Capítulo 2 - Rojizo

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Estaba literalmente envuelta en llamas. Unas llamas que llegaban casi a los dos metros de altura, procedentes del suelo, aunque lo más raro era como si realmente no se estuviera quemando nada. Deva aun estaba con el susto en el cuerpo, mirando en todas direcciones, adormilada, intentando darse cuenta de lo que pasaba. Entrecerró los ojos al observar que una figura humana se acercaba por fuera del anillo de fuego, aunque con mucha dificultad, porque la luz que provenía de él era cegadora. Parecía una niña, una niña grande, que se aproximaba cada vez más al fuego. Enseguida hizo uso de su poder, se concentró, y atrajo una enorme masa de agua de un rio que pasaba cerca de allí, del cual bebió agua aquella misma tarde por lo sedienta que estaba. Transformó la gran bola de agua en una especie de espiral, que fue descendiendo del aire en el que flotaba hasta extinguir por completo el fuego. Entonces pudo verla con claridad gracias a la luz de la luna. Era una chica de apariencia más joven que ella, tenía la tez increíblemente blanca y el pelo naranja rojizo. Se apreciaban unas pocas pecas en sus mejillas, y tenía los ojos azules más claros que Deva había visto nunca. Debía medir poco más de metro cincuenta, por lo tanto era mucho más bajita que Deva, casi con treinta centímetros de diferencia.

-No te acerques más, – dijo Deva rompiendo el silencio - ¿quién eres y qué quieres?

La muchacha hizo caso a la orden que le habían dado y miró fijamente a los ojos de la chica que tenía enfrente, más alta y con apariencia más robusta que ella, para acto seguido mostrar una sonrisa arcaica.

-Me llamo Vesta – respondió tras hacer una pausa – iba dando un paseo... y te he encontrado a ti.

A Deva le pareció un tanto burlona su respuesta, pero no dijo nada, no sabía el qué. Llevaba semanas sin hablar ni encontrarse con nadie, así que no le salían las palabras del asombro por todo lo que acababa de pasar.

-¿Conoces a mi mascota? - prosiguió Vesta, de nuevo con una sonrisa arcaica.

-¿Qué mascota? - respondió Deva dubitativa.

-Fíjate.

Vesta echó la cabeza hacia arriba, hacia el cielo que se dejaba entrever sobre las ramas de los árboles. Era de un azul muy oscuro, y estaba despejado, por lo que la luna llena brillaba como un diamante. Deva la imitó, esperándose que apareciera algún pájaro o algún otro animal trepador, pero nada de eso. Se escuchó un sonido estruendoso detrás de ella, pero no le dio tiempo a girarse. Pasó por encima de ella un animal gigante de un salto, echando fuego por la boca y ajitando levemente lo que parecían alas. Cuando el animal aterrizó en el suelo al lado de su dueña, la chica pudo verlo bien. Era completamente naranja rojizo, igual que el cabello de Vesta, y sí, tenía alas. Mientras el animal las plegaba al lado de su lomo, se podía ver claramente que medían casi dos metros de longitud cada una. También poseía una gran y larga cabellera, de una tonalidad un poco más oscura que el resto del cuerpo. Era un león; un león más grande que las dos jóvenes juntas. Volvió a rugir escupiendo de nuevo llamas por la boca, hacia el cielo, y luego se quedó mirando a Deva. La chica intuyó que el animal iba a atacarla, así que echó a correr en dirección contraria a él, después de bajar de la roca en la que llevaba dormida las últimas horas.

-Déjale ventaja -dijo Vesta a su mascota- igualmente se cansará.

El animal hizo un gesto afirmativo, y esperó unos minutos mientras Deva corría y corría, sin saber hacia donde; se había desorientado. Se topó con las aguas tranquilas del rio y lo cruzó con la ayuda de unas piedras que había colocadas formando un pequeño camino, como si las hubiera puesto alguien ahí con anterioridad. Notaba que le faltaba el aire, pero continuó corriendo a grandes zancadas. Giró levemente la cabeza para ver si el león la seguía, y efectivamente, ahí estaba. El animal daba saltos que equivalían a diez metros corriendo de Deva. La alcanzaba peligrosamente rápido, y la chica no sabía donde meterse. Se le ocurrió usar su poder para intentar frenarle. Fue corriendo por las orillas del rio y se frenó en seco a esperar que se le acercara el león. Cuando éste estuvo lo suficientemente cerca, Deva formó ante sí un charco de agua, entre el césped ya húmedo, haciendo resbalar a la bestia, tambaleándose por no poder equilibrar su peso, y finalmente chocando sin remedio contra un árbol. Vesta, que había visualizado todo desde la distancia, se apresuró a llegar al rio para ver como estaba su León. Se agachó colocándose a su lado y le acarició el lomo.

-¡Silous! ¿Estás bien? -dijo angustiada. Se volvió hacia Deva y la observó de arriba a abajo con el ceño fruncido.

-¿Cómo te atreves? -gritó levantándose.

-¿Disculpa? Es tu... animal, el que ha querido atacarme, yo solo me he defendido -respondió Deva.

Entonces, como hipnotizada, Vesta se quedó mirando al cuello de Deva como maravillada, sin poder creerse lo que veía. 

La Perla Negra y la Bruja del MilenioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora