Doy vueltas en mi pequeña e incómoda cama, inquieta, esperando al alba. He estado media noche en vela, pensando en las posibilidades de castigos que tengamos que sufrir los distritos por los días oscuros. Bombas, bombas incendiarias, mutilaciones, ejecuciones... no, nos necesitan con vida para que podamos producir lo que ellos necesiten. Pero, viendo como dejaron el distrito 13 no dudo que nos hagan algo parecido. Estoy demasiado angustiada por el tema, tanto, que ayer logre vomitar toda mi cena... o lo que se suponía que era mi cena.
Miro hacia el techo, hacia las paredes y por último, hacia el suelo, donde el perro más fiel del mundo descansa, con su oreja medio arrancada apoyada en el frío suelo de madera de mi habitación. Comfit, un perro al que papa y yo recogimos de las calles del distrito 8, nuestro hogar, nos ha servido de protección por muchos años. Ya se está poniendo viejo, las pequeñas canas de su hocico color chocolate lo comprueban. Pero, aun así, le queda mucha energía para correr y jugar por las calles. Pero, mientras la guerra seguía en pie, un agente de la paz intento hacerle daño a mi padre con un cuchillo. Pero Comfit salió el rescate y ataco al agente de la paz, mordiéndole el cuello ferozmente. Al agente de la paz no le quedo otra opción que cortarle una oreja a Comfit, pero, sus intentos fueron en vano.
Antes de que pudiera terminar de cortarle la mitad de la oreja al perro, un rebelde apareció y le disparo en la cabeza al agente de la paz. Comfit estaba tan decidido a defendernos del agente, que, aunque ya estuviera muerto, lo seguía mordiendo cada vez con más fuerza que antes. Luego de eso, convencimos al perro de que ya estaba muerto para que de esa forma soltara su cadáver. El rebelde que le salvo la mitad de la oreja a Comfit ayudo a parar la hemorragia de la oreja. Nos prometió que si los distritos lográbamos ganar, nombrarían al perro héroe.
Pero no ganamos ninguna guerra.
Miro hacia mi ventana. En el horizonte se ve la escasa luz del alba. Podría salir a caminar un rato por el distrito, intentar calmar mi mente, dejar de pensar lo peor. Pero, es que no puedo evitarlo. Pensar en morir como lo hizo mamá simplemente me aterroriza. No quiero que las partes de todos los habitantes de los distritos estén regadas por todo Panem. Aun que no lo creo, el Capitolio nos necesita vivos. Como dije antes, necesitan lo que nosotros producimos para poder vivir. Pero, de todas formas, hay posibilidades de que ellos comiencen a producir por su cuenta y que ya no nos necesiten para nada más.
Sacudo mi cabeza y me dispongo a salir de mi cama son hacer mucho ruido para no despertar a mi padre ni a mi hermano mayor. A estas horas todo el distrito descansa en sus casas para despertar en las mañanas y dirigirse a las fábricas para producir todos los textiles que el Capitolio necesita. Para crear más uniformes blancos para los agentes de la paz. ¿Y todo para qué? ¿Para seguir muriendo de hambre? Pero así es como funcionan las cosas en Panem; el Capitolio está lleno de riquezas y los distritos sumidos en la miseria.
Cuando mis pies descalzos tocan la madera siento el frío del suelo, lo que me hace desear haber dormido con un par de calcetines para poder caminar por mi hogar sin sentir el frío del suelo. Me levanto y comienzo a caminar hacia el baño sigilosamente, mirando a los lados para ver si alguien está despierto. Pero, creo que en todo el distrito soy la única que esta despierta. No deben ser ni las seis de la mañana, por lo que todos aun seguirán acostados, durmiendo profundamente, sin molestarse de que una chica de ojos azules de dieciocho años este despierta, deambulando por el distrito. Entro al baño y me cepillo los dientes demasiado fuerte. No tardo en notar el sabor a sangre. Debí ser más cuidadosa, de seguro ya me hice daño en una encía. Pero, no debe ser nada que el agua no arregle.
Termino de enjuagar mi boca y amarro mi cabello color azabache en una cola de caballo alta, intentando tener el mejor aspecto posible. Mi madre siempre decía que debíamos estar presentables en cualquier circunstancia. La imagen para ella era lo más importante. Y ya estoy acostumbrada a esta cola de caballo, ella siempre me la hacía antes de irme al colegio. Recuerdo que algunas veces la apretaba tanto que apenas podía abrir los ojos. En eso exageraba un poco.

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Los primeros Juegos del Hambre.
Fiksi PenggemarEn castigo por la rebelión, cada distrito ofrecerá una mujer y un hombre que se encuentren entre los 12 y 18 años de edad para una cosecha pública. Dichos tributos serán entregados a la custodia de el capitolio y transferidos a una arena pública don...