IX

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Andy Carson se echó el rifle a la espada y empuñó el cañón. Cauteloso aun, se arrodilló junto a los despojos del doctor Peters. Una llave magnética de acceso a las áreas restringidas colgaba de lo que antaño, había sido un cuello. La tomó en las manos y se levantó de prisa. No dio ni tres pasos cuando el estampido de un lanzador de granadas automático destrozó el silencio... y los auriculares del traje de guerra. El cabo reaccionó como le habían enseñado, se lanzó al suelo y sin levantar la cabeza, se arrastró de regreso a su rincón. Sobre él, una lluvia infernal de metralla, fuego, humo y escombros amenazaba con desintegrar su humanidad. El suelo retumbaba y se sacudía y la atmosfera empezó a filtrarse fuera de la instalación. Las constantes explosiones habían dañado la estructura. Quien quiera que fuese el tirador apostado, no temía destrozar el lugar. El plano estructural proyectado en el visor, indicaba que la única forma de alcanzar la escalera que conducía al decimotercer nivel, era pasando frente al tirador atrincherado. Aquel enemigo tenía la misma información y había decidido esperar allí, en un sitio que le favorecía.

Tuvo que ser la desesperación, porque tácticamente era un error. Andy cargó el cañón laser y disparó como un loco. Las innumerables líneas de fuego desintegrador iluminaron la instancia con ese rojo intenso que alucinaba. Si las detonaciones habían dañado el lugar, el láser lo destrozó. Cientos de agujeros, como las perforaciones de soldadura, aparecieron en las paredes y un irresistible olor a metal calcinado se esparció por el aire. Los láseres de guerra, conocidos popularmente como "blasters", eran armas que tenían un gran alcance y un alto poder de penetración. A diferencia del plasma, sus disparos no se detenían al encontrar un blanco. Podían alcanzar hasta un kilómetro y más, taladrando todo a su paso. Fue justo esto lo que detuvo a Andy. Aprovechando el repentino y auto impuesto cese al fuego del cabo Carson, su rival emergió del escondrijo y le arrojó una nueva andanada de granadas. Otra vez un terremoto y el abrumador brillo saturado de las explosiones derribaron a Andy cual indefenso maniquí. El traje inició una nueva calibración pero algún desperfecto impedía la culminación del proceso. Andy regresó a su rincón maldiciendo su suerte.

- ¡No me puedes fallar ahora! – se golpeó el yelmo con el puño. - ¡Vamos, vamos!

El aire ya había empezado a bullir fuera del casco de la estación y el piso del nivel doce empezaba a cubrirse de humo que impedía ver un par de metros más allá. No le quedaba tiempo. Todo estaba jugando en su contra. Entonces escuchó la estampida bestial que se acercaba vertiginosamente por el corredor. El detector de movimiento dibujo varias decenas de puntos rojos en el mapa. Los puntos se acercaban a su posición.

- ¡No puede ser! – Andy se incorporó de un salto pero sintió que la armadura respondía con un retraso generalizado. - ¡Esto no me está pasando!

Tan pronto vio aparecer la primera cabeza monstruosa, comprendió que las criaturas venían por él. Todo estaba perdido. Alzó el "blaster" de alto poder y disparó sin pensar en el mañana. Fue un bello espectáculo multicolor. El fuego abrazador y las líneas trazadoras consumiendo toda la vida a su paso. Las criaturas empezaron a desplomarse entre chillidos de espantos y la montaña de cadáveres y miembros cercenados creció tan de prisa, que ahora impedía el paso a las bestias que venían detrás. De pronto, Andy tuvo una idea. Había ganado unos segundos y decidió usarlos. Alzó el arma contra el techo y accionó el disparador. Los infernales rayos de luz destrozaron el techo y en un abrir y cerrar de ojos tuvo un acceso al nivel once. Antes de que las bestias cibernéticas lograsen penetrar el muro de cuerpos abrazados por el láser, Andy se deshizo del cañón y salto buscando la luz. Se aferró a los cables y tubos y tiró de ellos hasta que finalmente emergió por el redondo círculo de fuego que se dibujaba en el piso superior. Había logrado llegar al ansiado nivel once. Un último empujón y estaba afuera. Permaneció de rodillas y doblado sobre su propio cuerpo. El esfuerzo había sido grande pues el traje de poder comenzaba a dar muestras de agotamiento mecánico. Varios servomotores estaban trabajando al cincuenta por ciento y las capas de blindaje habían sido perforadas en varios puntos. No había recobrado el aliento cuanto una granada reventó a escasos metros delante de él. La onda expansiva alzó a Andy y lo incrustó contra el techo. Cuando cayó, estaba aturdido y mareado, tan mareado como cuando aquella chica de la secundaria lo había besado por primera vez.

Rompiendo CráneosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora