Fue entonces cuando conocí a Edu. Era un chico veinteañero, alto y delgado. Tenía unos bonitos ojos marrones y el pelo rizo. Usaba gafas y camisetas negras, y era amante de todo lo que viniese del país del Sol Naciente. Lo que ahora se conoce comúnmente como «friki», igual que lo soy yo.
Lo conocí en el cine, en el estreno de Star Wars II: El ataque de los clones. Yo había liado a mi amiga Adri para que me acompañara, y él iba con su grupo de amigos. Nos tocó sentarnos en la misma fila, y mientras esperábamos en nuestras butacas a que comenzaran los anuncios, de alguna manera, nos pusimos a hablar sobre Star Wars con bastante pasión.
De aquellas tenía catorce años, pero mi amiga les dijo que teníamos quince y medio, a punto de cumplir los dieciséis. Recuerdo que comentaron sobre mí que parecía mayor, mayor incluso que de dieciséis.
― Será el corte de pelo ―comentó uno―, las chicas de tu edad suelen tener la melena hasta el culo.
Por aquel entonces, me gustaba que me echaran más años de los que tenía, lo interpretaba como que había algo maduro en mí, superior a otras chicas de mi edad.
A la salida, nos invitaron a tomar unas hamburguesas rápidas con ellos. Accedimos, las dos contentísimas de que unos chicos universitarios nos hiciesen caso. Puede que ése fuese nuestro primer contacto real con el mundo de las citas con chicos. Aunque no fuese exactamente una cita. La verdad es que en ese entonces ninguno en concreto me gustaba, y a la vez todos me interesaban.
Me sentía en la gloria, nunca pensé que podría fardar sobre mis conocimientos de ciencia ficción, comics o videojuegos. Generalmente, allá en las afueras de la ciudad, en la parroquia donde vivía, mis gustos eran tachados de «raros», pero raros con tono despectivos, así que generalmente en mis conversaciones sociales debía adaptarme a los gustos de Gran Hermano u Operación Triunfo. Si les hablaba de que veía dibujos japoneses subtitulados sobre Ángeles y Evas lo más seguro es que me tacharan de niña, sin embargo, aquellos universitarios coleccionaban figuras de Neon Genesis Evangelion y leían cómics de los X-men, ¡y todos ellos sabían qué era la saga Final Fantasy!
A día de hoy, quizás esto os parezca rídiculo. Naruto, los gameplay de YouTube, Christopher Nolan y los hipster acercaron la cultura friki como algo normal y hasta guay dentro de lo mainstream. Pero en 2002 nadie se llamaba gamer u otaku para impresionar a nadie. Eso era un suicidio social en pleno instituto.
― ¿No sabías que había una tienda de comics y mangas por aquí?
¿Cómo lo iba a saber yo, aislada en aquella parroquia donde Internet fallaba constantemente, los bares estaban llenos de hombres mayores bebiendo su vinito y los autobuses para el centro pasaban cada hora?
― Si quieres, mañana podemos quedar y te llevamos, seguro que lo vas a flipar. Tienen de todo ahí.
De camino a casa en el autobús, mi amiga me felicitaba: ¡era la primera chica del grupo en tener una cita! ¡Y con chicos mayores!
― No es exactamente una cita, es una quedada. ¿Podrías venirte tú también?
―¿A hablar de cosas raritas? Hubo un momento en que me aburrí bastante.
―Por favor, Adri ―le rogué―; no puedo decirle a mi madre que he quedado con unos chicos (mayores y que acabo de conocer hoy), ¡me mataría! Ven conmigo, ¡por favor! Cúbreme.
Adri suspiró pesadamente, y aceptó, fingiendo como que a ella le daba igual verse con un grupo de chicos fuera de la parroquia. Daba igual que fuesen frikis, era universitarios que los del instituto no los conocían, y eso daba tantos plus sociales que mareaba. No era una quedada en el descampado detrás de la iglesia para comer pipas, con los chicos en un extremo y las chicas en otro. Ésta era una interacción directa con chicos universitarios que nos llevarían a ver tiendas en la ciudad (aunque fuesen tiendas frikis).
Al día siguiente, ellos nos vinieron a recoger a la parada del autobús al llegar y fuimos a la tienda. ¡Madre mía! Recuerdo emocionarme tanto. Lo quería todo, pero el dinero no me alcanzaba para nada. Nos tiramos en la tienda como una hora y algo, curioseando las hermosas figuras de los personajes de los videojuegos de Final Fantasy, ojeando un tomo de Slayers o descubriendo los manuales de los juegos de rol. Recuerdo que hasta Adri disfrutó con la visita, admirando los peluches de Nintendo.
―Espera ―me llamó discretamente Edu a la salida, pidiendo que camináramos un poco más atrás del resto―. Esto es para ti. Vi que te quedaste mirándolo y te lo compré.
Era un llavero de Batman. Hecho de metal teñido de negro, con la forma de su logotipo. Batman siempre ha sido mi superhéroe favorito. Aún guardo con cariño el llavero a día de hoy.
Me pidió entonces mi dirección de correo para agregarme al MSN Messenger, el programa por excelencia de mensajería instantánea para ordenadores. Se lo escribí en la mano y algo avergonzada le expliqué que mi madre sólo me dejaba usarlo los fines de semana desde las seis de la tarde hasta las diez.
Edu sonrió divertido, y dijo que no pasaba nada, que merecería la pena. Entonces, me apartó el pelo colocándomelo detrás de la oreja y me besó en la mejilla. Un gesto dulce que hizo que todo se me removiese. Rápidamente retomó la marcha y se puso a la misma altura que sus amigos, y pude ver la mirada cómplice que Adri me lanzó mientras hablaba con uno de los chicos sobre si ir por unos helados.
A pesar de las estrictas normas de mi madre, me las ideé para poder contactarme a Internet y visitar mi correo electrónico de Hotmail durante todos los días de la semana para poder enviarme pequeños mensajes con Edu, en los que hablábamos de tonterías. Los fines de semana rompía el toque de queda hablando con él por Messenger hasta las tantas, con los gritos de mi madre de fondo pidiendo que apagase ya el ordenador. Así transcurrieron dos semanas, hasta que el lunes en clase de Informática vi que me llegaba un correo al e-mail:
«La verdad es que es muy difícil conectar con una chica como lo he hecho contigo en tan poco tiempo. Hay pocas mujeres con gustos frikis y es una gozada. La verdad, me gustaría quedar contigo y volverte a besar. Pero esta vez en condiciones. Edu.»
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Con condón, por favor.
Chick-LitLa llamada del sexo despertó en mí con tanta fuerza como un huracán siendo yo aún muy niña. Supe, en una revelación, que ésa sería mi manera de expresarme. Desde que decidí perder mi virginidad a los catorce años, mis encuentros sexuales han sido ta...