Capítulo tres: Eric siente curiosidad.

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—¿Vives aquí o algo parecido?—Pregunta el chico en cuanto se percata de su presencia. Ella ni siquiera parece sorprenderse.

—Paso mucho tiempo aquí, sí.—Dice y por un segundo centra su atención en él, casi instantáneamente su mirada va a parar en las flores de su costado—¿Para Mae?—La pregunta es innecesaria, la formula para llenar el vacío que siente en el aire. Ambos saben la respuesta. Aún así el joven asiente para dejarlo en claro.

Era la quinta vez que se encontraba con Paulina en el último mes. En más de una ocasión se había preguntado quién era la persona a la cuál visitaba tan frecuentemente, la duda crecía cada vez más y la curiosidad siempre fue el talón de Aquiles de Eric.

Había tratado a toda costa no ser imprudente y callarse cualquier cosa de la que pudiera arrepentirse después, la verdad es que le gustaba la relación que había entablado con ella hasta ahora. Se encontraban, se saludaban y compartían una pequeña conversación antes que alguno de los dos tuviera que irse. Normalmente era él.

Nada fuera de lo usual, pero por alguna extraña razón, Eric sentía que el lazo que los unía era más fuerte de lo que parecía. Había dejado de ver sus encuentros tan frecuentes como simples coincidencias para que ahora en su lugar fueran acciones del destino.

Eric es el tipo de persona que cree en cosas como el destino y que pasar debajo de una escalera te dara mala suerte de por vida.

Entonces casi como un centello, un recuerdo llegó a su mente y antes de que sus palabras pasaran por el filtro de la prudencia salieron de su boca sin siquiera pedir permiso.

—¿Eras muy apegada a tu amiga?—Pregunta el chico, esta vez tomándola por sorpresa.

—¿Perdona?—Sus manos van a parar con el bordado de la falda de su vestido y se entretiene con el, su cabeza la mantiene gacha y evita su mirada, como si por algún motivo se sintiera repentinamente avergonzada.

No muy seguro, el joven continua:

—Cuando me encontré contigo por primera vez—recuerda—, me dijiste que venías a ver a una amiga tuya.

Echa una mirada veloz a la chica y duda de nuevo. La chica luce incómoda, como si realmente no quisiera estar teniendo esa conversación. No desea incomodarla de alguna manera pero aún así, la curiosidad es tan grande que termina ganando la batalla interior en la mente de Eric, así que con toda la pena (y curiosidad del mundo) formula la pregunta:

—¿Es a ella a quien viniste a ver también en el cumpleaños de Mía? ¿O quizás... Hoy?

Ella sigue con lo suyo, pero tensa. Se hunde más en sus propios hombros e inclina un poco más su cabeza, el chico se percata de ello.

Y nadie dice nada por al menos dos minutos.

Se propina una buena bofetada mentalmente y palabras como «torpe» «imprudente» y «deconsiderado» arremolinan su interior.

Ella se siente avergonzada.

Y él honestamente, no tiene idea de que decir para dar por terminada la incomoda situación que él mismo comenzó.

Finalmente, la primera en hablar es ella:
—No es algo...—empieza y se detiene por un breve momento— no es algo de lo que me guste hablar mucho.— Lo mira a los ojos por un corto segundo— Pero sí, es por ella que estoy aquí.

Hablar le duele, se entera él. Lo sabe porque reconocería el tono de voz de la chica en donde fuera. Era exactamente el mismo tono que usaba él cuando alguien le preguntaba por Mae.
Seco, vacío, lento, apenado, apagado.

La mira con lástima y pena. Pero se regaña al instante. Él odia cuando los demás le ven de esa manera.

Hasta el momento la chica le había ayudado en dos momentos de tristeza y desahogo, ahora que a él se le presentaba la oportunidad de hacer lo mismo por ella no tenía ni idea de qué hacer. Se sentía agradecido y en deuda y por alguna razón sentía la fuerte necesidad de ayudar a la chica frente a él.

Toma asiento a su lado y del ramo de flores que tiene en sus manos extiende dos flores hacia ella.

Ella lo mira apenada y abochornada y aunque él sabe que ni un millón de palabras pueden aliviar el dolor de perder a alguien, siente la enorme necesidad de hablar e intentar, la mira de nuevo, suspira y gana valentía antes de empezar:

—Estoy seguro de que tu amiga fue una gran persona—comienza.—Tampoco tuve la oportunidad de conocerla, pero lo sé. Porque alguien que es tu amigo debe ser una persona maravillosa— carraspea nervioso—. Cuando estés lista, puedes contarme sobre ella, si quieres. Me gustaría poder conocerla.—Se encoge con sus propios hombros y le obsequia una sonrisa tímida.—Una de estas es para ella—hace un gesto hacia las flores en su mano—la otra es para ti.

Ella le regresa la sonrisa y por un instante Eric siente que la sonrisa que Paulina le regala se trata de una feliz. Agradecida, la chica toma ambas flores entre sus frágiles manos, se pone de pie y antes de perderse entre las lápidas y flores a él le parece oír como respuesta un «gracias».

Casi inconscientemente sonríe.

—De nada—le dice al vacío.

Eric y Paulina [temporalmente pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora