[56] Thomas

280 52 3
                                    

Thomas.
–¿Qué? –exclama Bartie, en voz tan alta que me duele el oído.
–Estoy en una lanzadera... No la misma que usamos para salir de la Fortuna, sino otra que había en Tierra Centauri.
–¿Qué frexo pintaba una lanzadera en Tierra Centauri?
–Es una historia muy larga, pero...
–¿Se puede saber de qué frexo hablas?
–¡Cálmate, Bartie!
–¿Tendrás chulza? ¡Que me calme, dices, mientras flotas aquí al lado en una lanzadera! ¿De verdad vas a venir a vernos?
Se me escapa una sonrisa.
–Sí, claro. Aunque aún me falta cerrar un par de detalles...
–¿Un par de detalles? ¿Qué pasa, Thomas?
–Bartie, haz el favor de callarte y escucharme. He venido en una lanzadera de Tierra Centauri; cuando tenga tiempo ya te contaré por qué estaba allí, pero no es el momento. La cosa es que estoy junto a la Fortuna, tan cerca que si pudiera sacar el brazo llamaría a la puerta.
–¡El frexo! –jadea Bartie; no sé lo que daría por ver su cara ahora mismo.
–Ahora viene la parte complicada –continúo–. Para entrar, tengo que conectar una especie de tubo enorme a alguna abertura de la nave. No está diseñada para ajustarse a la Fortuna, pero creo que podré arreglármelas.
–¿Cómo? Thomas, ¿hablas en serio?
–Totalmente. Bartie, necesito que despejes la zona del estanque; asegúrate de que no quede nadie por allí. Yo voy a preparar el tubo.
Corto el enlace de intercom y me dirijo hacia la sala de embarque. Allí, según los planos de la lanzadera que hay en la pared del puente, hay un conector automático que espero poder acoplar a la escotilla del estanque. Camino por el pasillo desierto, escuchando el eco de mis pisadas y sintiéndome muy solo.
Por un momento me permito echar de menos a Newt. Esta lanzadera es enorme, y mi sensación de soledad se ha acentuado después de enviar a todos esos muertos a las estrellas. Sin embargo, sé que la Fortuna es mi responsabilidad, no la de él. Además, Newt tiene que quedarse con su padre, ya que solo él puede lograr que olvide la venganza por el momento. La misteriosa bomba del FREX me preocupa mucho. Ni siquiera sabemos lo que es; lo único que dijo el coronel es que podía detonarse a distancia y que exterminaría a la población alienígena. Pero no me extrañaría que el FREX estuviera dispuesto a matarnos a nosotros también para librarse de complicaciones.
Encuentro la sala de embarque justo detrás del puente, como indicaba el plano. La puerta tiene un cierre hermético que se abre con solo apretar un botón. En la pared de la derecha hay un casillero lleno de bombonas de oxígeno por si ocurre alguna emergencia; a la izquierda hay un panel de mandos. Y allí, en la pared opuesta, está mi ruta de escape.
Cruzo el umbral y examino la sala. Es pequeña; la escotilla, redonda y metálica, ocupa casi toda la pared. A su lado hay un diagrama que muestra cómo funciona: antes de abrirla, hay que desplegar un tubo hecho de una especie de tejido metálico y encajar su extremo en una abertura de la estación espacial.
Lo malo es que no quiero entrar en la estación espacial.
Toco mi intercom para conectar otra vez con Bartie.
–¿Estás en la escotilla?
–Sí. Thomas, ¿de verdad estás...?
–Que sí, Bartie, estoy aquí fuera. Si todo va bien, en unos minutos podrás abrir la escotilla y me verás al otro lado.
–¿Cómo que si todo va bien?
–No interrumpas la conexión, ¿de acuerdo? –me paso las manos por el pelo–. Si lo logro, tendrás que abrir la escotilla para dejarme pasar.
–¿Cómo que si lo logras? –insiste Bartie.
–No te despistes, ¿bien? –digo, y bajo el volumen sin esperar a que me responda. Necesito concentrarme.
Me acerco al panel de control del tubo y la pantalla se enciende al detectar mi proximidad. Lo examino un par de minutos para hacerme una idea de cómo funciona y conecto los brazos mecánicos.
Con un ruido chirriante, el tubo empieza a desplegarse en el costado de la lanzadera. En la pantalla aparece una imagen del costado de la Fortuna; debe de haber una cámara montada en el extremo del tubo.
Un letrero se superpone a la imagen de la pantalla: No se detecta conducto de desembarque en punto de llegada.
Pues claro que no se detecta. No estamos en la estación espacial sino en la Fortuna, y la nave no fue diseñada para que la gente entrara y saliera. Ruego para mis adentros que el dispositivo magnético de la boca del tubo sea suficiente para conectarlo a la escotilla.
Se requiere conexión manual.
Toqueteo los mandos que supuestamente controlan los brazos metálicos, pero el mensaje parpadea con urgencia y no desaparece.
Estrecho los ojos para distinguir la imagen de la cámara. Mis manejos han conseguido estirar el tubo, pero su extremo está aún a varios metros de la escotilla.
Vuelvo a concentrarme en los mandos, pero es inútil. Cuantos más botones aprieto, más brilla el letrero de la pantalla.
–¿Cómo frexo se hará una conexión manual? –mascullo.
El final del tubo no está tan lejos. Si pudiera alcanzarlo de alguna manera y darle un buen empujón hacia la derecha...
Me acerco a la escotilla. Los paneles de metal que la cierran están perfectamente encajados. Si los abriera, todo el aire saldría de golpe de la sala y me arrastraría al espacio. No, imposible.
¿Y si moviera la lanzadera? Lo pienso un momento y desecho también esta idea. Estoy tan cerca de la nave que me resultaría imposible maniobrar sin causar un desastre.
Lo único que me hace falta es dar una sacudida al tubo para que su extremo se pegue a la escotilla de la Fortuna. Su boca es mucho más grande que la abertura de la nave; si logro colocarla en el sitio adecuado, el mecanismo de cierre magnético la asegurará y podré entrar sin problemas.
Ahogo una risita nerviosa.
Solo tengo que mover el tubo un poquito a la derecha. Y para eso, lo más fácil es salir al espacio y hacerlo yo mismo.
Lo malo es que no tengo traje espacial.
Registro el resto de la lanzadera para asegurarme de que no hay un traje de emergencia guardado en alguna parte. Lo más parecido que encuentro son las bombonas de oxígeno almacenadas en la sala de embarque, pero eso no me sirve de nada. Si intento salir al espacio respirando oxígeno puro, los pulmones se me hincharán como dos globos y acabarán por explotar.
Sin embargo, el oxígeno me da una idea... una idea peligrosa y absurda. Pero una idea, al fin y al cabo.
Ya sé que hacer.
Subo el volumen del intercom.
–Bartie, ¿estás ahí?
–Sí, Thomas. ¿Tú estás ya al otro lado de la escotilla?
–Aún no –contesto–. La cosa es más complicada de lo que pensaba. Voy a tener que... A ver, escucha: necesito que estés muy atento y que no rompas la conexión bajo ningún motivo. Voy a intentar algo. Cuando yo te avise, empieza a contar; si todo va bien, antes de que llegues a treinta te pediré que abras la escotilla.
–¿Y si llego a treinta y no me dices nada?
–En ese caso, no abras.
–Vale, no abro, pero ¿qué hago?
–Nada. No hay plan B, Bartie.
Él empieza a protestar, pero no le hago caso. Si Newt estuviera aquí, me mataría, pero no puedo distraerme pensando esas cosas.
–Por favor, Bartie, deja que me concentre –le pido–. Recuerda, cuando yo te avise, cuenta hasta treinta y abre si yo... si te digo algo.
Me dirijo al armario del oxígeno. Las bombonas están conectadas a una especie de máscaras mediante tubos. Agarro una y le arranco el tubo de un tirón, pero dejo la válvula cerrada. El oxígeno no me sirve para respirar en el espacio, pero es que no lo quiero para eso.
Me sujeto cuatro bombonas a la altura de las caderas, dos a cada lado. Todas están boca abajo.
Vuelvo al panel de control.
He toqueteado todos los mandos menos uno, el que pone Apertura escotilla.
Si lo aprieto, las placas de metal que me separan del espacio se retirarán, la escotilla se abrirá... y yo saldré disparado al vacío. Dispondré de medio minuto, tal vez menos, para aferrar uno de los asideros que hay en la boca del tubo y dirigirlo hacia la escotilla de la nave. No tendré aire ni protección, y sé lo poco que dura una persona en el espacio sin la protección de un traje.
Lo he comprobado en carne propia.
Inspiro profundamente, cierro los ojos y espiro hasta vaciar los pulmones. Cuento los segundos para ver cuánto aguanto sin respirar.
Veinte segundos.
El corazón se me desboca.
Inspiro, espiro. Aguanto. Cuento.
Veintiocho segundos.
Le pido perdón a Newt para mis adentros.
Voy a intentarlo.

*     *     *     *     *
Estoy literalmente como el meme que dice: no ahora por favor.

Godspeed: Sombras de la Tierra|NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora