Desde el cajón de los recuerdos.

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Me llamo Sophía. En un día cualquiera de mis veinte años, apoyaba la mejilla contra una ventana de un colectivo. Sumergida en pensamiento del día a día, no pensé en lo que esa tarde me traería de regreso. Un recuerdo muy valioso de mi infancia. Un recuerdo no tan infantil, pero con sus matices, era inocente. Un recuerdo que debería estar en el cajón más alejado de mis ojos en mi memoria, para recordarlo mucho más adelante. Sin embargo, por capricho del destino, se me estaba por aparecer o así lo entendí.

Cuando el colectivo gira la esquina de una cuadra, mis ojos parecen ver una película muda de dos minutos. En la vereda de una heladería, salía lo que fue el primer y más importante amor de mi infancia. No es fácil explicar que química surgió en mi cerebro cuando lo vi. A veces, somos bestias llevadas por nuestros instintos más arcaicos, y otras veces, somos los humanos con alma y mente que piensan las cosas por más que sientan infinitas emociones. En ese momento era lo primero. Pude ver como la imagen de niño y la de adulto que estaba ante mis ojos se entre lazaban buscando relación para reconocerlo. En esos segundos que para mí duraron minutos, Lo pude ver caminando y sacar conclusiones. Era él, el niño de mi infancia que me gustaba locamente. Estaba vestido de policía, ya tenía una profesión; lo vi de la mano con una hermosa chica. Ya tenía una relación. Sin importa todo lo que estaba aconteciendo, era presa del tiempo y un sándwich de presente alterado. A medida que el colectivo se alejaba, mis ojos y cuello giraban para no dejar escapar ni un detalle. Por eso digo presa de semejante interés que jamás imagine ser o hacer.

Una vez perdidos de vista, pude ver que las personas me miraban y acomode la boca de la impresión aún estaba tácita en mis músculos maxilares. Giré la mirada de inmediato y me puse los auriculares para sumergirme en mis pensamientos.

Ese rincón en mi memoria empezó a expulsar al compás de Summer de Calvin Harris lo que alguna vez pensé olvidado.

Recordé todos los cuadernos que usaba para descargar mi pasión con poesías, dibujos o solo escribir su nombre. Las noches o días que sufría la soledad y monotonía por no tenerlo cerca para refrescar mi corazón y recordarme que la vida no es tan aburrida como parecía. Un placer y dolor que no es normal en una edad tan corta. Libros de novelas o películas, robaban una lagrima en mi comisura, callada, sin brillo por la fuerza de mil candados que me llevaba mi inocencia si alguien osaba saber porqué me sentía así. También, recordé mi incapacidad de poder expresarme y encontrar la manera de llamar su atención de manera dulce, pero solo una forma pude hallar que era mi torpeza primero, y luego mi rudeza. Golpear a la persona que quieres de chico, puede no ser muy buena idea. Sin embargo, era difícil no hacerlo cuando te quitaban tus cuadernos, o te llamaban fea por tus colas de niña. Cuando se estaba formulando en mi memoria porqué me podía interesar alguien así, me lo restaba las veces que encontraba grillos o ranitas pequeñas y me las mostraba porque sabía que me gustaban y no me daban miedo. Claro que lo comprobó tratando de asustarme y solo gritó una compañera de grado cundo abrí mi cuaderno y saltaban todas las diminutas sorpresas. Por suerte nunca supo mi miedo a las cucarachas. Una vez se había caído de una escalera desde el tercer escalón. Me giré y me reí un poco fuerte a lo que vi su cara enojarse mucho y ver que su rodilla estaba sucia, con algo de sangre por el raspón que tuvo. Entonces pare y le pregunte si podía levantar. Me quito la mano que lo estaba por tocar en la frente y le dije porqué lloraba. Obviamente, no le gusto para nada saber que lagrimeaba en frente de una chica. Me molesto que se quedase así de triste y le agarre con mi simple fuerza el brazo. Lo estire para llamar su atención del brazo y le dije para lavar su ropa manchada, sino, su mamá se iba a enojar. Sus ojos se agitaron por un segundo. Al parecer, toque una fibra débil en él. Con aquellas palabras logre que se parase y me siguiera un poco dolorido, pero luego pisando con fuerza. Fuimos a donde estaban unas canillas de un alto tanque y allí pude mojar aquella parte donde se había manchado y lo seque con un pañuelo que mi madre me había comprado color rosa con unos dibujos de flores y borde rojo. Para mi sorpresa y la de él, pude dejar su pantalón bien una vez seco. Una vez que toco el timbre. Volvimos al curso sin decir ni una palabra. Desde ese momento, ese fue mi primer secreto con él.

Recordé que aquel pañuelo aún lo tenía en el sobre de un cuaderno guardado en una caja de mi placar.

Tantos recuerdos afloraron de aquella caja alejada y oscura de mi memoria, como si estuviese desempolvando papeles o buscando un documento en mi placar. Pero, ¿por qué los quería recordar? Al principio venían a mí, pero luego comprendí que es natural para poder entender lo que uno observa. Más tarde, lo hacía por gusto, algunas cosas me hacían reír y otras extrañar. Sin embargo, me dedique a pensar en mayor grado el niño que ahora era un hombre. Después de la escuela primaria, no nos volvimos a ver. En alguna ocasión contadas con la mano, lo vi. Ese chico me gustaba muchísimo, su risa, sus gustos, su inteligencia. Creo que lo elevaba en un pedestal más que su mamá. Aun así, ¿a dónde fueron esos sentimientos?, ¿Por qué se iniciaron si no estoy a su lado?. Todas estas dudas me acompañarían gran parte de la tarde que quedaba y la noche hasta que finalmente mis ojos se cerraron.

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Gracias por leer este comienzo.Espero lo gusten mucho y no dejen de seguir, comentar y dar estrellas. ¡saludos!

La ladrona.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora