Capítulo 2

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Después de que Ophelia y yo terminásemos la educación secundaria en Francia, nuestra madre por fin se decidió a dejarnos volver a Estados Unidos.

Sí, dejó. Intentamos convencerla, e incluso le suplicamos a lo largo de los años. Pero no hubo manera.

Estuvimos prácticamente retenidas en Francia durante doce años.
Doce largos y eternos años sin poder ver a Gomez.

Intenté averiguar su dirección para poder cartearme con él, pero mi madre no la recordaba.
Eso me pareció sospechoso. En el fondo siempre he creído que no se tomaba en serio la promesa que nos habíamos hecho Gomez y yo, y que simplemente fue un amorío de niños. Pero no fue así ni por asomo. Yo seguía enamorada de él, mi corazón le pertenecía más y más cada día. Y estaba segura de que él seguiría enamorado de mí.
Y por supuesto, sabía que volveríamos a encontrarnos, de eso no me cabía duda.

A medida que crecía y veía cómo iba cambiando, cómo mi cuerpo iba madurando, me preguntaba cómo sería Gomez ahora.
Solo podía dar rienda suelta a mi imaginación al pensar cómo sería físicamente ahora con veinte años. Al ver las fotos que nos hicieron de pequeños estaba convencida de que si ya con nueve años era tan guapo, doce años después sería terriblemente atractivo.

La relación con mi hermana por suerte fue a mejor hace un par de años.
Cuando llegamos aquí, Ophelia se adaptó enseguida, hizo muchos amigos y pronto me dejó de lado. A mí me costaba un poco más socializar, nunca encontré a nadie que me aceptase tal y como era. Yo me refugié en los estudios, la pintura y en mi deseo por volver a Estados Unidos con Gomez.
Al llegar a secundaria mi hermana tuvo una estúpida discusión con sus amigos, y puso por delante su orgullo. Así que en clase no tuvo más remedio que estar conmigo. Y para nuestra sorpresa no fue tan horrible, de hecho, comenzamos a disfrutar de la compañía de la otra. Comenzamos a ser unas hermanas que se quieren de verdad, sin importar las diferencias que hubiera entre las dos.
Compartíamos nuestros sueños, y nuestros miedos. Durante muchos años nunca nos explicamos nada, y como si nada de eso hubiera pasado, ahora no nos daba miedo expresar nuestros sentimientos frente a la otra.
Ella fue la primera y única que me apoyó en mi decisión de esperar a Gomez.
Fue la única que me creyó completamente cuando le explicaba lo enamorada que estaba de él.
Fue la única que me animó, y que nunca me dejó caer en las garras de mis miedos al pensar en cosas tales como: ¿Y si ha dejado de quererme? ¿Y si nunca me ha esperado?¿Y si...se ha olvidado de mí?
Por eso mismo, antes de terminar el curso y hacer las pruebas de acceso a la universidad, propuso que mirásemos cuál era la universidad que quedaba más cerca de donde vivía Gomez. Para nuestra suerte, la más cercana en su ciudad impartían las carreras que queríamos estudiar: Parapsicología y Botánica.
Cuando hicimos las pruebas de acceso sacamos las mejores notas, y nuestra madre no pudo negarse a que fuéramos a estudiar a la universidad que quisiéramos.

Nada más saber que fuimos admitidas en dicha universidad, comenzamos a preparar las maletas para irnos.

La noche antes de coger el vuelo hacia Estados Unidos estaba irremediablemente nerviosa, no podía dormir. No hacía más que darle vueltas y más vueltas al anillo que desde hacía años encajaba a la perfección en mi dedo anular.
Solo así conseguía calmarme aunque fuera un poco. Era la única manera que tenía de sentir a Gomez cerca de mí.

Ya que sabía que no podría conciliar el sueño en toda la noche, cuando faltaban tres horas para marcharnos al aeropuerto comencé a arreglarme.
Primero me di un baño relajante para calmar los nervios, que resultó todo un desastre.
Cuanto más tiempo pasaba más nerviosa me ponía.
Aún con una toalla envuelta al cuerpo, abrí la maleta y busqué mi vestido preferido, un vestido de color negro, con media manga, bastante escote, y largo hasta casi las rodillas.
Con los nervios y las prisas no se me ocurrió dejarlo fuera la noche antes.
Me enfundé en uno de mis inseparables corsés, y después me puse el vestido. Juntando el corsé y el escote del vestido, las vistas no dejaban mucho a la imaginación. Pero en el fondo sabía que instintivamente, me estaba preparando por si de casualidad me encontraba con él.
Volví a rebuscar en la maleta hasta que di con el neceser de maquillaje y el cepillo.
Me apliqué el delineador para enmarcar de negro mis ojos y resaltar el gélido azul de mi mirada.
Cepillé mi melena, y cuando fui a hacerme mis inconfundibles trenzas, me quedé mirando mi reflejo en el espejo. Quizá era hora de dejar las trenzas atrás, como si así dejase atrás mi pasado en Francia.
Y sintiendo la transición que estaba por llegar en mi vida, me despedí de las trenzas para siempre.

Hasta que el destino quiera que nos volvamos a encontrar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora