrón y al llegar al aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, nos despedimos con un abrazo.
-Me voy a Santiago.
-Y yo a Córdoba... Un par de horas de escala, qué paja.
-Oye, sorry por tratarte de bigotuda y fea -se disculpó.
Me reí. Parecía como si ese carrete donde nos puteamos y tiré sus chalas por la ventana hacia la
calle hubiese ocurrido un chilión de años atrás.
-Perdón por decirte marmota culiá gorda y hediondo a hocico.
El Zorrón se palpó la guata con alegría.
-Gracias a eso me puse a dieta y bajé cinco kilos. Te debo el favor.
Nos dimos otro abrazo y me tiré en el piso a hacer hora.
El viaje de Ezeiza a Pajas Blancas fue horrible. Tormenta eléctrica en el cielo cordobés con
turbulencias que hacían que mi vida pasara ante mis ojos. Rezaba el rosario a la velocidá de la luz y un viejo cerca de mí me miraba con cara de cuco pero sonreía. Al parecer mi rosario rezado al peo
sirvió, porque aterrizamos sanos y salvos.
Cuando el avión tocó suelo cordobés los pasajeros aplaudieron. Jamás había visto eso de los
pasajeros aplaudiendo. Me sentí como cuando en el cine termina una película y la gente aplaude y
me da rabia, porque los actores no están ahí mirando y encuentro que es la weá más ridícula de la
vida.
Nos bajaron del avión en una escalera que ya se desarmaba y nos metieron a un bus que se llenó
altiro. De ahí nos trasladaron al aeropuerto y me sorprendí de lo chico que era. No había nada. El
dutty free tenía como dos colonias todas cagonas, pero los de policía internacional estaban mijitos
ricos así que eso me subió el ánimo.
«Si los pacos de acá son tan guachones, no quiero ni imaginar al resto de la población», pensé.
Me subí a un remís y el chofer me empezó a contar que para el terremoto del 2010 le tocó llevar a
unos chilenos desde Córdoba a Santiago. Yo tenía mi mente en que no me llevara pa' otro lado y
me asaltara, así que iba con los ojos fijos en las calles cordobesas. Estaba espirituada por el Español.
La gente así de tránsfuga tiene contactos asesinos en todos lados.
Resultó que finalmente el chofer no era ningún asesino y me dejó en la puerta del hostel. Llegué
como a las doce de la noche, toqué el timbre y entré.
-¡Hola! ¿Qué tal? -Un tipo rubio guachón me recibió-. Me llamo Lucas.
-¡Hola! Qué calor hace acá -contesté.
Se puso a revisar en un cuaderno y encontró mi reserva.
-Tú debes ser Pepa, ¿no?
-Sí, Pepa. ¿Tú eres el dueño? Contigo me comuniqué por mail.
Yo había hecho mi reserva cuando aún me encontraba en España.
-Justamente -sonrió.
Tenía un acento argentino medio raro. Andaba con una polera celeste y bermudas blancos, lo que le
hacía parecer un angelito, y su pelo liso y rubio le caía por los costados hasta las orejas.
Al ver a Lucas tan ligero de ropas fui consciente de que tenía mi abrigo puesto y estaba toda sopeá.
El calor era cuático y eso que era de noche.
-Treinta grados incluso por la madrugada acá en Córdoba, eh -dijo Lucas mirándome de reojo.
Me saqué el abrigo y lo puse sobre la maleta. Miré el hall y vi que había mucha gente tirada en los
sillones viendo cómo dos tipos jugaban PES. Distinguí unas cuantas cabezas rucias y unos cuántos
ojos chinos. Los saludé y me respondieron con amabilidad.
De pronto, me rugió la tripa como un león feroz.
-Oye, tengo hambre -le dije a Lucas-. ¿Hay algo donde comprar comida a esta hora?
-Sí, claro. Te vas por la avenida hasta la esquina, ahí hay una pizzería. Está abierta toda la noche.
Dejé mi maleta en el hall y salí. Llegué a la pizzería, hice la mansa fila y pedí una pizza familiar.
Entonces saqué mi billetera para pagar y caché que no había pasado a ninguna casa de cambios.
-Eh... ¿acepta euros?
Nunca un argentino me había mirado con tanta cara de culo.
Volví al hostel con más hambre que Hagrid con bajón.
Lucas me ofreció comida preparada por él y no me quedó otra que comer un arroz pegajoso como
engrudo con una milanesa añeja de quién sabe cuántos días.
Sentada comiendo extrañé a Ibizo más que la mierda y la rica comida que siempre me preparaba.
Sorprendentemente extrañé más a Ibizo que al Español. «Es natural, es tu mejor amigo», me decía
una voz en la cabeza. Pero otra vocecita, la de la maldá, me hacía 1313 y me sentí una bataclana
sucia pecadora.
Esperar días para que llegara Ibizo sonaba a una lenta tortura. ¿Qué chucha iba a hacer cuando yo
tuviera que volver a Chile e Ibizo tuviera que volver a España? ¿Qué sería de mi vida?
Me conecté al wifi del hostel y mensajeé a Ibizo, pero el mensaje no le llegaba. Cuando por fin
agarró el wifi, me llegaron chorrocientos mil mensajes del Español. No quise mirarlos por puro
yuyu que me daba, pero me preocupé igual. Recordé al Español con su pistola y el hambre se me
fue... cuando ya había terminado de comer.
Lucas me ayudó a subir la maleta por la escalera y me pasó las llaves de mi pieza. Para mi sorpresa
había un camarote y una cama de una plaza al lado, con ropa y cosas encima.
-Oye, sorry, yo reservé una habitación privada -le dije.
-Eh, disculpame, es que unos pasajeros alargaron la estadía, esperemos que se desocupe la
habitación, por el momento no hay más camas.
-¡Pero si yo pagué la reserva y todo!
Lucas se encogió de hombros y no me quedó otra que recibir la llave y entrar. «En Chile las cosas
no son taaan al peo», pensé.
Abrí mi maleta y encontré el pijama en el fondo. Me dio paja bañarme, así que me empijamé tal
cual estaba, apagué la luz y me metí así nomás a la cama de arriba del camarote, que era la única
que parecía no estar ocupada.
Ahí acostada me puse a revisar el celu y caché que aún no le llegaba el WhatsApp a Ibizo. Me
preocupé en serio. Lo encontré rarísimo, porque él tenía internet móvil y respondía los mensajes en
modo automático.
Luego, con el pecho oprimido, abrí los WhatsApp del Español.
Qué putas hiciste
¿Cómo coño has podido hacerme esto después de todo lo que hice por ti? ¿Qué mierda crees que
soy?
Como no regreses te vas a enterar
Ha sido el mariconete de Ibizo quien te ha ayudado, ¿no?
Más le vale que se haya ido contigo, porque como vaya yo a su puta casa y lo encuentre ahí, lo
reventaré. Nadie me ve la cara de imbécil, ni siquiera ustedes dos.

PEPI LA FEA 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora