Capítulo 1 - La despedida

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Deva estaba decidida. De nada le serviría a su hermano el esconderle las cosas para que ella no se fuera. Quería libertad, quería descubrir el mundo, y nada ni nadie iba a impedírselo. Ya no había marcha atrás.

-Pero Deva, ¿a dónde irás? ¡No sabré nada de ti! -decía entre llantos y gritos Devon- ¡eres lo único que me queda!

-Lo siento hermano, pero no estoy a gusto aquí. Entiéndeme, me encanta estar contigo, pero necesito volar... necesito encontrar mi camino, encontrar mi destino.

-Pero...

-No -le cortó Deva- no voy a quedarme, está decidido y no hay manera de convencerme.

Los dos hermanos vivían en una pequeña cabaña en la playa. Una playa de piedras y rocosa debido a que estaban justo en las faldas de unas montañas que conducían sus verdes prados hasta la orilla. No solía hacer sol por allí, siempre había la típica brisa húmeda y helada y un oleaje bastante fuerte que incluso llegó a inundar varias veces la casa. Deva recogió unos cuantos harapos que le quedaban y los metió en una especie de saco con una cuerda atada a cada lado, que le permitían usarlo como una mochila. Devon estaba sentado en una vieja mesa de madera en la que cabían dos personas como máximo, con la cabeza pesándole sobre un puño, con el codo apoyado en la mesa. Estaba decaído, ya no tenía más fuerzas para pedirle a su hermana mayor que se quedara con él un tiempo más. Devon tenía diecinueve años, tres menos que su hermana, pero era muy fuerte; su cuerpo había experimentado considerables cambios en los últimos meses, ya que aumentó su musculatura y su tamaño sin ni siquiera darse cuenta. Tenía el cabello negro y corto, y unos ojos un tanto achinados de un azul muy intenso, que se convertían en prácticamente morados cuando estaba enfadado, y azul turquesa cuando estaba triste, como en aquel momento. Tenía las fracciones de la cara muy marcadas, una mandíbula que siempre parecía estar congelada y unos labios carnosos que quitaban el aliento. Era muy guapo, y de un corazón muy noble aunque muchas veces no lo pareciera. Su hermana se lo quedó mirando desde la puerta y le dio un poco de pena verlo en esa situación, así que se agachó frente a él y le puso una mano en la rodilla, acariciándola levemente. Le quería muchísimo, y habían pasado por muchas cosas des de la muerte de sus padres, aun cuando eran muy jóvenes. Deva se aclaró la garganta, y se dispuso a hablar.

-No estés triste. Debemos enfrentarnos a esto. Debemos encontrar nuestro camino por separado, para así cuando nos volvamos a unir, seamos el doble de fuertes.

-Pero mi camino está contigo, ¡a tu lado! -sollozó Devon. - No es justo. No es justo que tú puedas decidir esto por los dos y que a mi ni me escuches ni me pidas opinión.

-Lo siento, lo siento mucho, pero estando aquí siento que echo mi vida a perder -respondió su hermana. Acto seguido, abrazó a Devon con afecto y pena en el cuerpo por dejarle solo, pero fue un abrazo breve; no quería alargarlo y que fuera más duro de lo que ya era, éste, le correspondió el gesto. Se puso de nuevo en pie y colocó la mano en dirección a la puerta de la casa, la cual estaba abierta, y con un movimiento como si fuera a coger algo invisible, atrajo una masa de agua levitante desde el mar, como si su mano fuera un imán. Cuando la masa de agua estuvo adentro, Deva movió levemente los dedos y el agua empezó a cambiar de forma; lo que antes era como una esfera irregular flotante, mutó y se transformó en un corazón transparente, que se sostenía a un metro y medio de altura, en medio de los dos hermanos. Devon levantó ligeramente la mirada para ver lo que sucedía, y no pudo evitar sonreír ante lo que contemplaba.

-Recuerdo que de pequeña mamá me enseñó a hacer esto, como primer truco -hizo una pausa- y que te lo hacía a ti cada vez que estabas triste.

Su hermano hizo una mueca melancólica y se puso serio, pero con una mirada ya un poco más calmada.

-Eres libre, puedes irte -le dijo éste. En cuanto acabó de pronunciar la frase, Deva dejó de ejercer fuerza sobre el corazón, y la gravedad hizo su trabajo, dejándolo desplomarse en el suelo, haciendo que se formara un enorme charco, aunque, para ser sinceros, la casa nunca acababa de estar seca por lo cerca que estaba del mar, así que por un poco más tampoco iba a pasar nada. La chica le dirigió a su hermano una sonrisa de agradecimiento, y, recogiendo su saco y echándoselo a la espalda, salió de la casa gritándole a su hermano que pronto se volverían a ver.

Se dirigía hacia las montañas del Sur, lejos del temporal húmedo y grisáceo que había siempre, feliz y decidida a encontrar el rumbo de su vida, y, a ser posible, conocer a personas de alrededor del mundo, el cual no pudo ver nunca por tener que cuidar siempre de Devon. Aunque fuera posible que la acecharan algunos peligros por el camino, contaba siempre con su poder, que la ayudaría en todo; la Aquónia, que era el arte de mover, dirigir, y en general controlar el agua a su antojo. Lo único que sabía es que había heredado este poder de su madre, lo que no sabía era la razón por la que lo poseían, ya que ni su hermano ni su padre lo tenían. Siguió andando y adentrándose en las montañas, encontrándose bosques con árboles de troncos tan altos y follajes tan verdes que casi era imposible no quedárselos mirando maravillada y asombrada. Anduvo durante días, serpenteando montañas y descansando de vez en cuando en los verdes prados de los valles más remotos. Tenía bastantes provisiones de comida, pero se fueron acabando y le tocó cazar con su arco algún que otro conejillo que se encontraba por ahí. Pasaba las noches acostada sobre césped mullido y húmedo, o dormida sobre ramajes de árboles. Una de esas noches, se desplomó sobre una gigantesca roca que estaba en medio de unos pinos que debían medir unos treinta metros de altura, quedó profundamente dormida al minuto, debido a lo cansada que estaba de andar todo el día, hasta que lo que parecía ser un chasquido la despertó. Se frotó los ojos con las manos para aclararse la vista, aunque poca falta le hacía, la luna estaba más llena que nunca, pensaba ella, y se podía ver con toda claridad aunque estuviera en medio de un bosque. Se incorporó sobre la roca, y se puso a mirar a su alrededor, pero no había absolutamente nada. El sonido se repitió. -¿Hay alguien ahí?- preguntó, pero nadie hizo caso a su pregunta. Por un momento pensó que debía ser un animal correteando por ahí y haciendo sonar las ramas que había por el suelo, hasta que, sin casi darse cuenta, se encontró rodeada de una especie de anillo enorme en llamas. 

La Perla Negra y la Bruja del MilenioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora