Diciembre 28.
Son las ocho de la noche con quince minutos, están por cerrar las tiendas de un centro
comercial en la ciudad de Florencia, en Toscana, Italia, lugar ideal para hacer turismo.
Estoy sentada en el sillón de una tienda deportiva esperando al encargado del mostrador de
zapatos a que me traiga mi pedido.
Justo debajo de las repisas de tenis deportivos hay un espejo ancho en el cuál sólo alcanzo a ver
mis pies, pero si me inclino puedo ver mi cuerpo completo, mi figura se alarga en ese reflejo. Me
gusta cómo me veo el día de hoy, amo el modo en que vengo vestida: una falda floreada, botines
caqui, blusa de tirantes y una chaqueta de mezclilla, linda y casual, es el conjunto perfecto para
venir sola a hacer unas compritas en vacaciones, aunque echo de menos tener compañía. He
estado soltera durante casi más de un año.
Ahora quizá sea un buen momento para tomar una selfie frente al espejo, así que me inclino sobre
mi codo, levanto el mentón, me acomodo el cabello, ajusto el acercamiento de la cámara de mi
teléfono y tomo la foto pero justo en ese momento un hombre pasa detrás de mí y me golpea
accidentalmente con una bolsa de contenido pesado, haciendo que me tambalee y la foto salga
borrosa.
Nuevamente intento tomar otra foto, pero un tipo detrás de mí se ríe mientras lo hago, puedo
verlo en el espejo, me siento incómoda, ¡sólo quiero tener una foto que me recuerde este día!
Basta, no tengo tanta paciencia para esto, ya no lo soporto, estoy en el centro comercial, no en
una sesión de fotos, ¡lo admito! Estoy harta. Suspendo la actividad y me doy la vuelta, el chico
que estaba esperando llega con una caja de los zapatos que le encargué me trajera, después se
marcha a la bodega.
Me los pruebo, primero el izquierdo porque soy zurda. No me entra, qué mala suerte... supongo
que me he equivocado de número. Tendré que pedirle al chico que me atendió que me los cambie.
Él vuelve a pasar cerca de mí, llevo un buen rato observándole de reojo (manteniendo discreción)
porque me llama mucho la atención los movimientos repetitivos que hace con la cabeza y las
manos, al parecer tiene un tic. Es un poco extraño, no sé si sea involuntario o no, pero ¡qué
importa! Él me parece muy atractivo.
Es alto, delgado, piel blanca, cabello pelirrojo despeinado, ojos claros, nariz pequeña y labios
carnosos. Tiene un poco de barba y usa unas cuantas joyas. Le hablo para que me haga el cambio.
Tímidamente y entre risas le digo que los zapatos no son de mi talla y si puede ayudarme. Acepta
con gusto, se muestra muy atento y tarda menos tiempo en llegar.
-Toma, espero le queden- dice con una sonrisa
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