Prólogo

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Entre el amor y el Odio

(By: Adriana Rangel)

Prólogo

    Corría el tiempo entre ellos como gotas de lluvia al formar un mar. Corría mientras un odio de familia se extendía en su alrededor aun siendo niños, sin saber ni imaginar el daño que traería en sus caminos. Corría tras ellos como el viento tras las hojas secas en el otoño mientras crecían en la mirada del otro.


    Corría, sí, corría tras ellos como si esperaran un reencuentro. Tal vez ese que no los separaría jamás...


     Era verano de 1936. Ella regresaba a su hogar junto a sus padres, después de haber estado seis años lejos de su hogar. Lejos de la tierra que la había visto crecer. Regresaba a Venezuela después de haber estado con sus abuelos maternos en Boston-Estados Unidos.


    Regresaba sin que nadie supiera sobre su regreso. Tomaba el tren que la llevaría a su amada Valencia e iniciaría esta historia sin fin.


    La brisa temprana de ese 26 de Agosto de 1936 rozaba su tierno rostro y jugaba con su cabello ondulado como si fuese un niño travieso. Le robaba una infantil sonrisa, casi tímida, casi secreta.


    Sus pasos, algo ligeros y serenos, la llevaban a la más cercana floristería cerca de su hogar. Aquella floristería en donde jugaba con sus más cercanas amigas: Micaela, Luisa, Fatima Josefina y Carmen Lucía. Cuando aún eran unas niñas.


    Sus pasos la llevaban a aquel lugar mientras recordaba aquellos viejos momentos. El olor de las rosas le robaba una sonrisa que alguien a lo lejos pudo observar mientras decidía que esa era las que quería levar.


— Niña Leticia... ¿Es Usted?— le dijo la vendedora—. Sí, es usted.

—Señora María... ¡Aún me recuerda!—sonrió.

— Niña, ¿cómo no recordarla?, si usted y su madre eran y han sido una de mis mejores clientes. ¿Acaba de regresar del extranjero?

— Sí acabo de regresar. Tenía que volver. Extrañaba mi tierra y mi hogar.

— Y está muy grande señorita y hermosa. No puedo creer que usted sea la niña que jugaba con las señoritas Micaela, Luisa, Fatima Josefina y Carmen Lucía, aquí cada vez sus madres paseaban con ustedes en el parque.


     Sus mejillas se sonrojaron al ver que no era la única que recordaba esos momentos.


— Lo siento señora María, perdóneme por las travesuras que mis amigas y yo hacíamos cada vez que nos acercábamos a este lugar. Aun me apena recordar como corríamos por todo este lugar...

— No se apene señorita, eran cosas de niñas... ¡Yo nunca me moleste por eso! ¿Va a llevar ese ramo de rosas?

— Sí, si lo voy a llevar.

— ¿Aún le gustan están rosas?

— Sí, siempre serán mis favoritas.


    Las compró y se despidió. En una de sus manos llevaba su maleta y en otra el ramo de rosas. Caminaba como solía hacerlo, mientras el viento jugaba cada vez más con su ondulado cabello negro.


    A lo lejos tres jóvenes universitarios la vieron caminar, y a lo lejos alejarse, deslumbrando a su pasar el paisaje de ese lugar. Uno de esos jóvenes era Rodrigo Duarez, el hijo del enemigo del padre de Leticia Irazábal. Ella no lo miró. Ni siquiera sabía que la miraban a lo lejos. Él no imaginaba que esa joven que contemplaba era la hija del enemigo de su padre.


—Es primera vez que la veo en este lugar.—dijo uno de ellos— ¿Y ustedes?

—Opino igual que tú, Armando. Es primera vez que la veo.

— Sí... Aunque para mí se parece a la hija de los Irazábal que enviaron a estudiar a Boston hace seis años. Tal vez me equivoque, pero se parece... ¡Quizás sean solos ideas mías!

— Eso espero Javier. Que sean solo ideas tuyas.—expresó Rodrigo seriamente.

— ¿Tan mal te caen los Irazábal que preferirías que esa hermosa joven no lo sea?—le preguntó Armando con una sonrisa irónica.

— No es una broma para sonreír...—espetó sin aplacar ni un poco su enojo.

—Mejor cambiemos de tema o se amargara el día.— dijo Javier cambiando de tema y hablando sobre lo último que había leído en un libro de filosofía.


     Ninguno de los dos se habían tratado antes, ni siquiera por casualidad. El odio de sus familias lo habían integrado sin respuesta al por qué de tanto odio. Él odiaba todo lo que tenía que ver con los Irazábal. Ella, sin embargo, tenía un carácter dócil y algo frágil al mantenerse un tanto al margen del suceso y de las cosas que encerraban ese odio. Ella lo prefería así, mientras callaba en secreto el disgusto que le daba no entender las razones de ese tonto odio.


     Cuando llegó a su hogar, la primera sorprendida fue su prima Elena. Luego su madre Carmela. Ninguna de las dos imaginaba que ella se atrevería a regresar sola a Venezuela. Cuando sus hermanos mayores y su padre la vieron, no estuvieron de acuerdo de aquella decisión. Le sermonearon, sin embargo no pudieron evitar abrazarla y alegrarse también de verla allí. Ella seguía siendo, para ellos, aquella niña de doce años que se había marchado con sus abuelos maternos. La niña que debían proteger, al igual que a Elena, al ser huérfana.


    Preguntas, dudas y anécdotas llenaron la cena de esa noche. Preguntas sobre cómo había estado durante todo este tiempo junto a sus abuelos Marie y Jack Baker. Y el por qué no había esperado a que ellos la visitaran cómo solía hacerlo todos los años. Ella, mientras tanto, respondió cada una de esas preguntas junto con una sonrisa ingenua y secreta.

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Es un borrador que sigo editando, por lo que demoraré a subirlo, pero decidí dejar publicado lo que ya había subido. Saludos =)

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