Capítulo I
Habían pasado ya unos cuantos días desde su regreso. Su prima Elena estaba muy feliz por verla allí, durante mucho tiempo se había sentido sola en esa inmensa casa y triste al saber que no podía vivir en Boston con ella, pues el clima no era el más favorable para su salud. Los cambios de clima la afectaban y la hacían estar en cama por varios días. Y vivir en casa de sus abuelos en la capital, ni prefería soñarlo. Sin embargo, Elena no era la única feliz por su regreso. También sus amigas se sentían feliz por verla de nuevo y el saber que no se iría.
— ¡No imaginas cuánto te extrañábamos!... Ya tus cartas no eran suficientes. No era lo mismo sabiendo que estabas tan lejos...—dijo Luisa.
— Lo imagino. Yo también las extrañé estos seis años. No era lo mismo estar allá que aquí con ustedes. No niego que tuve dos grandes amigas. Nicole Beckham y Angie McDilan en Boston. Pero no eran iguales que ustedes, eran más tranquilas y rescatadas, solo les gustaba jugar a las muñecas y bordar cuando mi abuela bordaba. Eso sí, son grandes jóvenes...
— ¿Grandes jóvenes?... ¡Como que si nos estabas olvidando con ellas!—dijo con tono bromista Carmen Lucía.
— ¡Como que sí!—dijo Micaela en un tono bromista.
—¡Hey!... No sean así. Saben que ustedes son únicas...
— Lo sabemos.—dijeron todas sonriendo.
— ¿Y no nos vas a contar sobre los chicos americanos? ¿Cómo son?—preguntó Elena.
—¡Miran a Elena! ¿Para qué quieres saberlo?—dijo Fatima Josefina—. Aún eres una niña...
— ¡Que pronto se hará señorita!... Pronto cumpliré quince años.
— Elena, los chicos americanos son casi parecidos a los de aquí. Son blancos, altos...
— Eso lo sé Leticia. Lo que quiero saber si son... Románticos, guapos...
— Mejor cambiemos esa pregunta por una que mejor...— expresó Micaela con cierta picardía, mientras miraba a Leticia—. ¿Dejaste algún enamorado secreto del que desees contarnos?
Su sonrisa algo tímida la delató sin aún dar respuesta.
— Responde...—dijo Carmen Lucía.
— Sí, son guapos y...—sonrió dudosamente.
— Habla... ¿Qué secreto te traes?— dijo Fatima Josefina.
— Ninguno...
— ¿Te creemos?— le expresó Micaela.
— Esta bien... Y románticos. No tuve ningún enamorado secreto. Solo un admirador... Un piloto de avión. Tiene veinticuatro años. Es muy apuesto... Es primo de Angie McDilan.
— ¿Sólo un admirador? ¿Por qué? ¿Acaso no tuvo el valor de declararte su amor?_ preguntó Luisa.
Leticia se levantó de la silla en donde estaba sentada. Caminó hacia la sombra de un árbol y se recostó en él.
— ¿Por qué me hacen esas preguntas? ¿No saben que a veces hay cosas dolorosas de las cuales no se desean hablar?
— ¿Por qué?— quiso saber Carmen Lucía—. ¿Por qué lo dices así? ¿Acaso te rompió el corazón?
— No... No me rompió el corazón. Fui yo la que se lo rompió al no corresponderle. Mejor cambiemos de tema. ¿Por qué no caminamos un poco? La plaza está hermosa esta mañana.
ESTÁS LEYENDO
Entre el Amor Y el Odio
Romansa¿Puede una historia escribirse tras la historia de otros? ¿Puede haber dos historias tan parecidas? El tiempo le dará las respuestas a Sandra Leticia Irázabal, mientras escribe: Entre el Amor y El Odio. ¿Se animan a saber por qué?