Capítulo II
Se acercaron a la orilla del río. Leticia se quitó sus zapatos y le dijo que a Luisa que hiciera lo mismo. La tomó por las manos y le dijo que hiciera lo mismo que ella. Subió su vestido un poco para no mojarlo al igual que Leticia. Cerró sus ojos y respiró como Leticia le había pedido.
— Escucha el sonido del río cuando golpea con las rocas que están dentro de él. ¿Quién crees que es el más fuerte? ¿El río o las rocas?—le dijo y abrieron los ojos.
— ¿Las rocas?
— No... El río. Él pasa a través del obstáculo que se hagan o presentes ellas. Por lo que sé cómo el río pasa por encima de tus miedos y obstáculos. No te quedes inmóvil a ver qué sucede. No seas como una roca. ¿Lo harás?
— Hmmm... Lo intentaré. Haré todo lo que esté a mi favor. Aunque no creo que pueda ser inmóvil como las rocas, por lo menos me muevo.— dijo y dio una pequeña vuelta en el río. Las risas de sus amigas no se dejaron esperar, por lo que todas rieron, creando una atmósfera algo particular.
Mientras aún Leticia y Luisa seguían en la orilla del río, unos caballos se oían galopear a toda fuerza acercándose a ese lugar. ¿Quiénes los montaban?, era mejor no saberlo. Era mejor creer que era el viento jugando con las hojas de los árboles que allí se encontraban.
Se acercaron con risas irónicas al verlas allí, mientras ellas molestas regresaban a las sombras del roble, ignorando la presencia de ellos.
— Es un hermoso detalle el que tuvieron señoritas al recibirnos.—expresó irónicamente Rodrigo—. Nunca imaginé que dos Irazábal fueran a darnos una cordial bienvenida.
—Eso quisieras tú.— susurró Elena al escucharlo, estaba enojada al igual que sus amigas, pero debía disimularlo.
— ¿Acaso nuestra presencia las incómoda un poco?—dijo Armando.
— El viento susurra con las hojas secas que caen una y otra vez...—dijo Leticia de forma irónica.
— ¡El almuerzo está servido!... Espero que les gusten los platos que preparé.—dijo Micaela.
Al ver que ellas los ignoraban, no tuvieron otra razón que hacerse notar. Se bajaron de sus caballos y se acercaron a ellas para molestarlas un poco más.
— Con su permiso señorita.—dijo Rodrigo al sentarse cerca de Leticia—. El almuerzo se ve muy apetitoso... Aunque no comprendo que hacen señoritas como ustedes en un lugar como éste. Tan solas. Almorzando sin ninguno de sus parientes caballeros.
— Mi estimado caballero, lo mismo digo de ustedes... Por lo que espero que comprenda que usted está de más en este lugar, al igual que sus amigos. Váyase por donde vino, y respete la privacidad que a usted no le concierne.
— Creo que la subestime, señorita...—sonrió con picardía, mientras tomaba un trozo de pan de una de las bandejas y lo degustaba—. No pensé que tendría tal carácter. Me la imaginaba distinta. La creía una chiquilla más o menos sumisa... Una de las tontas Irazábal que se suele halagar sin razón alguna.
— Siento no decir lo mismo de usted. Yo en cambio lo suponía a usted tal cual es. Un pésimo caballero sin modales.—le dijo y lo miró fríamente—. Uno más de los Duarez. ¿Desean almorzar?... ¡Almuercen!... Eso sí, espero que no les caiga mal... Con su permiso. Nosotras ya nos vamos.
Se levantaron y los dejaron sentados allí.
— Señoritas, no se molesten... Mis amigos no saben lo que dicen.—dijo Javier quien se había mantenido un poco distante.
— No nos interesa su opinión.— le dijo Carmen Lucia—. Para nosotras usted es uno más... Uno igual que ellos.
Dejaron de mirarlos y continuaron su camino de regreso. Pronto en sus ojos se veía a los lejos Valencia, tan pequeña y distante. El silencio entre ellas estaba presente, queriendo no hablar sobre lo sucedido, era mejor olvidarlo y no amargar el resto del día.
Lo que habían dejado atrás había sucedido tan espontáneamente, tal vez por una mala casualidad. Un recuerdo desagradable que querían olvidar.
A poca distancia de su regreso, se volvió a escuchar el sonido del galope de los caballos que habían dejado atrás... Muy atrás.
Cada una se miró y se preguntaron: "¿Y ahora qué? ¿Qué más hay para amargar completamente el día?". No miraron para atrás. No querían darle el gusto a ninguno de ellos. Continuaron caminando como si nada, a pesar del disgusto que crecía en ellas por culpa de ellos.
Uno de los caballos se detuvo cerca de Carmen Lucía, era Javier que se sentía culpable.
— ¿Qué desean ahora?—dijo Carmen Lucía.
— Solo devolverles su cesta y lo que dejaron en el campo. Discúlpenos... Con su permiso.
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Entre el Amor Y el Odio
Romance¿Puede una historia escribirse tras la historia de otros? ¿Puede haber dos historias tan parecidas? El tiempo le dará las respuestas a Sandra Leticia Irázabal, mientras escribe: Entre el Amor y El Odio. ¿Se animan a saber por qué?