Pájaros negros.

1 0 0
                                    





(21)

Me pregunto si alguien ha llegado a conocerme alguna vez; en la noche, las cometas fantasmas de unas risas que se elevan alejándose, suponen también unos niños o monstruos que corren por la ciudad chata de sus sueños con miles de hilos negros en las manos. En la noche me pregunto, sin remontar la sevicia de mis anudadas extremidades, sin correr riendo a dentelladas detrás de estropajos volantes que asustan a los árboles, si cualquier cuestión fecundada en la misma, no es un hoyo por el que aparece el abismo, en cuya certeza espirálica no me fiaría.




(22)

La lluvia no aparece.

La luz aún no la penetra.

La noche aún no las envuelve.






(151)

Sí, es el pulso intraterreno del futuro que hincha las venas de esta tormenta a flor de piel; durante un escueto gemido con el que se escapó tu visión como un color en el aguacero. Tus ojos, naves omniscientes chupadas por el descuido, rumbaron los paisajes monocromáticos de un mismo instante a través de todos los tiempos como quien engarza lenguas de viento, bendito collar. Tus ojos que hoy están perdidos aquí donde todo es evidente, un fenómeno de luz, sin atinar el camino de regreso a la oscuridad.






(201)

Qué pretérito estanco sin redención de imposibilidad ni las mejillas disponibles para sucederse en la humillación infinita de envejecer contra el viento eterno, lo inconmovible de lo futuro!

Soy esta carne llena de sueños que a veces tiene hambre y corre a buscarte. Soy ese hueco en un árbol desde donde puede verse que todo equidista del centro del alma y las cosas son piel del estar siendo.







(301)

No es necesario tomar distancia para romper la fila ni contener el aliento para pintar tus labios, ni desarmar tu cuerpo para desangrarte el presente, alimentarme para seguir viviendo ya que el hambre es también un vacío tan intenso como el amor, sino muy parecido.





(303)

Hábito esta herida

que es una playa

donde llega y arde

la marea, tu mutis.





(311)

Al borde, oyente; el dueño; sin mundos tibios, lejos de todos los vientos; el ángel descansa en el frizo de un maremagnum desde donde nada mana.

Más lejos, las montañas imponentes y mansas de las ciudades, de las máquinas de la tierra herida, las efermedades metálicas y pesadas del paraíso.






(333)

Dos pájaros negros

cruzando la luna

al atardecer.



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Hueco del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora