La música es mi vida desde que tengo memoria. El poder pasar mis dedos por las cuerdas de mi violín para crear hermosas melodías, mi pasión. Los aplausos de los oyentes y sus rostros repletos de sentimientos por la hermosa catarsis sufrida por mi música, me llena. Eso es todo lo que necesito.
Mis pasos sonaban solitarios al caminar por el escenario de madera, mis rodillas temblaban como gelatina y mi estómago era un nudo de cuerdas enmarañadas que me inducían a soltar todo el contenido de este, pero debía aparentar que no lo estaba, que era imperturbable y sereno ante los examinadores de la universidad.
Un hombre con una incipiente calva y una barba gris me observaba detrás de unas gafas con tanto aumento que hacía que sus ojos se vieran pequeños. Norbert Page, un laureado compositor, me regalaba una sonrisa de abuelo y escribiendo un par de cosas sobre mí con sus dedos delgados y nudosos asentía en forma de saludo. La decana Marie Agnes Fontaine analizaba mi vestimenta con sus rigurosos ojos azules mientras arreglaba su melena cana, y finalmente, Emiliano del Toro, uno de los maestros de música del conservatorio, me miraba sin una expresión en su rostro solo anotando en su agenda.
Entrar a esta universidad era mi sueño desde que era un niño y aunque había tomado cientos y cientos de clases aquí mismo desde que aprendí a tocar el violín, siempre realizaban exámenes de ingreso que hacían hasta al músico más experimentado orinarse frente a los expertos ojos de los serios examinadores.
—Buenas tardes. Soy Gregor Reed y hoy tocare Siciliano de Antonio Vivaldi — dije nervioso, sujetando mi violín con mis manos sudorosas y temblorosas.
—Tienes tres minutos — me anuncio la decana con voz autoritaria.
Comencé a pasar mis dedos por las cuerdas, haciendo que aquella melancólica melodía comenzara a brotar del violín de manera mágica y suave.
Cuando tocaba todos los nervios y las inseguridades se iban. Era como si una burbuja se creara entre yo y el mundo, llevándose las miradas evaluadoras de los demás y llenando mi corazón del triste o alegre sentimiento. Deseaba con todo mi corazón que cada nota llegara al corazón de quienes las escuchaban, ese era mi deseo, poder tocar sus almas con cada nota y hacer danzar a sus pensamientos y emociones.
Retire con delicadeza el arco de las cuerdas y me detuve, volviendo a ponerme nervioso frente a los examinadores que serios me observaban sin realizar ningún movimiento.
—Señor Reed, Felicidades — me sonrió la decana, enseñándome lo hermosos que podían ser sus ojos azules cuando no te observaba con desconfianza. — Le enviaremos una carta con algunos folletos de utilidad, fechas importantes, y los resultados de su examen escrito. Pero creame señor Reed, ya está dentro.
Mi corazón se aceleró por el sentimiento de alegría infinita que estaba experimentando en este momento, mis mejillas habían comenzado a arder por la emoción mientras una sonrisa se agrandaba en mi rostro repleto de pecas al escuchar como los jueces comenzaba a aplaudirme y felicitarme.
Me retire dando pasos seguros esperando a salir de la vista de los examinadores para ponerme a brincar como un loco tras bambalinas, sintiendo algunas palmadas en mi espalda de futuros compañeros. Que alegres me felicitaban e incluso abrazaban.
Salí eufórico, soltando la corbata de moño que llevaba que me impedía respirar mientras rápidamente buscaba mi teléfono para llamar a mi mejor amiga, la cual estaba postulando a la misma universidad en artes escénicas.
—Mavis, pasé — Solté emocionado, casi gritando por la bocina.
Le sonreía a cualquier persona que se cruzara en mi camino diciéndoles que había pasado.
— ¡Te felicito! — dijo igual de alegre que yo. — Nos vemos mañana y me cuentas.
—Adiós — Eufórico le corte para poder contarles la noticia a mis padres, gracias a ellos había aprendido a tocar y conocido de una manera tan íntima el mundo de la música, si no fuera por ellos nada de esto hubiera sido posible y por eso quería darles la noticia en persona.
Corrí por ciudad lucirnaga como un loco por las calles adoquinadas que reflejaban el color naranjo del sol y hacían que toda la ciudad junto al mar pareciera una llamarada de edificios rojizos y colinas interminables. Subí a un tranvía en el cual un músico callejero tocaba el acordeón con alegría, las personas cerraban sus ojos dejándose llevar por las emociones que la música les entregaba.
El primer paso para mi vida soñada lo había dado hoy. Entré a casa alegre, observando como a la tenue luz del atardecer que traspasaba por las finas cortinas de encaje mis padres reposaban en la sala comiendo bocadillos con mi pequeña hermana Daisy, la cual compartía el mismo cabello naranjo que mi padre y yo.
—Pasé — dije sin poder evitar sonreír por la emoción, mientras mi madre se levantaba con mi hermana en brazos para darme un fuerte abrazo al que mi padre se unía, llenando mi pecho de una emoción tan grande que llegaba a ser indescriptible.
La calidez de una familia feliz, mis sueños cumpliéndose, sonrisas interminables en mi rostro, todo era perfecto, todo era bello, de hermosos y cálidos colores que llenaba mi corazón de alegría y felicidad. Pero el destino era traicionero y cuando te daba un regalo debías esperar la bofetada en el rostro que te llegaría, recordándote que la vida no es hermosa. Porque cuando estas en la cima y la felicidad es infinita, la caída es mucho más fuerte. Eso no lo comprendí hasta esa misma noche, la noche en la que todo se desmorono ¿Pero qué sabría yo? Solo era un muchacho feliz, un muchacho que en sus dulces diecisiete años aun creía en que la verdadera felicidad existía.
Abrí mis ojos en la blanca habitación de hospital sintiendo mi cabeza doler y el penetrante aroma a limpio que siempre te molestaba de los hospitales. Me levanté con cuidado sintiendo las punzadas donde mi cuerpo se había herido con el accidente, el cual casi no recordaba.
Mis padres me habían llevado a cenar a nuestro restaurante favorito para celebrar que entre a la universidad de mis sueños, pero algo pasó y nos estrellamos. Un sonido fuerte y una luz cegadora, el grito desgarrador de mamá y el chirrido de las ruedas contras el pavimento al frenar, era lo único que recordaba.
Enseguida levante mis manos para observar si habían sufrido algún daño. Más allá de moratones o rasguños, mis brazos estaban perfectamente bien. Sonreí para mí mismo por la suerte de no quebrarme nada y poder seguir tocando el violín de igual manera.
Una enfermera entró a mi habitación observándome con un rostro de compasión y una sonrisa fingida mientras se acercaba a mí y me servía un vaso de agua en compañía de algunos analgésicos.
—Señor Reed llamaré al doctor para que lo vea — fue lo único que dijo mientras salía con pasos rápidos de la solitaria habitación.
No pasó mucho tiempo para que llegara un hombre de ojos verdes y cabello cano que me observaba inexpresivo mientras con lentitud se sentaba frente a mí.
—Gregor ¿cierto? — Me preguntó mientras yo asentía — hay algo que debes saber, el accidente sufrido fue muy grave, hicimos lo posible para mantenerte con vida, tienes un par de fracturas en las costillas y te golpeaste fuerte la cabeza, pero — el doctor seguía alargando el tema y yo había comprendido lo que había pasado.
Cuando los doctores te trataban de forma tan amable era por una razón y ya me veía sujetando la mano de mi madre junto a un respirador artificial, escuchando los llantos de mi hermana preguntándome cuando mamá despertaría, mis ojos ya habían comenzado a doler y el nudo de mi garganta no me dejaba respirar bien, pero debía prepararme para cualquier cosa.
—Gregor, fuiste al único que pudimos salvar.
—Pe… pero Daisy ¿Ella está bien? Ella estaba sentada junto a mi… — dije sonriendo mientras el ardor de mis ojos me impedía mantenerlos abiertos, pero sabía que si los cerraba lloraría.
—Lo siento mucho, estamos contactando a sus parientes — fue lo último que dijo mientras salía dejándome completamente solo con los tortuosos pensamientos y recuerdos de días teñidos por el ocaso y la felicidad que ahora se volvían fríos y amargos.
Nunca estabas preparado para recibir la noticia de la muerte de un ser querido, pero el escuchar que había muerto toda tu familia no tenía igual. En un simple segundo todo se había hundido, ya nada era igual. Daisy tenía tres años, ella no podía morir, el tenue recuerdo de su alborotado y rizado cabello naranjo, su energética risa, sus pequitas adornando su rostro angelical, todo eso me destruía. Mis padres eran felices, eran buenos, no le hacían daño a nadie y aun así me dejaron solo, aun así murieron de una forma tan repentina que ni siquiera me permitió despedirme de ellos, volver a abrazarlos con amor o escuchar su risa en las cenas de los domingos donde nos reuníamos. Ya no podría volver a vivir esos momentos, todo se había hundido junto a mis ganas de continuar.
Escuche la puerta volver a abrirse y con su cabellera castaña cobriza, el rostro hinchado y enrojecido por tanto llorar, Mavis corría a abrazarme fuerte, haciendo que los sollozos se escaparan de mi pecho y se convirtieran en gritos desgarradores que se oirían por toda ciudad luciérnaga, gritos que se llevaban lentamente con ellos mis ganas de continuar, mis ganas de creer que la verdadera felicidad existía. Ese día había decidido algo. Ya no volvería ser feliz.
Si eres feliz entonces sufrirás y la caída será mucho más dolorosa que el hermoso sentimiento, solo evitando la felicidad puedes alejarte del dolor.*****
Hola :3
Jejejeje bueno tanto que decir y nada de tiempo para hacerlo. Pero ya tendré tiempo para eso otro día.
Ahora soy Vanilla_Witch y la verdad es que hace mucho quería cambiarme el nombre.
Espero subir el cap 1 pronto y que les guste.
Muchas gracias a todos los que me esperaron y apoyaron.
Nos leemos en otra ocasión.
Besos en la mejilla y abrazos de oso ❤.Pd: gracias por la portada Puchis. Te loveo.
Pd2: si wattpad me cambia los guiones diganme :3
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El Mundo Del Silencio Eterno
NouvellesGregor Reed es un violinista que ha perdido la pasión absolutamente por todo en la vida. Aun así continúa viviendo una vida sin color, donde las danzantes notas que alguna vez llenaron su corazon y existencia ya no lo hacen sonreir. Gregor Reed dese...