parte uno: perdido y atrapado

687 33 15
                                    


Naiko tiene un libro de recortes con caras y fechas. Un collage de polaroids con frases cortas escritas debajo. Este es Nicolás, el nuevo camarero que hace el turno de los miércoles por la noche (6 de junio de 2008); este es Jaime, un modelo que pide Rhapsody in Blue con un whisky seco todos los domingos (19 de diciembre de 2009); Manuel, se mudó (4 de marzo de 2010).

Es un resumen de la vida de Naiko: vecinos, conocidos, viejos amigos, nuevos desconocidos, todos presentados con precisión militar.

Hacia el final hay una instantánea de una figura encorvada, apoyada en un muro de ladrillos, con una rodilla doblada y aguantando todo el peso de su cuerpo sobre la otra. Sostiene perezosamente un cigarro entre unos dedos largos y delgados, un gris monocromático flota junto a su semblante. El humo blanco sale girando de las comisuras de sus labios, difuminándose entre el enrulado pelo y la llovizna, y da una extraña sensación de soledad.

Bajo la fotografía hay dos palabras garabateadas. Vecino, fumando.

La fecha del periódico es el 12 de julio de 2012. Pero dejando aparte el hecho de que Naiko juraría que ayer fue 24 de noviembre de 2008, su camiseta ocupa más de un cuarto de la foto de la portada. Su camiseta favorita. La que le habían regalado al nombrarle empleado de la semana, con un logo de Lugia torcido, cosido a mano; mostrándose en su magnificada gloria en la noticia de primera página.

Ojeando rápidamente los titulares de «caos masivo en el centro de Santiago causado por una lluvia de dinero», Naiko vuelve a centrarse en la fotografía. Es su camiseta con toda seguridad, la misma que lleva puesta ahora mismo y con la que se ha despertado en su cama hace veinte minutos, de hecho. Para ser más exactos, es la misma camiseta que no recuerda haber llevado a ningún ático carísimo, donde parecía que se había tomado la fotografía.

Según el artículo, "el aclamado novelista Edgar Gaete acaba de quedar en libertad bajo fianza por alteración del orden público, tras causar literalmente una tormenta de billetes de cien mil pesos desde la ventana de su ático en Santiago, junto a un cómplice cuyo nombre se desconoce. Con lo que han llamado 'confeti de millones de pesos', ha causado el atasco más grande de la historia de Santiago, que ha bloqueado completamente las calles en un radio de dos kilómetros cuando los residentes se han apresurado a salir a recoger el dinero».

Pero según Naiko dice , mientras le pone a Oscar el periódico bajo las narices:

—A la prensa nacional cada vez se le ocurren bromas más elaboradas... ¿pero de dónde han sacado mi camiseta?

Oscar frunce el ceño mirando el artículo, y lo frunce aún más al mirar al Naiko y entonces vuelve la mirada a la otra punta del bar. Naiko está demasiado ocupado mirando el artículo y asegurándose de que es su camiseta la que sale como para darse cuenta de la mirada de Oscar, o de que hay alguien excepcionalmente bien vestido sentado al final de dicha mirada. Alguien que intenta esconder cómo sus labios se retuercen en una sonrisa divertida tras un vaso de whisky.

Se conocen por primera vez, según Naiko en el ascensor de su edificio. Es viernes, a primera hora de la mañana de un 13 de julio, una hora en la que el mundo consiste en farolas inseguras, gritos de borrachos y ocasionales golpes de risa. A esa hora, sólo están ellos dos y un silencio sepulcral.

Acaba de volver del bar, y Naiko intenta luchar contra el cóctel de humo metálico y el fuerte olor a alcohol que hay en su pelo. Las últimas notas del saxofón anidan sobre sus dedos y el ritmo del cinquillo permanece bajo su piel, pero ninguna de esas dos cosas consigue llenar el abismo que hay entre él y el desconocido.

El desconocido, que sostiene un cigarro apagado entre los dientes, se gira primero. La luz poco favorecedora del ascensor envuelve su piel con un tono cetrino y un pesado velo de letargo. Naiko se pregunta, con el ritmo del cinquillo martilleando en sus venas, si la piel del hombre será tan de plástico como parece.

—Qué calor. La temperatura... Hace calor —dice, extendiendo una mano que Naiko estrecha con vacilación. Su apretón es de dedos largos y sorprendentemente fríos, uñas cortas y limadas y una piel curtida y tirante sobre unos nudillos huesudos.

—Um —responde Naiko, en cuanto ve al desconocido casi taladrándolo con la mirada. De repente, el apretón de manos parece más un juicio deliberado que un saludo repentino. Más aterrador que tenso, más horrible que incómodo.

Entre los chirridos del ascensor llegando al piso y el parpadeo de la bombilla fluorescente, se oye la voz de Naiko, dos octavas más agudas de lo normal:

—Sí... Hace calor hoy.

El desconocido no dice nada, apoya la espalda contra la pared del ascensor y lo observa, recorriendo a Naiko de arriba abajo con los ojos. Es la clase de mirada que hace que Naiko se encoja dentro de su chaqueta, aunque una fina capa de tela poco puede hacer para esconderlo de las pupilas fijas del otro. Parece que el tiempo se para hasta que las puertas del ascensor se abren, y Naiko suelta una bocanada de aire que no sabía que estaba conteniendo.

Sólo después, cuando ya está caminando por los pasillos del edificio y nota que el extraño lo está siguiendo, se da cuenta de que probablemente no sea la primera vez que se ven.

—¿Te conozco de algo? —pregunta al fin, y su voz retumba intranquila por los largos pasillos. El desconocido se ha parado en la puerta contigua, y está girando un llavero en torno a su dedo índice. Un rayo de luz de luna atraviesa la verja y arranca un destello de algo que hay en su traje. Naiko ve un collar, brillante y aparentemente caro. Demasiado caro como para pertenecer a alguien que vive en este tipo de residencia.

—¿Tú crees? —los labios del desconocido se retuercen lentamente, formando una sonrisa.

Naiko se arranca las pelusas del bolsillo, nervioso. No recuerda haber visto la cara del desconocido cuando ha comprobado su libro de recuerdos antes. Pero a lo mejor se ha saltado una página. Ya le ha pasado en otras ocasiones. Se apresura a buscar en su mochila, pero una risa más parecida a un ladrido lo interrumpe.

—Así que lo de la amnesia no era broma.

—¿Qué?

—Qué emocionante weón, de verdad. ¿Qué es lo último que recuerdas haber hecho? —le vuelve a interrumpir el desconocido. Al parecer no tiene ninguna prisa, se apoya contra su puerta y mira cómo Naiko se pelea torpemente con la cerradura.

Incluso en la oscuridad, se puede distinguir el guiño de sádica diversión que hay en su sonrisa. Le hace parecer más mayor de lo que es, casi da pena.

Naiko está esforzándose tanto en pensar que se le olvida responder, y para cuando vuelve a mirar otra vez, el desconocido ya no está.

Anterograde Tomorrow { Edgar x Naiko} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora